El sol de invierno es siempre el mejor amparo frente al frío en los primeros días de febrero. Caía aquella mañana de punta en uno de esos días azules. Hacía sombra un enorme ciprés junto a la tumba y una piedra con forma de dolmen se erigía al lado de una cruz oxidada.
Tras las tapias blancas de aquel camposanto pequeño una enorme encina parecía el mundo preguntando desde fuera. Sólo se oía el chirriar metálico que produce el mármol contra el granito cuando se cubre el hueco de la sepultura.
Descansaba en paz don Juan Velarde Fuertes. La primera promoción de Economía a quienes sucedieron después generaciones de economistas que admiraron a Velarde como a uno de sus mejores maestros. Un grupo de profesores acompañamos a la familia tras el coche fúnebre repleto de coronas y sobre la que pude ver aquella que lucía más clara: Colegio de Economistas. Se iba su andar despacio pero quedaba para siempre vivo en nuestra memoria su recuerdo, su erudición y su sabiduría.
Dos vicepresidentes de Gobierno, ministros y, sobre todo, profesores agradecidos a su inmenso saber, a su generosidad infinita y a su grandeza humilde. Javier Morillas, quien me impartió las Estructuras -la Mundial y la de España-, me lo presentó siendo su alumno hace ahora cuarenta años. Luego disfruté de don Juan -a quien nunca dejé de hablar de usted-, siendo uno de mis profesores de los cursos de doctorado en la Facultad de Somosaguas de la Universidad Complutense de Madrid.
–"¿Por qué no investigamos, Carmona, la figura de don Pedro Gual Villalví?", me dijo. Corrí con mis veintipocos años, no sin cierto complejo, a descubrir quién era aquel economista del que don Juan me había pedido hacer un breve y útil relato. "El último proteccionista", me atreví a espetarle al profesor Velarde tras conocer que había sido ministro sin cartera en los años que cabalgan entre la década de los cincuenta y los sesenta.
Don Juan Velarde y don Enrique Fuentes Quintana -se ha escrito mucho sobre ello-, defendían desde dentro una mayor liberalización de la economía española, la apertura hacia el exterior y la estabilización de sus desequlibrios desde la temperancia y la moderación.
Sus palabras hacia mí siempre que nos veíamos, que aquella mañana del sepelio me había de recordar su hija, me las guardo para llevármelas siempre escritas en mi corazón. En unos tiempos en los que la verdad deja de ser categoría política condenada por el sufragio, admiro a esos hombres fuertes y seguros que señalaron el camino hacia la España que aún disfrutamos.
Austero en sus planteamientos, defensor de la transparencia y el rigor de las cuentas públicas, hizo de su carrera académica y profesional un ejemplo donde mirarse generaciones enteras que hemos heredado de él sólo una pequeña parte de su caudal inmenso. Cuando nos hablaba, comenzaba siempre remontándose a los antecedentes de lo que estuviéramos analizando y, salpicado de anécdotas, coronaba los finales con conclusiones ciertas apoyadas en contrastaciones científicas de un rigor intachable.
Es el fruto de ser un gran estudioso del cuerpo económico y del alma de una sociedad en tiempos convulsos que él supo iluminar. Primera generación de la carrera de Economía en el país de Jovellanos, que también él mismo nos trataba de recordar, no sin la vehemencia del paisano y la pasión de la inteligencia.
Premio Extraordinario, número uno de las oposiciones al Cuerpo Nacional de Inspectores de Trabajo, desde sus opiniones como responsable de la Sección de Economía del diario Arriba trató de defender, como digo, una España más abierta. Catedrático de Estructura Económica de la Universidad de Barcelona y, más tarde, de la Complutense de Madrid. Consejero del Tribunal de Cuentas y tantos quehaceres que no caben en este breve recuerdo de aquella mañana de febrero.
Fue presidente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, presidente de la Real Sociedad Geográfica, vicepresidente de la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, y miembro de numerosas academias y consejos desde los que siempre se le admiró.
Al volver a la casa de mi madre, lo primero que hice fue buscar en mi biblioteca sus obras: sobre Joaquín Costa, sobre Flores de Lemus, sobre los economistas españoles, sobre la decadencia de la economía española entonces. Tanta erudición permanecía intacta en aquellos libros y en nuestra memoria y, ni la tierra, ni el tiempo, podrán borrarla.
Fue un sábado de febrero entre el sigiloso frío de una mañana sin nubes cuando acompañamos a la familia, a mi amigo y su hijo Miguel, a su esposa querida, a toda su familia, a despedir a uno de los grandes, a uno de los nuestros.
Y mientras, el silencio helado me recordó aquel poema de Machado que decía… el agua de la fuente,/ resbala, corre y sueña,/ lamiendo casi muda,/ la verdinosa piedra.
Caía sobre nosotros un sol de invierno.