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Francisco Capella

Veneno neokeynesiano

El economista (es un decir) de inspiración keynesiana, Paul Krugman, acaba de mostrar que las viejas falacias nunca mueren. Según él, el espantoso atentado terrorista de las Torres Gemelas "podría incluso ser positivo para la economía" por dos posibles efectos favorables: el aumento del gasto empresarial por la necesaria reconstrucción de los edificios de oficinas y el "rápido aumento del gasto público" para luchar contra la recesión (evitando "irresponsables reducciones fiscales a largo plazo"). Llega a afirmar que "si la gente se apresura a comprar agua embotellada y alimentos enlatados, eso en realidad impulsará la economía".

Krugman cree que "lo que ha motivado la ralentización económica ha sido una caída en la inversión empresarial", con lo cual demuestra que confunde los efectos con las causas. La causa de la crisis económica es el exceso de inversiones equivocadas provocado por la reducción artificial y coactiva de los tipos de interés por parte del Estado. La crisis sucede cuando las empresas se dan cuenta de que están produciendo bienes que los consumidores no desean: para corregir el error son necesarias las desinversiones y la reasignación de recursos; no se trata de aumentar la inversión empresarial de cualquier manera.

Si la necesidad de reconstruir algo es tan bueno para la economía, no sé a qué esperamos para dejar libre nuestro lado vandálico: destrocémoslo todo, que luego la economía mejorará. Esta estupidez, equivalente a la falacia del cristal roto (que "activa" la economía porque da trabajo al cristalero), se repite a menudo después de cada guerra o catástrofe. Pero ¿usted qué prefiere, disfrutar de bienes ya en su posesión, o tener que matarse a trabajar para conseguirlos? Un grave error de los keynesianos es creer que la economía va bien si se trabaja mucho: olvidan que el ser humano, por lo general, no desea trabajar, sino disfrutar de bienes de consumo con el mínimo esfuerzo posible. Toda destrucción es mala. Los recursos que se emplean en la reconstrucción no pueden emplearse en otras actividades productivas que sí serían posibles si no se hubiera producido la destrucción. Además la reconstrucción no es necesaria de forma absoluta, y sólo se llevará a cabo si se considera que es rentable.

Como a Krugman no le preocupa investigar cuáles pueden ser las motivaciones de las personas al actuar, insiste en la irracionalidad ocasional de los mercados: pero si él sabe cuándo los mercados se comportan irracionalmente, ¿cómo es que no se aprovecha de ello para hacerse multimillonario? Respuesta: porque no hay tal comportamiento irracional. Los participantes en el mercado se enfrentan a limitaciones cognitivas insalvables, pero siempre actúan creyendo que lo hacen del mejor modo posible. Los errores no pueden conocerse a priori.

La clásica respuesta keynesiana a la recesión económica, un aumento temporal del gasto público, se ha demostrado fallida una y otra vez. Pero los socialistas no pueden evitarlo. Creen que los ciudadanos son idiotas que no saben gastar su dinero, así que el Estado debe arrebatárselo y gastárlo en su lugar. Eso sí, con el asesoramiento de necios muy influyentes.

En Libre Mercado

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