La Comunidad de Madrid ha experimentado un crecimiento sin igual en los últimos años, con un protagonismo de la inversión extranjera. Pero su importancia y significación política va mucho más allá: Madrid se ha convertido en tierra de acogida, porque es el único lugar de España (casi) donde aún no te preguntan de dónde vienes, y no lo hacen porque la respuesta no tiene interés ni utilidad alguna ni para quien pregunta ni para quien contesta. Es tierra de acogida también porque hay muchos a los que acoger: no sólo los inmigrantes, que prefieren esta tierra de oportunidades a cualquier otra, sino también a muchos jóvenes que huyen de las zonas atrasadas, que no consiguen valerse por sí mismas a pesar de más de 20 años de ingentes transferencias (Andalucía, Extremadura, Castilla-La Mancha). Y después está, por supuesto, el triste fenómeno del nacionalismo, que ha expulsado a otros muchos (doscientos mil sólo en el País Vasco) y que espanta además a los que evitan en la medida de lo posible recalar en los territorios donde anida.
Quien desea una gran ciudad, abierta, diversa, en la que asumir riesgos, con una libertad relativa (económica, política) y en un entorno diverso y estimulante, ¿qué opciones tiene? Sólo Madrid, y apenas otra cosa que Madrid, descartadas para siempre las otrora liberales Bilbao y Barcelona (¿fue alguna vez Barcelona abierta y liberal no a su pesar?). La Comunidad Valenciana (afectada sin embargo por un nacionalismo light, para desgracia suya), la ciudad de Zaragoza, La Rioja y toda la zona de Cantabria están recogiendo parte de los restos del naufragio de las zonas circundantes. Pero siempre hay un centro, un baluarte, un refugio, una gran ciudad. Sólo queda Madrid, el último refugio.
Por lo que acabo de contar, resulta especialmente angustiosa la situación política de la Comunidad de Madrid. Si hunden esta Comunidad estaremos todos perdidos sin remedio. No es sólo la dimensión económica o la política (en el sentido estrecho de la palabra) sino algo más. En manos de quienes no distinguen nítidamente el totalitarismo de lo que no lo es y de quienes no entienden la lógica de la economía, el daño puede ser enorme. No creo que el Estado, y los políticos a sus mandos, puedan crear un oasis de prosperidad y libertad en un desierto de atraso y represión, pero sí creo que puede darse lo contrario con facilidad.
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