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José T. Raga

Fármaco para diagnóstico erróneo

Es imperativo analizar cuál es la dolencia de la economía –no basta saber que se llama inflación–, pues puede requerir tratamientos diferenciados.

Es imperativo analizar cuál es la dolencia de la economía –no basta saber que se llama inflación–, pues puede requerir tratamientos diferenciados.
Nadia Calviño | Europa Press

Cualquier galeno sabe que para el ejercicio de su profesión no basta conocer la farmacopea más exigente, ni es suficiente detectar, incluso por ojo clínico, el tipo de dolencia que sufre el paciente. Ambos conocimientos se precisan para el alivio de la enfermedad.

Sin pretensiones valorativas, algo semejante ocurre cuando estamos ante cualquier fenómeno económico. Es imperativo analizar cuál es la dolencia de la economía –no basta saber que se llama inflación–, pues al igual que la fiebre en el paciente puede tener orígenes varios, sin dejar de ser fiebre, el crecimiento de los precios en la economía –inflación– también puede tener causas varias y requerir, como en el caso de la fiebre, tratamientos diferenciados según su carácter.

Y así como el médico deja sus pasiones en la antesala de su consulta, el economista debe hacer lo propio con las suyas a la hora de enfrentarse, no con una inflación abstracta, sino con ésta inflación concreta, en este país específico y en este momento.

Se trata de evitar lo que también trata de evitar el médico ante su paciente; el objetivo es curar la enfermedad aplicando el tratamiento idóneo con los fármacos adecuados. El político económico, por su parte, trata de resolver los desequilibrios que la inflación pone de manifiesto, aplicando la terapia idónea para tal propósito. El error en el diagnóstico o en la terapia aplicable agravará la perturbación económica que trata de resolverse.

Y no basta saber que cualquier inflación viene producida por un desajuste en los volúmenes de oferta y demanda en el mercado. Un exceso de oferta producirá una disminución de precios que incentivará la demanda hasta encontrar un nuevo equilibrio con precios estables.

Análogamente, un exceso de demanda provocará un alza de precios, para que los demandantes no resuelvan el problema a tiros, seleccionándose aquellos que están dispuestos a pagar un precio mayor, que obtendrán el producto, renunciando a demandar el resto que, probablemente, buscará un sustitutivo.

La solución para estos desajustes puede ser doble: o bien mediante políticas de oferta en las que la acción pública conseguirá que incremente la producción, mediante nuevos procesos productivos, o mediante aumentos en la productividad de los existentes. Por alguna razón, esta medida no suele gustar a los políticos, que esperan votos de los ciudadanos.

La otra, las políticas de demanda, consisten en incrementar la capacidad demandante mediante subvenciones –clientelismo–, lo cual es tratar de apagar un fuego mediante líquido inflamable: dinero y más dinero, para un mercado de oferta rígida, que no aumenta la cantidad de bienes, sino sus precios, para quienes puedan pagarlos. La inflación se alimenta a sí misma con mucha facilidad: es la llamada espiral inflacionista.

Las expectativas en las que basamos nuestras decisiones dependen "no solo de los pronósticos… sino también de la confianza con que hagamos la previsiónestado de confianza… al que los hombres conceden la atención más estrecha y preocupada", aunque se desvanezca [J.M.Keynes Teoría General… cap.12-II]".

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