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El infierno de una vecina rodeada de okupas: kilos de basura, ratas, cucarachas y ascensores sellados para evitar robos

El demoledor testimonio de una mujer de Cartagena que lleva cuatro años luchando contra un edificio en el que ella es la única propietaria.

El demoledor testimonio de una mujer de Cartagena que lleva cuatro años luchando contra un edificio en el que ella es la única propietaria.
El estercolero en el que los okupas han convertido un piso de Cartagena antes de irse

El aumento de la okupación que el Gobierno se empeña en ocultar no solo destruye la vida de los propietarios cuyas casas son okupadas. También, la de vecinos que tienen que soportar las terribles consecuencias de esta lacra. El caso de María es uno de ellos. Esta mujer de Cartagena, que prefiere darnos un nombre falso por temor a posibles represalias, lleva cuatro años luchando contra la okupación de todo su bloque. Ella es la única propietaria que reside allí. El resto de pisos pertenecen a un fondo de inversión que se ha desentendido por completo de los mismos y a los herederos de un promotor que hacen lo que pueden desde la ciudad en la que se residen.

Hace unos días, las okupas que vivían en la casa situada justo encima de la suya se marcharon por fin del edificio. Sin embargo, su sorpresa llegó al abrir la vivienda y comprobar todo lo que habían dejado allí: kilos de basura por todas partes, comida podrida, ratas, cucarachas, pulgas y hasta cinco gatos abandonados que también habían contribuido al desolador panorama con sus excrementos. Las imágenes facilitadas a Libre Mercado dan buena cuenta de ello. Y lo más grave es que esto es solo la punta del iceberg de una auténtica pesadilla a la que María sobrevive a base de las pastillas que le receta su psiquiatra.

Los distintos okupas que han pasado por allí han arrasado con todo: ventanas, tuberías, compresores del aire acondicionado… Incluso se ha visto obligada a soldar las puertas del ascensor para evitar que también se las llevaran. A todo ello, se suma cómo le han ido haciendo la vida imposible. Atada de pies y manos por una hipoteca que le impide marcharse de allí, María solo espera que, al visibilizar su caso, ciudadanos, jueces y políticos empaticen con las verdaderas víctimas de esta lacra y tomen por fin cartas en el asunto.

El origen de los problemas

María adquirió su piso en el año 2007, en plena burbuja inmobiliaria. Lo hizo con mucho esfuerzo, pero también con mucha ilusión, así que ni por asomo se imaginó que aquella vivienda que había comprado "a precio de oro" se acabaría convirtiendo en una auténtica pesadilla. Su particular calvario comenzó en el año 2019. El promotor, que había puesto en alquiler el resto de pisos, empezó a tener problemas, y una de las casas terminó siendo okupada por un matrimonio que pronto empezó a meter allí a toda su familia y a vender las llaves del resto de las viviendas a allegados y conocidos.

"No te imaginas lo que tuve que vivir durante la pandemia. Y encima con amenazas y con insultos", recuerda María con desesperación. A una vecina la llegaron a agredir. A ella, no, pero sí tuvo que soportar todo tipo de situaciones: "Me ponían la secadora desde las 8 de la mañana hasta las 12 de la noche pegada a mi pared para agobiarme. Incluso tuve que sacar la cama al salón para poder dormir".

Poco a poco, empezaron a robar todo lo que podían de las zonas comunes: desde las ventanas de aluminio, hasta los compresores de aire acondicionado de la azotea o las tuberías de cobre. Como suele suceder en estos casos, los suministros contaban con enganches ilegales. "En el cuarto de contadores hicieron un pulpo para tener agua", explica María. En 2021, se la cortaron y, a partir de ahí, empezaron a irse. Algunas viviendas pudieron ser tapiadas a medida que ella iba avisando a los dueños. Otras fueron tomadas por nuevos okupas, como es el caso de la que la que semana pasada encontraron repleta de basura.

