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Obligada a compartir piso con su propia okupa: "Me insulta y me agrede, pero no la echan porque es vulnerable"

Yésica alquiló una habitación por necesidad y no solo lleva medio año sin cobrar, sino que le hace la vida imposible a ella y a su madre de 90 años.

Yésica alquiló una habitación por necesidad y no solo lleva medio año sin cobrar, sino que le hace la vida imposible a ella y a su madre de 90 años.
Yésica y su madre, de 90 años, sufren agresiones y vejaciones constantes por parte de su okupa | LM

La inmensa mayoría de los casos de inquiokupación que salen a la luz están protagonizados por inquilinos que alquilan una vivienda, dejan de pagar y se niegan a abandonarla. Sin embargo, tal y como corrobora la Plataforma de Afectados por la Ocupación, este fenómeno también se extiende al alquiler de habitaciones, lo que genera más tensión si cabe, ya que, al perjuicio económico, se suma una convivencia que, en la mayor parte de los casos, se convierte en un infierno.

"Vivo rodeada de suciedad, con mi propia casa destrozada y cerraduras para sentirme segura, pero lo peor de todo son los insultos, las vejaciones y las agresiones físicas que sufro tanto yo, como mi madre de 90 años, que vive conmigo", denuncia Yésica. Así lo atestiguan los vídeos y fotografías que esta enfermera de Alcorcón muestra a Libre Mercado.

Su inquiokupa dejó de pagar el alquiler cuando ella le comunicó que no podría renovarle el contrato porque necesitaba la habitación para su propio hijo. Pero, junto a los impagos, pronto llegaron las amenazas y un maltrato que incluso ha sido ratificado por el juez. "A pesar de todo, le ofrecí quedarse hasta que encontrara algo, pero ni lo busca ni se comporta como una persona normal", lamenta. Año y medio después, tampoco ha conseguido echarla de su casa por la vía judicial: "Me insulta y me agrede, pero no la echan porque, como tiene un hijo, la consideran vulnerable, así que no hay manera, y esto de verdad que es insostenible".

A su juicio, los Servicios Sociales no solo deberían revisar su vulnerabilidad –"es una mujer joven que podría trabajar si ella quisiera"-, sino también tener en cuenta sus antecedentes. "Conseguí localizar a su anterior casero y me dijo que en todos los sitios en los que había estado había hecho lo mismo -explica a LM-. Así que, si ellos quieren buscarle un alojamiento, me parece muy bien, pero yo no tengo por qué ser el escudo social de nadie y menos en estas condiciones".

Una "buena obra"

El origen de esta historia se remonta al año 2022. Por aquel entonces, Yésica se acababa de comprar un piso de segunda mano en Alcorcón, que optó por reformar antes de trasladarse allí con su madre y su hijo pequeño, que padece una discapacidad: "Reformé toda la cocina, el salón, compré electrodomésticos nuevos… Entonces, claro, tenía muchos gastos, porque, además de la hipoteca, tuve que buscar préstamos, así que, cuando ya estaba todo listo, decidí alquilar una habitación". La idea pasaba por que el niño se quedase un tiempo con su padre -el matrimonio hace años que se rompió- y, mientras tanto, ella buscaría una inquilina con la que compartir el piso y obtener así un ingreso extra.

Su hoy inquiokupa tenía el típico perfil del que huye cualquier propietario. Sin embargo, le suplicó ayuda y ella no fue capaz de negarse: "Era una mujer con un hijo menor de edad que no trabajaba, pero decía que Servicios Sociales le iba a pagar el alquiler y, como me enseñó los documentos, decidí ayudarla y hacer una buena obra, porque yo he estado muchos años sola con mis tres hijos y sé lo que se siente".

De las amenazas, a las agresiones

Los problemas llegaron cuando en marzo de 2023, antes de que venciera el primer año de contrato, le comunicó que necesitaba la habitación para su propio hijo y que, por tanto, tenía que irse. "Cuando empezó a vivir ahí ya noté que era algo conflictiva, pero, como yo trabajaba todo el día, no lo comprobé realmente hasta que le mandé el burofax. Ahí ya se volvió loca", denuncia Yésica.

