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Alberto Recarte

Perspectivas económicas tras la huelga

La huelga general del 20 de junio fue convocada porque los sindicatos saben que hace tiempo que terminó la parte expansiva del ciclo; una expansión que ha durado ocho años y creado, y en parte aflorado, más de cuatro millones de puestos de trabajo.

Desde un punto de vista económico, la huelga no es importante, pero traduce la información que tienen los sindicatos: un crecimiento muy tenue de la actividad que, sin duda, les ha decidido para ir adelante con su proyecto de paralizar la vida económica durante un día, a sabiendas de que en la industria no iban a encontrar mucha oposición a dejar de producir una jornada. Han identificado la ralentización –equivocadamente desde mi punto de vista– con debilidad gubernamental y han contado con el incondicional apoyo del PSOE. Para el futuro, la huelga es irrelevante, pero quizá precipite la toma de decisiones por parte de los empresarios que, además de no tener dudas de que se va a extender la fase descendente del ciclo, empezarán a temer la intransigencia sindical; y en consecuencia, paralizarán, todavía más, la inversión en bienes de equipo y en cualquier proceso de aumento de la capacidad productiva.

Como en Estados Unidos, la actividad económica española se sostiene sobre el aumento del consumo privado y el sector de la construcción. Este modelo de crecimiento no es sostenible a medio plazo. De hecho, la actividad económica se mantiene sobre esos dos pilares desde hace bastante tiempo, desde mediados de 2001; pero, sin el apoyo del crecimiento de las exportaciones y la inversión en bienes de equipo, a lo máximo que podemos aspirar es a lo que tenemos en este momento: un crecimiento en torno al 2 por ciento del PIB.

Es cada vez más evidente que la economía de todo el mundo se mueve en un solo ciclo que encabeza Estados Unidos. Los demás seguimos la estela que marcan los norteamericanos. Durante periodos de tiempo cortos, dos o tres años, algunas economías nacionales, como la española, pueden mantener un nivel de actividad general independiente de la del conjunto si gozan internamente de equilibrio fiscal y cierta relajación monetaria. Pero no es posible crecer indefinidamente cuando no lo hacen el resto de los países desarrollados. La economía americana, que sobreinvirtió en nueva economía, con el consiguiente exceso de capacidad en la mayoría de las empresas, se está ajustando. El ajuste consiste en reducir el activo de las empresas, porque hay que dar de baja muchas inversiones. En el pasivo, el ajuste lo tienen que pagar los acreedores y los accionistas, y las cotizaciones de las empresas si están en bolsa.

Las pérdidas de valor que han supuesto los excesos de la nueva economía han sido cifradas en cuatro millones de millones de dólares. Es una cifra enorme, que todavía no se ha asimilado totalmente, que tiene un reflejo inmediato, entre otras variables, en las cifras de endeudamiento de compañías antes sólidas, como las telecomunicaciones, y que afectan a sus posibilidades de hacer nuevas inversiones. Cuando esas pérdidas monstruosas recorran todo el camino hasta los inversionistas últimos, estaremos en condiciones de volver a crecer.

Hasta ahora, gracias a una política monetaria enormemente expansiva, ha sido posible que el ajuste fuera bastante indoloro, pero muy lento, porque los costes financieros son muy bajos y porque los bancos no han sido –como en todos los ciclos anteriores– los financiadores últimos de ese proceso de expansión. Además, porque los consumidores dedican sus enormes reservas de liquidez a la compra de activos inmobiliarios.

La economía norteamericana está creciendo en torno al 1,5 por ciento interanual. Conviene distinguir entre las tasas interanuales e intertrimestrales. En Estados Unidos es más frecuente poner el énfasis en las tasas de crecimiento intertrimestrales –entre un trimestre y el siguiente– porque da información sobre la tendencia, que es determinante para saber cómo podrán evolucionar las bolsas, que tienen un peso muy superior al que tienen en otros países. Por ejemplo, la última tasa de crecimiento intertrimestral de Estados Unidos, entre el cuarto trimestre de 2001 y el primero de 2002 fue del 1,4%, que elevado a la base anual –es decir, suponiendo que ese crecimiento se mantiene durante los tres trimestres siguientes o lo que es lo mismo, multiplicando por cuatro– es el 5,6%. En el caso de España, la tasa intertrimestral de crecimiento de la economía es también superior a la interanual. Esta última está en torno al 2% y la primera es de casi el 2,6%. En momentos de cambio de tendencia, con alteraciones bruscas en la conducta y en el movimiento de inventarios, como el actual, la fase intertrimestral nos puede desorientar; creo que es mucho más seguro fijarse en la interanual.

Hemos dicho que en Estados Unidos el proceso de ajuste es menos doloroso y más largo de lo previsto. Igual ocurre en Europa. En Estados Unidos, el proceso, que parecía que podía terminar, según los más optimistas, en la segunda parte del año, se va alargar, quizá hasta bien entrado 2003.

En España, con los lógicos retrasos, el proceso será similar. Si la confianza en que finalmente se producirá una recuperación mundial se mantiene, podremos seguir creciendo cerca del 2 por ciento por un tiempo limitado. Si, a principios de 2003, las perspectivas siguen siendo negativas, se perderá la confianza de los consumidores y el crecimiento descenderá, acercándose al 1 por ciento.

A finales de 2001, en Libertad Digital, adelantaba, para 2003, mi opinión sobre la economía española. Cifraba el crecimiento en el 2 por ciento y la inflación también en esa cifra. Es muy posible que el crecimiento se sitúe en ese entorno del 2 por ciento y que la inflación sea claramente superior a lo que yo había supuesto. Mi equivocación fue haber olvidado un principio fundamental, nuestra pertenencia a la Unión Monetaria, que se va a traducir en continuas subidas de la inflación en España, por encima de la media de la Unión Monetaria, hasta que se igualen muchos de los bajos precios de bienes y servicios españoles con los de los otros países miembros de la Unión, y eso significa –este año– que si la inflación media europea se sitúa cerca del 2 por ciento en España, será, al menos, un punto superior.

En Libre Mercado

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