"Una auténtica marranada"

En ella comenzaron a vivir dos mujeres: una que rondaba los 40 años y tenía dos hijas adolescentes y otra mucho más joven con dos bebés. "Tenían 5 gatos y vivían como si tuvieran el síndrome de Diógenes", sentencia esta vecina. Los malos olores eran una constante, pero, cuando hace unos días se fueron y abandonaron allí dentro a los animales, la cosa fue a peor. Al ver que no volvían, María llamó a los herederos del promotor y, tras consultar con la Policía, decidieron tirar la puerta abajo. Lo que se encontraron fue "una auténtica marranada".

"El piso estaba lleno de basura, de comida podrida, de ratones, cucarachas, mosquitos, pulgas y, por supuesto, excrementos de gato", resume horrorizada esta vecina. El poco mobiliario y los enseres que quedaban dentro estaban tirados y destartalados. "A mí me dio por llorar", confiesa. Los dueños pensaron en llamar a Sanidad antes de tapiarlo, pero la espera podría ser insoportable, así que ella misma se comprometió a limpiarlo todo. Buscó la ayuda que pudo, porque aquellos que veían en qué condiciones estaba el piso salían despavoridos advirtiendo de que "eso no había dinero que lo pagase" y, después de dos días de trabajo, esta vecina coraje consiguió dejarlo todo limpio como una patena.

"He gastado 12 litros de lejía, desinfectantes, matacucarachas, he tenido que matar ratas a palazos y el frigo incluso lo he tenido que tirar a la basura porque no había por dónde cogerlo. No sabes lo que vivido aquí -repite una y otra vez visiblemente horrorizada-. El lunes tenía las manos y las piernas completamente hinchadas y estaba que no me podía mover de la cama". Las imágenes y vídeos que muestra a LM dan buena cuenta de ello. "No entiendo cómo Asuntos Sociales no duda en darles dinero, comida y hasta, en algunos sitios, les paga el agua y la luz y, sin embargo, no les da clases de cultura y de civismo, que es lo primero que les tienen que enseñar", lamenta.

Destruida y atada de pies y manos

Después de casi cuatro años de lucha, María asegura estar "física y psicológicamente destruida". No en vano, hace tiempo que acude a un psiquiatra. "Si no fuera por el Lorazepam y las pastillas para dormir, no podría vivir -confiesa-. De verdad que no hay derecho y yo ya no puedo más". Y lo peor es que, aunque menos problemáticos, en el edificio sigue habiendo más pisos okupados. Sin embargo, ella no tiene más remedio que aguantar allí: "Todavía me queda una cantidad elevada de la hipoteca por pagar y lo tengo a la venta, pero obviamente nadie quiere comprar un piso así. Imagínate venir a verlo y ver la mitad de las casas tapiadas y las puertas de los ascensores soldadas para que no se las lleven. Parece increíble, pero así es". Ante esta situación, lo único que le queda es protegerse como buenamente puede. "Pago religiosamente mi alarma y tengo una puerta antiokupas. Lo mío es un bunker", explica.

En el caso del piso ahora abandonado, los propietarios han denunciado. Sin embargo, con aquellos que pertenecen a fondos de inversión, la historia es muy distinta. "Los grandes tenedores suelen pecar de inacción y, sin embargo, todas las consecuencias van a parar a los vecinos, incluso con amenazas si se hace público", denuncia el portavoz de la Plataforma de Afectados por la Ocupación, Ricardo Bravo, quien insiste en que, precisamente por eso, la llamada okupación indirecta es la más difícil de solucionar".

El ejemplo más claro es el de María, que, al ser la única propietaria que vive en el edificio, carga a sus espaldas con toda la lucha de estos cuatro años y los que, desgraciadamente, le quedarán. "Y yo tengo vida, también tengo mis propios problemas y que yo tenga que acarrear con algo que no es mío… Porque yo llevo el edificio entero, no llevo mi casa. Y de verdad que esto es insoportable", sentencia. Aun así, aún le quedan fuerzas para pedir a Libre Mercado que incluya un agradecimiento expreso a los profesionales del 092. "Porque es la única entidad que se ha implicado y que ha prestado su ayuda", insiste. Con la voz entrecortada, solo espera que algún día su caso se solucione y que la gente empiece a empatizar con las verdaderas víctimas de esta lacra.

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