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Alberto Recarte

Efectos de una caída

A pesar de lo ya expuesto en mi anterior artículo, Balance, cotización y tamaño, creo que la caída de las Bolsas podría afectar no sólo a la española, sino al conjunto de la economía española en un futuro inmediato. Y ello porque el porcentaje de ahorro que los españoles tienen hoy invertido en valores bursátiles es relativamente alto y porque los que no tienen las inversiones en valores españoles las tienen, sobre todo, en valores norteamericanos y en dólares, por lo que el efecto neto de los últimos movimientos de Bolsa y tipos de cambio supone una disminución de su riqueza neta.

Un buen ejemplo es el caso de Terra. Hubo un momento en que la capitalización de Terra superaba los 6 billones de pesetas; hoy, tras la fusión con Lycos, sólo alcanza 1,2 billones. En el camino alguien ha perdido -o dejado de ganar- 5 billones de pesetas. Ese alguien es, sobre todo, Telefónica, que tenía el 85% de los títulos y que, hoy, posee alrededor del 30%. Por supuesto que son los accionistas de Telefónica los que han perdido esa enorme masa de capital. Una forma de valorar lo que significan 5 billones de pesetas, es tener en cuenta que, en el año 2000, el aumento total del PIB será, en términos nominales, de alrededor de 8 billones de pesetas. O sea, que estamos hablando de cambios significativos en la riqueza neta de los ahorradores. Y pérdidas, también significativas, han ocurrido en muchos otros valores.

La teoría económica explica que el consumo de las familias, depende, sobre todo en sociedades opulentas, de su nivel de riqueza. Estados Unidos es el paradigma de la riqueza familiar, hasta el punto de que las familias norteamericanas llevan unos años gastando anualmente más de lo que ganan en esos mismos años, por considerar que su riqueza acumulada, su ahorro, se lo permitía. Una conducta racional. Pero si su riqueza disminuye drásticamente -como está ocurriendo al caer la Bolsa- lo lógico es que varíen su comportamiento y consuman mucho menos, con el consiguiente efecto sobre el crecimiento económico y las expectativas de las empresas, que saben que van a poder vender menos, por lo que, en todo caso, restringirán inversiones para hacer nuevas ampliaciones.

Como consecuencia de la caída de las Bolsas americanas, y de la nuestra, así como del menor crecimiento de la economía norteamericana, y quizá también de la economía europea, y de la apreciación del euro, que complica nuestras ventas al exterior, la economía española debería sufrir un frenazo en su crecimiento; y así parece indicarlo, al menos, el índice de producción industrial del mes de octubre, que ha crecido sólo el 0,8% en tasa interanual.

Sin embargo, el descenso del precio del petróleo, que además se paga en dólares, el aumento del número de personas ocupadas y la posibilidad de que hayan tocado techo los tipos de interés del euro, son factores que deberían contribuir a relanzar el crecimiento económico.

Si no se hubiera producido una caída tan fuerte de los valores bursátiles en todo el mundo, el resultado sería, probablemente, el mantenimiento de la tasa de crecimiento en torno al 3,5%- 4%. Pero el descenso brusco de la Bolsa y nuestra falta de experiencia en la medición de en cuánto nos va a afectar la disminución de la riqueza bursátil, me hace -al menos a mí- ser mucho más prudente y vaticinar un aumento del PIB de entre el 2,5% y el 3% para 2001. Pero, repito, no tenemos suficientes ejemplos históricos para evaluar correctamente el efecto de la disminución de la riqueza -en las sociedades prósperas y la española lo es- en el comportamiento de las familias y las empresas.

Esa incertidumbre es, acaso, el mayor de los problemas. El temor a los efectos de una caída brusca de las Bolsas es lo que hace dudar a Greenspan sobre la política monetaria más adecuada, porque la importancia de la Bolsa es un fenómeno nuevo que no es fácil de ponderar, y en Estados Unidos menos que en ningún otro país.

Esa incertidumbre, por último, pesa también en España, aunque nuestro ciclo no está tan avanzado como el norteamericano. Por eso, un crecimiento de entre el 2% y el 3% del PIB sería un magnífico resultado, que podría mejorarse si la incertidumbre sobre la riqueza bursátil se despejara, lo que ocurriría si los principales valores estabilizaran su cotización.

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