Lo primero fueron las amenazas: "Me decía que iban a venir sus paisanos, porque ella es de Albania, a okupar mi casa". Después, llegaría todo lo demás: "Insultos, vejaciones, golpes, agresiones físicas y hasta robos, porque incluso me robó el colchón de la cama de mi madre". Los audios y vídeos que muestra a Libertad Digital corroboran su versión. Las marcas de los golpes que les propina tanto a ella como a su madre justifican el temor que ambas dicen tenerle.

"El moratón es de un día que le pedí que limpiara el suelo, porque a veces tira agua o aceite para que nos resbalemos, y me empezó a dar con el palo de la fregona. A mi madre, que la trata siempre con mucha delicadeza, la llama ‘vieja prostituta’, la escupe, le echa el humo a la cara y un día hasta le tiró un sillón y le hizo herida en los pies -recuerda entre el dolor y la rabia-. Pero es que, a mi tía, que también tiene 90 años y lleva un marcapasos, vino un día a vernos y le dio con un paraguas en el pecho y hasta le hizo sangre".

"Nadie puede hacer nada"

Fruto de esta pesadilla, la propietaria asegura haber interpuesto más de 30 denuncias. "Algunas, las primeras, me las archivaron por falta de experiencia, pero otras las he ganado", explica Yésica, que no duda en mostrar las sentencias que confirman las condenas por maltrato y lesiones. "El problema es que la condenan a una simple multa diaria, pero no le ponen orden de alojamiento", lamenta.

En paralelo, también ha presentado una orden de desahucio, ya que el contrato se acabó en mayo del año pasado y, aunque luego siguió pagando, ahora lleva seis meses sin hacerlo. Sin embargo, tampoco ha surtido efecto: "Fue desestimada en junio porque, al tener un hijo menor de edad y no trabajar, la consideran vulnerable. He hablado con Servicios Sociales, con la concejala de Servicios Sociales del ayuntamiento, con el Defensor del Pueblo y hasta he escrito a Pedro Sánchez, pero nadie puede hacer nada y yo ya no puedo más".

Versiones opuestas

Su ya inquiokupa asegura que ella también sufre amenazas y agresiones por parte de Yésica. "Incluso me ha llegado a denunciar -reconoce ésta-, pero todas las ha perdido porque las mentiras no se pueden demostrar". Además, acusa a la propietaria, que según ella no vive allí, de no dejarla usar las zonas comunes, hecho por el cual se vería obligada a cocinar en su cuarto. "Ella misma se contradice: si no vivo allí, ¿cómo le voy a prohibir usar la cocina, que es americana, y no tiene puerta?", se pregunta.

El frigorífico sí tiene cerradura. Sin embargo, su versión es muy distinta: "Cuando empezaron los problemas, aquí vivía también un matrimonio peruano, así que cada uno teníamos una balda. A ella le parecía poco y se compró su propia nevera, a pesar de que eso significaba más gasto de luz. Pero es que al poco tiempo empezamos a notar cosas raras en nuestra comida, así que decidimos ponerle una llave". Y no es el único sitio.

Completamente atemorizada

"También he tenido que poner cerradura a las habitaciones, porque a la otra compañera le decía que se acostaba en todas las camas. Y claro, al principio yo trabajaba mañana y tarde y apenas estaba en casa, pero luego cambié el turno para quedarme con las noches y empecé a notar que pasaban cosas muy raras", insiste. A eso se suma el temor a lo que sus allegados puedan hacerle: "Tengo miedo a lo que me pueda pasar dentro de casa, pero también fuera, porque dice que en el barrio tiene muchos amigos albaneses y que hay muchos ojos que me siguen".

Con todo, Yésica vive en estos momentos un auténtico infierno: no tiene otro lugar al que ir y tampoco quiere renunciar a la casa que con tanto esfuerzo sigue pagando, pero no solo no puede llevar a su hijo a vivir con ella en estas condiciones, sino que, encima, se ve obligada a compartir piso con una inquiokupa que le está haciendo la vida imposible. "No hay derecho a que, con la excusa de la vulnerabilidad, se consienta esto", concluye.

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