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Francisco Capella

Los bienes o la vida

El clásico salteador de caminos reclamaba a sus víctimas "la bolsa o la vida". Se suele elegir entregar la bolsa, aunque sin ella la vida es menos fácil, pero es que sin vida el dinero y la riqueza no sirven para mucho (y además seguro que una vez tomada la vida el ladrón tomaría también la bolsa, entendiendo que la disyunción no era necesariamente excluyente). Un bandolero moderno que dominara el lenguaje económico exigiría "los bienes o la vida". Sería redundante denominarlos bienes materiales, ya que los servicios o bienes inmateriales es difícil enajenarlos y llevárselos consigo.

Los defensores del Estado socialista, esa institución coactiva que legaliza y profesionaliza la confiscación sistemática de la riqueza, ya no se conforman con los bienes de nuestra bolsa: los dejan condescendientes al mercado, pero a cambio de controlar las vidas de sus súbditos. Lo afirma públicamente Fernando Henrique Cardoso, presidente de Brasil: "El Estado debe ser el gestor de la vida, y el mercado, el gestor de los bienes. Y la vida debe prevalecer sobre los bienes". Gestionar: administrar, controlar, mandar.

O sea, que defiende un Estado "ecológico" (¿?) que se ocupe de la vida y que esté por encima del mercado. Es decir un Estado que pueda inmiscuirse en absolutamente todo, porque todo lo que hacen las personas es vivir y actuar para vivir más y mejor. Y es mediante los bienes que esto se consigue. Separar los bienes de la vida es una estupidez: Cardoso mismo reconoce que "es más cómodo no pensar", lo sabrá por su propia experiencia. En su estrategia envolvente de confusión, el Estado parece dejar en paz al mercado cuando en realidad lo controla mucho más férreamente porque ahora no se queda en los medios sino que abarca también su finalidad última.

Porque según él "el mercado no se ocupa de la vida, la gente, las personas, la salud, la educación, la seguridad, la cultura, el medio ambiente". Vivimos en una fantasía onírica. No hay mercado de la salud: no hay hospitales privados, ni médicos independientes, ni empresas farmacéuticas. No hay mercado de la educación: como yo no estudié en un colegio público, no estudié en ninguna parte; y mis clases en una universidad privada son un error de mi memoria. No existen los vigilantes de seguridad sin uniforme oficial, ni los teatros no estatales, ni las editoriales privadas. Los dueños de espacios naturales no los cuidan, dejan que mueran y se devalúen. Tal vez algún día despertemos de este sueño en el que tratamos no con personas, sino con fantasmas.

El bandolero, al menos dejaba elegir, se jugaba su propio pellejo, no pretendía actuar por el bien de los atracados, y una vez cometido el delito se marchaba y los dejaba en paz. Los socialistas no nos conceden ni eso. Quieren nuestra vida, y esta incluye nuestros bienes.

En Libre Mercado

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