Libertad Digitalha resumido en cinco artículos la conferencia Análisis de la economía cubana. Proyecciones para una reconstrucción pronunciada por su presidente en el ciclo que la Fundación Hispano Cubana dedicó al centenario de la constitución de la Isla.
Pocas economías en el mundo funcionan tan mal como la cubana. En su caso, se unen los problemas de las antiguas economías del socialismo real —el falseamiento de estadísticas, la fijación administrativa de precios, la falta de criterios de inversión— con los propios de los países africanos descolonizados. El descenso del nivel de vida que se sigue produciendo en Cuba sólo es similar al que tuvo lugar en las ex-colonias europeas en África, tales que Argelia, Zimbabwe, Angola o Guinea Ecuatorial. Comparte con estos países africanos la falta de nuevas inversiones en infraestructuras, la asombrosa duración de las que dejaron construidas los colonizadores y el sustancial aumento de la población que, en Cuba, se ha doblado desde 1959, aunque han huido, o han sido expulsados de la isla, más de un millón de personas. Y tal y como hicieron los países socialistas, y siguen haciendo muchos de los africanos, ha reducido su nivel de vida hasta poder vivir con las importaciones que puede comprar con la generación de divisas que logra exportando. El comercio exterior marca el nivel de vida, porque es el escenario en el que de verdad se compite. Y, en este campo, Cuba exporta menos hoy que lo hacía, en términos cuantitativos, en 1959, antes del castrismo.
Se puede ser optimista de cara al futuro, siempre que se produzca una decidida transición política a la democracia. Sin democracia no habrá más que miseria. El análisis de los múltiples factores negativos que podrían pesar en una Cuba democrática podría hacer caer en la desesperanza. Sin embargo, la mayor parte de esos aspectos negativos los comparte con una pléyade de países, latinoamericanos y africanos, que intentan, a pesar de todo, salir del subdesarrollo. Comparte con los latinoamericanos la corrupción, el poder de los narcotraficantes, el endeudamiento exterior, la destrucción de las clases dirigentes y la extensión del populismo. Con los países africanos comparte el deterioro educativo y la desaparición del estado de derecho. Y con los países socialistas y ex-socialistas, el reparto entre las mafias de las empresas públicas.
Tiene, sin embargo, más potencialidades que casi ningún país iberoamericano. Ninguno tiene un movimiento disidente como el cubano, sólo comparable al de la República Checa durante el socialismo. Ninguno tiene una población emigrante instalada en Estados Unidos de un tamaño y éxito semejante. Ninguno puede tener las “rentas de localización” de que podría disfrutar en un futuro la República de Cuba. Y con ninguno se ha mostrado tan abierto los Estados Unidos de América.
Si Castro consiguiera morir en la cama, el cambio sería más difícil. En la experiencia histórica las transiciones políticas hacia la democracia ocurren cuando hay golpes de estado o, si los dictadores mueren pacíficamente, cuando la población tiene un cierto nivel de vida, la corrupción es limitada, hay instituciones que reconocen el derecho a la libertad no política y a la propiedad y el inmediato entorno internacional está constituido por países democráticos; y aunque es verdad que Cuba está cerca de Estados Unidos también lo está de Venezuela, Haití y México. Si a Castro le sucediera una clase política mafiosa, el país viviría mejor en todo caso, aunque al turismo en expansión le acompañarían una prostitución todavía mayor de la que hoy existe y un narcotráfico que es cada vez más poderoso en países cercanos.
Si los militares cubanos, —al menos una parte—, apoyaran un golpe de estado, ahora o a la muerte de Castro, contarían con una excepcional clase política, los miles de disidentes que continuan viviendo en Cuba y que, a riesgo de sus vidas y libertad, han sido capaces de enfrentarse al castrismo, defendiendo valores democráticos desde todos los posibles puntos de vista políticos. La existencia de esta clase política es la única garantía que tiene Cuba de que su futuro puede ser diferente. Si esto ocurriera, si se impusieran los valores democráticos, los retos económicos, por no hablar de los políticos, serían formidables, pero habría esperanza.
La historia no está escrita de antemano ni nada es inevitable. Lo que ocurra en un futuro en Cuba dependerá de cómo y cuándo desaparezca Castro y de cómo el movimiento disidente y el exilio exterior sean capaces de coordinarse y convencer al resto de los cubanos —en especial a los que hoy detentan el poder en segundos niveles— de que la Cuba que ellos proponen será más próspera y pacífica que la que proclama la revolución castrista.
