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Mikel Buesa

Juan Velarde 'in memoriam'

La herencia intelectual que deja es amplísima, no sólo por sus estudios sobre la economía española, sino también por su obra periodística.

Ha muerto, se nos ha ido, Juan Velarde, el decano sin duda de los economistas españoles. Decano porque era el último superviviente de aquellos alumnos que el 14 de febrero de 1944 comenzaron a recibir las enseñanzas de economía en la que hoy en día es la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad Complutense. Velarde pertenecía a aquella primera promoción de economistas salida de una universidad española. Habiendo sido, además, un hombre destacado en la profesión por su trayectoria académica, funcionarial y humana, tal vez muchos pensarán que pronto, siendo muy joven, se despertó en él una temprana vocación por la economía. No es así, porque resulta que a él lo que le entusiasmaba en el bachillerato era la biología. Pero hete aquí que acabó sus estudios en el Instituto Ramiro de Maeztu sin cumplir la edad requerida para la reválida, lo que le obligó a esperar todo un verano para hacerla, obteniendo el Premio Extraordinario. Ese retraso le condujo a aprovechar la única oportunidad que se le abría en aquel momento: la de estudiar económicas porque el curso empezaba al año siguiente. En el libro que escribimos Thomas Baumert y yo (Juan Velarde. Testigo del gran cambio, Ediciones Encuentro, Madrid, 2016) transcribiendo y documentando una larguísima conversación con él —que Velarde ha considerado su autobiografía— lo cuenta así: "Fui al cine Callao a ver a Jean Arthur en Buffalo Bill. Estaba sentado al lado de un compañero que me preguntó: ¿Y qué vas a estudiar? Le dije: Pues no sé". Su amigo le informó de que se abría una nueva facultad cuyos cursos iban a empezar en enero. Entonces, no lo pensó dos veces, "llegué a casa —relata— y solté: ¡Creo que lo que voy a estudiar es Economía!".

Como economista, la herencia intelectual que deja es amplísima, no sólo por sus estudios monográficos sobre la economía española y el pensamiento de nuestros más señeros economistas, sino también por su obra periodística —en la que insistió a lo largo de más de siete décadas en la necesidad de que España se adaptara y no se separara de los principios y recomendaciones que emergen de nuestra disciplina— y por su participación o su influencia como funcionario de alto rango en algunos de los principales acontecimientos de nuestro devenir histórico. En el libro que he mencionado se cuentan muchos de estos últimos. Sólo destacaré uno del que Juan Velarde se sentía muy orgulloso: la nacionalización del Banco de España. Lo relata así: "Me llamó Mariano Navarro para decirme: Hoy llevo al Consejo de Ministros la estatalización del Banco de España, estarás ya tranquilo y nos dejarás de dar la lata". Y es que Velarde, junto a otros compañeros, en la sección de economía del diario Arriba, desde unos cuantos años atrás, venían insistiendo en ese tema, así como en la lucha contra los monopolios, la reivindicación de la apertura exterior y la reforma del sistema fiscal. Por cierto que esta orientación liberalizadora de la economía española la defendieron Velarde y Fuentes Quintana en el primer Congreso de Falange, celebrado en 1953. "En aquella ocasión —nos cuenta— fue cuando eliminamos el nacional-sindicalismo, sustituyéndolo por un programa reformista socialdemócrata"; y añade: "allí me tuve que pelear con José María de Areilza, que intentaba frenar aquella reorientación que le parecía tremenda". Ni que decir tiene que, de esos antecedentes, se deriva la insistencia con la que el maestro Velarde ha incidido, desde entonces hasta hoy —cuando la muerte ha venido para llevárselo— en la necesidad de que la economía española se adapte a los principios de la libertad de mercado y de la competencia. En definitiva, a la herencia liberal de la economía que él desmenuzó hasta sus últimos entresijos en su discurso de entrada en la Academia de Ciencias Morales y Políticas, que daría lugar a su libro El libertino y el nacimiento del capitalismo.

No crea el lector que el libro que acabo de mencionar agota la obra académica de Juan Velarde. Ésta es enorme, pues Velarde ha sido un autor prolífico. Pero destacaré sólo algunos títulos como Sobre la decadencia económica de España (1967), donde aparecen los temas centrales de su trayectoria intelectual: socialización, liberalización, monopolios; Política económica de la dictadura (1968), en el que se adentra en los cambios de la economía propiciados por el general Primo de Rivera; España ante la socialización económica (1970), que contiene una visión muy crítica de la empresa pública; y Cien años de economía española (2009), que es su obra de síntesis más acabada. Y están luego, claro está, sus libros y artículos centrados en al historia del pensamiento económico español, de entre los que sólo mencionaré su Economistas españoles contemporáneos: primeros maestros (1990) y su lección inaugural del curso académico de 1989-90 en la Universidad Complutense centrado en La vieja generación de economistas y la actual realidad española, en el que destacará un tema recurrente en su obra —hasta los últimos artículos que publicó en La Razón— como es el de la influencia de los economistas, en especial los de la escuela de Madrid, en el devenir del desarrollo económico de España.

Pero más allá de todo eso y de los oropeles que, en forma de premios —el Príncipe de Asturias, el Juan Carlos I, el Rey Jaime I— y de doctorados honoris causa, adornaron su trayectoria intelectual y académica, lo que más me interesa destacar de Juan Velarde es su perfil humano hecho de bondad, generosidad y sentido del humor. De él escribió Fabián Estapé —quien fue rector en la universidad de Barcelona— que "es el único falangista ilustrado que he conocido en mi vida, y un profesional con un sentido de la honestidad que va más allá de los partidos que gobiernan". Emilio de Diego —profesor en la Complutense— señaló que "Juan Velarde es un sabio que no sabe que es sabio. Posee y destila saberes depurados y transparentes, pero él mismo es la negación de la pedantería. (...). Es la única persona con la que yo me he encontrado, que antes de que termines de pedirle un favor ya está decidido a hacértelo y, encima, te da las gracias". De esa generosidad fueron testigos destacados, entre otros muchos, un judío perseguido que arribó a España en 1943 —tal vez llamado Radu L. Azdril— al que avaló para que le dejaran entrar entrar en la Biblioteca Nacional, antes de su emigración a Estados Unidos, para que pudiera consultar unos libros; o también el republicano Juan Falces Elorza, a quien acogió en su cátedra de la Complutense, proporcionándole el empleo administrativo que ejerció con diligencia hasta que muchos años después murió —por cierto que Falces le confesó a Velarde, un tiempo más tarde, que "aquel día, cuando me entrevisté con usted, había decidido suicidarme si usted me fallaba"—. Velarde no le falló a Falces y creo que a ninguno de quienes a lo largo de su vida tuvimos relación con él. Fue él el que se empeñó, ejerciendo su influencia en el Ministerio de Educación, en que se dotaran las múltiples cátedras que acogieron a sus discípulos, entre los que nunca contó la ideología sino la obra intelectual. Yo tuve el privilegio de ocupar la cátedra que él dejó vacante cuando, obligado por la edad, se jubiló. Ahora, pasados treinta años de aquello, rememoro las múltiples veces en las que coincidí con él, en las que le leí y en las que siempre pude extraer alguna enseñanza. Que descanses en paz, maestro y amigo, y que en ese cielo en el que siempre creíste te alcance el aroma y el sabor de esos dulces que nunca olvidaste degustar en tus andanzas por todos los caminos de España.

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