Velarde ha muerto y con él desaparece uno de los personajes más fascinantes de la escena intelectual y pública española de, agárrense, los últimos sesenta-setenta años. A la avanzada edad de 95, D. Juan tenía un ardor juvenil y una vitalidad sorprendentes propias de una mente cuya curiosidad intelectual se mantuvo hasta el final. Estoy seguro de que terminó sus últimos días con un libro entre las manos sobre cualquier cosa esotérica y novedosa, no necesariamente económica. Cuando los jóvenes hablábamos con él en su siempre abierta ágora parecíamos viejos, incapaces de seguir su imparable vigor.
La izquierda patria, aunque este segundo término es puramente simbólico, siempre le reprochó su franco-falangismo. D. Juan fue un joseantoniano, pero realizó una larguísima transición, sincera, dura para él de los principios de una economía corporativa, intervencionista, antimercado y anticapitalista para convertirse en su madurez en un cabal defensor de un liberalismo económico en la tradición de Hayek y Friedman. Es un caso ejemplar y discreto, típico de un caballero español, de cambio sin exhibicionismo; Velarde era demasiado elegante y honrado para ello.
Con D. Juan se podía hablar de la tradición de la Escuela de Salamanca hasta las últimas novedades de la teoría económica. Todos los fines de semana se encerraba a a leer y estudiar, abstrayéndose del mundo. Su curiosidad intelectual era infinita y, muchas veces, resultaba abrumadora. Desde un legajo del siglo XVI que acababa de leer hasta la última estupidez keynesiana se lo sabía todo y lo contaba con una extraordinaria claridad y sencillez. Era un hombre del Siglo XX, del XXI, lo hubiese sido del XXII, pero era ante todo un personaje del Siglo de Oro Español, uno se le podía imaginar como un leal y agudo consejero de Príncipes.
Velarde detestaba el socialismo porque fue falangista. Conocía perfectamente la fatal arrogancia Hayekiana contra el colectivismo de izquierdas y de derechas y uno de sus libros de cabecera era Camino de Servidumbre. Siempre se lamentó, honor innecesario, de haber defendido en una época de su vida las políticas estatistas y, por eso, las combatió con una extraordinaria firmeza hasta el final de sus días. Finalizó su existencia como un católico penitente y un liberal impenitente.
En la academia, Velarde jamás fue sectario. A su sombra y bajo su protección pudieron desarrollar su carrera en los claustros personas de izquierdas, como Tamames. El sólo valoraba el talento y su talante personal era todo lo contrario al sectarismo de otros
Si uno fuese malo, pensaría que la bonhomía de Velarde llenó las cátedras de economía de un volumen enorme de economistas de izquierdas cuya influencia posterior fue nefasta. Pero la libertad de pensamiento, de discusión y de debate era señas de identidad de nuestro personaje.
Con Velarde desaparece una longeva generación de economistas que contribuyeron a desmantelar el sistema autárquico de la postguerra para convertir España en una economía moderna. Velarde apoyó el Plan de Estabilización del 57 frente a la posición de la mayoría de sus camaradas y eso le costó graves disgustos personales y de otra índole. Con su muerte, abandona esta vieja España.