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Francisco Capella

El Día del Trabajo

Resulta paradójico que el Día del Trabajo sea un día de fiesta y descanso oficial, y es también extraño que el centro de la atención esté en los sindicalistas, esos poderosos personajes "liberados" de la obligación de trabajar. Representan (es un decir) a una ínfima minoría de trabajadores políticamente organizados, pero pretenden hablar y negociar en nombre de todos, y todos deben sufrir sus imposiciones, les interese o no. Afirman que los trabajadores (y trabajadoras, faltaría más) los necesitan para defender sus derechos, pero no les dejan prescindir de sus servicios. Claro que uno puede renunciar a afiliarse a un sindicato, pero la negociación laboral individual es inadmisible.

Año tras año se repite el mismo ritual: los líderes sindicales se echan flores, se felicitan a sí mismos, se presentan a la sociedad como benéficos e imprescindibles, descalifican a los gobernantes que no les hacen caso y desautorizan a quienes les critican defendiendo los auténticos derechos individuales contra los presuntos "derechos sociales". El líder sindical típico es un colectivista que se cree que entiende los problemas sociales y que conoce las soluciones, pero todo su pensamiento (es otro decir) se basa en ideologías falaces, trasnochadas, nocivas e inoperantes.

Creen por ejemplo que las convulsiones de los mercados de valores, la recesión económica, los despidos masivos y los problemas generalizados de las empresas son causados por el libre mercado no regulado, cuando en realidad son la consecuencia lógica de la intervención coactiva del Estado sobre las instituciones monetarias y crediticias. Creen que son los contratos temporales los que causan inestabilidad, cuando es justo al contrario, es la inestabilidad causada por las medidas socialistas la que obliga a las empresas a recurrir a la temporalidad.

Detestan el cambio, que podría desalojarlos de sus poltronas. Están convencidos de que no hay progreso social ni relaciones laborales ordenadas sin su intervención. Para distraer la atención de lo poco que saben de economía (la conciben como un conflicto entre capital y trabajo), y para incrementar su poder e influencia, hablan mucho de derechos de la mujer, de salud, de pensiones, de educación, de formación profesional, de medio ambiente. Es curioso que, en un mundo tan especializado, no se dediquen sólo a lo suyo, que es defender los intereses de los trabajadores afiliados.

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