Estados Unidos batirá su récord de extracción de petróleo y gas en 2023. Aunque el gobierno de Joe Biden se adhiere formalmente a la "agenda verde" impulsada por distintos organismos internacionales y compartida por muchos otros gobiernos, lo cierto es que el país del Tío Sam no echa el freno a su industria de los combustibles fósiles.
Los datos referidos al petróleo son muy llamativos, puesto que la proyección para cierre de 2023 apunta que Estados Unidos habrá extraído 12,9 millones de barriles y, por lo tanto, las cifras de actividad de la industria se sitúan ya dos veces por encima de las cotas que se alcanzaban hace una década. Esta circunstancia pone de manifiesto el tremendo impacto que ha tenido la revolución extractiva del fracking.
Además de extraer más crudo, los números oficiales muestran que los niveles de producción de gas natural licuado o GNL también están subiendo a pasos agigantados, especialmente con la inauguración de las nuevas terminales de exportación de dicho combustible que se han abierto en torno al Golfo de México, tal y como puede verse en el siguiente mapa elaborado por la EIA, el organismo del gobierno estadounidense que recopila información y datos oficiales sobre el sector energético.
De hecho, si hacemos caso a los datos que maneja la Administración Biden, encontramos que las ventas al extranjero de gas natural licuado producido en suelo norteamericano se van a duplicar en los cuatro próximos años. La capacidad exportadora se multiplicará por 1,1 en México, por 2,1 en Canadá… y por 9,7 en Estados Unidos.
Además, las previsiones hasta 2050 presentadas por la EIA avanzan que este fenómeno irá a más durante las próximas décadas, con aumentos progresivos del número de barriles de petróleo extraídos, el volumen de gas natural licuado producido en suelo estadounidense y cifras cada vez más elevadas de exportaciones de GNL al resto del mundo.
Pero sería un error pensar que esta evolución impide una reducción progresiva de las emisiones de CO2, puesto que la innovación y las progresivas ganancias de eficiencia que está cultivando el sector privado han conseguido que este indicador se reduzca notablemente en los últimos años. Para ser precisos, las emisiones por habitante tocaron techo en 1973, cuando se alcanzó el umbral de 23,1 toneladas de CO2 por persona. Desde entonces, esta métrica ha bajado con fuerza y ya se sitúa en 14,9 toneladas de CO2 per cápita, según datos para 2021. Se trata de una caída del 35,5% y del número más bajo desde 1940, de acuerdo con datos del Global Carbon Budget que recopila Our World in Data, un servicio estadístico de la Universidad de Oxford.
Lo vemos en el siguiente gráfico:
Incluso en términos acumulados, la producción de CO2 en la economía estadounidense está claramente a la baja. Si en 2007 alcanzó los 6.100 millones de toneladas, esta cifra se redujo en 2021 a 5.010 millones. El descenso, pues, es del 18% y supone recuperar las cotas más bajas observadas en la serie del Global Carbon Budget desde 1991.
Así lo pone de manifiesto el gráfico presentado a continuación:
Además, si estudiamos la previsión de emisiones de CO2 para 2023-2024, podemos ver que el gigante norteamericano anticipa una caída del 3%, en línea con la reducción observada en 2022-2023, que también se habría situado en el entorno del 3%. Estos datos, aún no definitivos, confirman que el fenómeno sigue en marcha tras la distorsión producida por las restricciones sanitarias ligadas a la pandemia del covid-19, que redujeron las emisiones en 2020 a raíz de los confinamientos pero aumentaron dicha métrica en los años subsiguientes como consecuencia de la reactivación de la producción.
De modo que, más allá de la "agenda verde" y demás compromisos institucionales, la realidad que observamos en Estados Unidos apunta a una interesante cuadratura del círculo, con menos emisiones pero también mucha más producción energética proveniente de combustibles fósiles, lo que a su vez favorece precios más competitivos para familias y empresas.