Artículos anteriores de la serie:
1. Los datos
2. La pobreza
3. El futuro: lo negativo
4. El futuro: lo positivo
Pocas economías en el mundo funcionan tan mal como la cubana. En su caso, se unen los problemas de las antiguas economías del socialismo real —el falseamiento de estadísticas, la fijación administrativa de precios, la falta de criterios de inversión— con los propios de los países africanos descolonizados. El descenso del nivel de vida que se sigue produciendo en Cuba sólo es similar al que tuvo lugar en las ex-colonias europeas en África, tales que Argelia, Zimbabwe, Angola o Guinea Ecuatorial. Comparte con estos países africanos la falta de nuevas inversiones en infraestructuras, la asombrosa duración de las que dejaron construidas los colonizadores y el sustancial aumento de la población que, en Cuba, se ha doblado desde 1959, aunque han huido, o han sido expulsados de la isla, más de un millón de personas. Y tal y como hicieron los países socialistas, y siguen haciendo muchos de los africanos, ha reducido su nivel de vida hasta poder vivir con las importaciones que puede comprar con la generación de divisas que logra exportando. El comercio exterior marca el nivel de vida, porque es el escenario en el que de verdad se compite. Y, en este campo, Cuba exporta menos hoy que lo hacía, en términos cuantitativos, en 1959, antes del castrismo.
Se puede ser optimista de cara al futuro, siempre que se produzca una decidida transición política a la democracia. Sin democracia no habrá más que miseria. El análisis de los múltiples factores negativos que podrían pesar en una Cuba democrática podría hacer caer en la desesperanza. Sin embargo, la mayor parte de esos aspectos negativos los comparte con una pléyade de países, latinoamericanos y africanos, que intentan, a pesar de todo, salir del subdesarrollo. Comparte con los latinoamericanos la corrupción, el poder de los narcotraficantes, el endeudamiento exterior, la destrucción de las clases dirigentes y la extensión del populismo. Con los países africanos comparte el deterioro educativo y la desaparición del estado de derecho. Y con los países socialistas y ex-socialistas, el reparto entre las mafias de las empresas públicas.
Tiene, sin embargo, más potencialidades que casi ningún país iberoamericano. Ninguno tiene un movimiento disidente como el cubano, sólo comparable al de la República Checa durante el socialismo. Ninguno tiene una población emigrante instalada en Estados Unidos de un tamaño y éxito semejante. Ninguno puede tener las “rentas de localización” de que podría disfrutar en un futuro la República de Cuba. Y con ninguno se ha mostrado tan abierto los Estados Unidos de América.
Si Castro consiguiera morir en la cama, el cambio sería más difícil. En la experiencia histórica las transiciones políticas hacia la democracia ocurren cuando hay golpes de estado o, si los dictadores mueren pacíficamente, cuando la población tiene un cierto nivel de vida, la corrupción es limitada, hay instituciones que reconocen el derecho a la libertad no política y a la propiedad y el inmediato entorno internacional está constituido por países democráticos; y aunque es verdad que Cuba está cerca de Estados Unidos también lo está de Venezuela, Haití y México. Si a Castro le sucediera una clase política mafiosa, el país viviría mejor en todo caso, aunque al turismo en expansión le acompañarían una prostitución todavía mayor de la que hoy existe y un narcotráfico que es cada vez más poderoso en países cercanos.
Si los militares cubanos, —al menos una parte—, apoyaran un golpe de estado, ahora o a la muerte de Castro, contarían con una excepcional clase política, los miles de disidentes que continuan viviendo en Cuba y que, a riesgo de sus vidas y libertad, han sido capaces de enfrentarse al castrismo, defendiendo valores democráticos desde todos los posibles puntos de vista políticos. La existencia de esta clase política es la única garantía que tiene Cuba de que su futuro puede ser diferente. Si esto ocurriera, si se impusieran los valores democráticos, los retos económicos, por no hablar de los políticos, serían formidables, pero habría esperanza.
La historia no está escrita de antemano ni nada es inevitable. Lo que ocurra en un futuro en Cuba dependerá de cómo y cuándo desaparezca Castro y de cómo el movimiento disidente y el exilio exterior sean capaces de coordinarse y convencer al resto de los cubanos —en especial a los que hoy detentan el poder en segundos niveles— de que la Cuba que ellos proponen será más próspera y pacífica que la que proclama la revolución castrista.
Artículos anteriores de la serie:
1. Los datos
2. La pobreza
3. El futuro: lo negativo
4. El futuro: lo positivo