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Francisco Capella

Consumo y libertad

Adela Cortina, catedrática de Ética y Filosofía Política, es un caso típico del intelectual colectivista que se cree moralmente superior y se pasa la vida sermoneando y difundiendo falacias burdas de forma sofisticada. Cree Cortina que estamos en la Era del Consumo "desde que nació la producción en masa haciendo necesario el consumo masivo en una parte de la humanidad". Ignorante suma en materia económica, no se da cuenta de que la producción en masa hace posible el consumo que las personas desean, no lo hace obligatorio: por eso algunas empresas quiebran, porque lo que producen no es suficientemente valorado por los consumidores. Los consumidores no son esclavos de los productores. No se consume para que otros produzcan, sino que se produce para que otros consuman.

Los colectivistas son metomentodo incapaces de aceptar la libertad de los demás para hacer pacíficamente lo que les dé la gana con su dinero. Desde hace milenios repiten lo buena que es la vida sencilla y contemplativa del que renuncia a casi todo y se abstiene de consumir. Pero no suelen predicar con el ejemplo.

Es la misma letanía crítica del consumo de todas las navidades, enunciada en plurales colectivos ilegítimos: consumimos demasiado, consumimos irreflexivamente, consumimos de forma no equitativa, consumimos por envidia, compramos por comprar, comercializamos el cariño. Como la primera persona del plural incluye al sujeto hablante, podemos deducir que la profesora Cortina es una pésima consumidora, por lo cual sorprende que quiera dar consejos a los demás. Y convendría que explicara cómo conoce tan bien las vidas ajenas para criticarlas de forma tan dura. ¿No será que simplemente repite tópicos obsoletos dirigidos a la parroquia de sus poco críticos fieles?

Cortina habla de construir una ética del consumo, tal vez para promocionar su último libro. Se pregunta si nuestro consumo es elegido libremente, justo en la distribución de bienes, y felicitante. Sorprende que no conozca las respuestas: somos libres si no nos agreden o coaccionan; hay justicia si se respetan los derechos de propiedad; todo consumo es a priori felicitante, y si uno se arrepiente puede aprender o utilizar las múltiples garantías de satisfacción de los vendedores. Se plantea "¿por qué los ciudadanos, por qué los protagonistas de la vida personal y compartida no asumen las riendas de su forma de consumir y la llevan hacia donde verdaderamente desean?" Es incapaz de imaginar que los ciudadanos son personas maduras que ya hacen todo eso, que no son "esclavos de voluntades ajenas", que sólo son esclavos de los colectivistas que viven cómodamente a costa de los productivos.

Cortina quiere educarnos en el consumo porque no somos racionales, no estamos informados, no sabemos relacionar calidad y precio, consumimos por hábito, por motivos inconscientes, por envidia, para consolarnos de nuestros fracasos, para mostrar una personalidad. Hay un consumo realmente ilegítimo que raras veces se critica: el que se basa en bienes robados, en dinero confiscado mediante impuestos, en subsidios obtenidos mediante coacción. Es el consumo de los políticos, de los burócratas, de los grupos parasitarios organizados. Es el consumo de Adela Cortina.

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