A corto plazo, la mayor incertidumbre sobre nuestro futuro económico es la evolución de las Bolsas. Por supuesto que es más importante lo que está pasando con el consumo y las decisiones de inversión, pero la Bolsa permite una valoración en tiempo real de parte de nuestro patrimonio, porque el fundamental sigue siendo el inmobiliario y los valores que representan la deuda pública y las obligaciones de empresas solventes.
Hace meses hice referencia a que la Bolsa tendría que descender hasta que los PER, la relación entre la valoración total de la empresa y los beneficios, se situará en torno a 15 o 20, el nivel histórico en el que se movieron las cotizaciones hasta 1997. A partir de ese año, la fiebre de las tecnológicas y las punto com llevó ese ratio hasta las 50, 75 o 100 veces. Una atrocidad sin sentido, que sólo se justificaba si las empresas que las disfrutaron fueran capaces de multiplicar por los mismos factores sus beneficios futuros. Y realmente hubo un tiempo en que esto parecía posible; era cuando algunos creían que existía algo parecido a una “nueva economía”. A lo largo de los últimos dieciocho meses se han ido ajustando las cotizaciones de los valores tecnológicos, aunque el desplome de los beneficios esperados obliga a una nueva reducción de la valoración hasta alcanzar ratios PER normales, en torno a 10 o 15.
Los atentados terroristas han destruido algo más de 2 millones de metros cuadrados de oficinas en Nueva York y hecho disminuir la actividad –presente y futura– de algunos sectores como la aviación, hoteles, ocio en general y suministradores de bienes y servicios para los directamente afectados. Los nuevos resultados esperados de todos ellos obligan a una nueva valoración en Bolsa para que los PER se sitúen en ratios lógicos. Ocurre, sin embargo, que el valor del patrimonio en Bolsa había descendido ya de una forma considerable y este nuevo ajuste, definitivamente, rebaja la riqueza de las familias que, ahora sí, no tendrán más remedio que ajustar su consumo.
El castillo de naipes se desmorona. En la Bolsa española, hacia finales de 1999, la capitalización de todos los valores que cotizaban –con independencia de que los propietarios fueran residentes o no residentes– sumaba alrededor de 60 billones de pesetas. Hoy es posible que esa cifra oscile entre 30 y 40 billones. Una pérdida sustancial de riqueza teórica, que también aquí afectará al consumo.
Los atentados terroristas han creado desequilibrios en los que nadie había pensado hacía unas semanas y han acelerado un proceso que estaba en marcha y que, probablemente, se habría producido a lo largo de varios meses, dando tiempo a que las empresas reajustaran su producción y sus equipos y a que los consumidores fueran aceptando la nueva realidad. Ese tiempo de ajuste se ha acortado y ha precipitado la recesión. Ahora queda por saber cuánto tiempo tardarán las empresas, los gobiernos y los consumidores en relanzar, nuevamente, su gasto y su inversión, sobre bases más modestas. Los optimistas, como Greenspan, creen que es cuestión de meses. Yo me alineo con los que creen que es necesario un plazo más largo, al menos todo el año próximo.
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