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Francisco Capella

La agricultura social

Lo "social": pocas palabras hay tan hermosas en su realidad y a la vez tan repugnantemente distorsionadas en el actual lenguaje políticamente correcto. Su significado auténtico y valioso está en lo referente a la sociedad, al orden espontáneo de relaciones libres y enriquecedoras entre múltiples seres humanos. Pero los colectivistas la utilizan como excusa para perpetrar todo tipo de agresiones políticas que en realidad son antisociales. Para pervertir un concepto basta con adjetivarlo como "social": justicia social, derechos sociales, economía social de mercado, socialdemocracia, seguridad social.

Y ahora agricultura social. Los gobernantes de la Unión Europea y unos cuantos países más de la Organización Mundial de Comercio se niegan a eliminar los subsidios a sus agricultores y las barreras proteccionistas a los productos agrícolas del Tercer Mundo. En realidad lo hacen porque temen las consecuencias: movilizaciones violentas, deterioro de su imagen pública y posible pérdida de votos. La penosa excusa es que la agricultura tiene "carácter social, cultural y medio ambiental, por lo que no puede ser tratada como cualquiera otra industria". Pero ¿existe alguna actividad económica que no tenga carácter social? Lo de cultural no sorprende, ya que es otra de las palabrejas que sirven para pseudojustificar cualquier cosa en esta lamentable Europa nuestra, tan gastronómicamente culta y a la vez tan necia. Y lo medioambiental está en boga en todo el mundo. Todo con tal de evitar el mercado libre, el riesgo, la incertidumbre, la responsabilidad y la competencia.

Un porcentaje ínfimo de trabajadores políticamente organizados se llevan la parte del león del presupuesto de la UE. El agricultor no produce para el intercambio y el consumo ajeno: produce para la subvención. Si el último mohicano era un héroe admirable, los últimos agricultores europeos son unos parásitos sin escrúpulos. Especialmente nuestros vecinos franceses, los vándalos quemadores de camiones representados por ese cínico indeseable que es José Bové. Creen tener derecho a mantener su ineficiente e incompetente modo de vida a costa de los demás. Sobre todo a costa de mantener en la pobreza a los países menos desarrollados. A ver si se dignan a cambiar de profesión o a ejercerla respetando la libertad ajena.

Es posible que algunos agricultores europeos sean honestos y quieran librarse del intervencionismo político, pero deben estar muy bien escondidos. Pocas cosas hay tan absurdas para el desarrollo económico como destruir alimentos, imponer cuotas máximas de producción, eliminar cultivos o prohibir intercambios comerciales. La Política Agraria Común es un gigantesco disparate, pero ahí sigue. De momento la OMC parece impotente frente a la agricultura "social". ¿O será socialista?

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