La estanflación es temida en el ámbito económico por ser el peor de los mundos posibles, ya que combina, al mismo tiempo, la existencia de alta inflación y recesión, intensificando con ello el empobrecimiento de la población. Este fenómeno no es nuevo ni lejano. El último gran episodio de estanflación que azotó tanto EEUU como Europa fue la conocida crisis del petróleo de los años 70.
Si bien la situación económica actual todavía se encuentra lejos de ese escenario, lo cierto es que el riesgo de caer en la estanflación crece conforme los bancos centrales son incapaces de poner bajo control la subida de precios, tras protagonizar en apenas un año el incremento de tipos de interés más rápido e intenso de la historia reciente.
Los últimos datos económicos conocidos esta semana acrecientan dicha amenaza. La actividad del sector privado de la zona euro se ha deteriorado sensiblemente durante el mes de agosto y ya apunta una contracción del 0,2% del PIB en el tercer trimestre. La inflación, sin embargo, ha frenado su desaceleración y se mantiene en el 5,3% interanual en agosto, al igual que la subyacente.
En la última reunión del Banco Central Europeo (BCE), celebrada a finales del pasado julio, ya se expresó la preocupación de que la economía europea pudiera entrar en una fase de estanflación, debido a la combinación de precios altos y creciente debilidad económica. Todo apunta a que la inflación se mantendrá elevada durante más tiempo del previsto inicialmente, de modo que el BCE, pese al frenazo económico, se vería obligado a aplicar nuevas subidas de tipos a fin de contener los precios.
España, por su parte, también se expone a esta situación. El dato de inflación de agosto ha sido negativo, tras repuntar al 2,6% interanual. La economía nacional encadena subidas mensuales de precios desde febrero, desmontando con ello el falso y perjudicial discurso triunfalista del Gobierno, diseñado, única y exclusivamente, con el fin de engañar a la población por motivos electoralistas.
Mientras tanto, España empieza a experimentar los primeros efectos visibles de la subida de tipos. La firma de hipotecas se hunde un 22% en el último año y la actividad industrial experimenta en agosto la mayor caída del año, acumulando ya cinco meses de retrocesos. La industria ya ha entrado oficialmente en recesión y la construcción sigue los mismos pasos. Lo único que, por el momento, salva a la economía nacional es el excelente comportamiento del turismo, tras la llegada récord de visitantes extranjeros en verano.
El problema es que la temporada estival llega ahora a su fin y, sin el motor turístico, España se enfrenta a un otoño e invierno complicados desde el punto de vista económico, especialmente si el BCE decide seguir subiendo los tipos de interés. El drama de la economía nacional, no de ahora, sino desde hace lustros, no radica tanto en los retos y dificultades que, de uno u otro modo, siempre surgen en el horizonte, sino en su extrema debilidad para poder superarlos por sí misma, sin necesidad de ayuda externa ni padecimientos excesivos por parte de familias y empresas.
Y la única solución para semejante problema consiste en hacer las reformas necesarias para contar con una economía verdaderamente competitiva y una estructura estatal sostenible y eficiente.