Menú
Tibor R. Machan

La narcosis del estado benefactor

Desde hace tiempo, la mayoría de los economistas mantienen que el mercado libre es mucho más eficiente en la asignación de recursos que cualquier otro sistema, incluyendo al estado benefactor. Pero muchos humanitarios responden que lo más importante es que a todos les vaya bien en la sociedad y de allí surge la coacción para distribuir “equitativamente” el bienestar.

¿Por qué incluso gente práctica sueña de esa manera? Claro que unos buscan poder para manejar las cosas y dirigir los recursos hacia los proyectos que les interesan. Pero yo no me refiero a la motivación de esos que buscan disfrazar sus propios intereses bajo el manto de la beneficencia pública. Sino que hay gente que de verdad cree que el estado benefactor es más justo, más decente, más cristiano que la sociedad libre. Ellos creen que la gente no es suficientemente buena como para hacer lo correcto y que ello conduce a la miseria de otros. Por eso insisten que necesitamos el estado benefactor para remediar los males de la humanidad.

El problema es que los fundamentos son falsos. Piensan que los hombres y mujeres libres no son lo suficientemente buenos para hacer las cosas como se deben hacer, pero apenas se colocan a esos mismos hombres y mujeres en cargos gubernamentales, entonces sí harán lo que se debe hacer. En otras palabras, como un porcentaje sustancial de personas no es generoso y decente, creen que dándoles a algunas de esas mismas personas el poder de hacer el bien, se resolverán los problemas de los más necesitados.

Si esa misma gente, hombres y mujeres libres, no hacían lo que debían hacer cuando disfrutaban de su poquito poder, ¿van acaso a cambiar radicalmente para bien al convertirse en poderosos administradores de un ente gubernamental?

¿Quién puede en realidad creer que la gente se vuelve mejor en la medida que aumenta su poder sobre los demás? ¿No sería más lógico esperar exactamente lo contrario, que se vuelvan más malos?

La famosa frase de Lord Acton nos recuerda que “el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Suena lógico. A medida que la gente se hace más poderosa, comienzan a obligar a otros a hacer lo que a ellos les conviene, ignorando que esos otros tienen sus propios intereses y preferencias. Y lo más grave es que cuando se usa el poder sobre otros la posibilidad de hacer el mal es inmensa.

Algunos argumentan que el poder concentrado en manos de gente benévola y decente es positivo y conveniente. Eso lo pongo en duda porque aún los mejores y más inteligentes saben menos sobre lo que le conviene a los demás que cada uno de los miembros de esa gran masa de gente, quienes sí saben qué es lo que más le conviene a ellos y a su familia. Además, ni las democracias ni las dictaduras logran concentrar a los mejores en la cima del poder.

Algunos economistas modernos han desarrollado la teoría llamada de “elección pública” que explica bien lo que aquí exponemos. Mantienen que las motivaciones de la gente en el gobierno no tienden a ser mejores que las motivaciones de la gente en el mercado. La mayoría de las personas buscan satisfacer sus propios objetivos antes de pensar en los demás. Eso funciona bien en el mercado, pero esa misma gente que en su vida particular respeta el imperio de la ley al alcanzar un cargo público puede hacer mucho daño.

Quienes creen en el estado benefactor creen también que los funcionarios del gobierno son mejores personas que los demás. Deben leer un poco de historia y también los periódicos.

Tibor R. Machan es profesor de la Chapman University y académico asociado del Cato Institute.

© AIPE

En Libre Mercado

    0
    comentarios