Todo empezó con Lola Flores. En los años 80, el juicio a la folclórica española marcó un antes y un después. Nunca antes un famoso se había sentado en el banquillo por sus problemas con Hacienda. Y aquello dejó imágenes memorables, desde la entrevista en la que pedía unas pocas pesetas a todos los españoles para salir del paso a su foto en el banquillo de los acusados.
Luego llegaron muchos más. Especialmente desde 2010. En parte porque se necesita recaudar a toda costa. En parte porque son juicios muy mediáticos, que quizás tienen un carácter ejemplarizante más persuasivo que cualquier campaña de publicidad. En parte porque la complejidad de las normas fiscales es cada día mayor, lo que hace muy difícil que alguien esté completamente tranquilo respecto del cumplimiento de sus obligaciones tributarias. Sea cual sea la razón, lo cierto es que menudean los casos en los que algún famoso (de Xabi Alonso a Cristiano Ronaldo, de Ana Torroja a Shakira).
Algunos pelearon y otros pagaron sin rechistar. Muchos reclamaban que eran inocentes, pero que preferían abonar la multa para evitarse un riesgo mucho mayor. Son constantes las quejas sobre los criterios que cambian; sobre lo que antes se permitía y ahora no; sobre lo que está claro y lo que queda a la arbitrariedad del inspector o del juez; sobre la desproporción de los recursos de unos y otros; sobre las consecuencias de un error para unos y para otros.
Esta semana, en La Pizarra de Domingo Soriano, cogemos la excusa de uno de los casos más comentados en los últimos tiempos (el de Ana Duato e Imanol Arias) para preguntarnos si el terreno de juego está equilibrado, si tiene sentido la actual legislación tributaria, si el contribuyente está indefenso ante el poder. Y, sobre todo, si tiene sentido que cometer un delito fiscal, incluso aunque suponga millones de euros y dure varios años, esté más penado que u asesinato, un robo o una violación.