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Tibor R. Machan

La fracasada guerra contra la pobreza

algunas de las figuras más prominentes del mundo siguen exigiendo que los gobiernos hagan el papel de Robin Hood. Y de un Robin Hood totalmente diferente, ya que el verdadero le robaba al Gobierno para dar a los pobres

Lo único que acaba con la pobreza es la riqueza y para alcanzar la riqueza hay un solo camino: el trabajo.
 
Es cierto que algunos alcanzan la riqueza por suerte o por accidente, pero ese no es un camino fiable. Por lo tanto, la petición del columnista Nicholas Kristoff, del New York Times, al presidente Bush de lanzar una guerra mundial contra la pobreza es una mala idea.
 
Kristoff asegura de que se trataría de una guerra que todo el mundo aplaudiría, pero casi ningún economista especializado en desarrollo cree que sería victoriosa. Claro que algunos opinan que la manera de erradicar la pobreza es quitarles por la fuerza a los ricos para transferirlo a los pobres. De eso se trataba la infame guerra contra la pobreza del presidente Lyndon Johnson, la cual fracasó como nos lo comprobó, una vez más, la reciente catástrofe en Nueva Orleáns. Esa mal concebida guerra aumentó el malestar económico al penalizar al productivo por ser productivo y por proveer al no-productivo sin enseñarle que la productividad es la vía más confiable para salir de la pobreza.
 
La riqueza no es un maná que cae del cielo. Inclusive aquellos que gozan de buen clima, reservas petroleras, bosques, lluvia, etc. tienen que cuidar y desarrollar tales ventajas para convertirlas en recursos útiles. Sin inventiva, emprendimiento y trabajo no hay riqueza. Pero ni el emprendimiento ni la inventiva se cultivan si sus frutos son sistemáticamente robados. Y cualquier gobierno que le quita a Pedro para darle a Juan está robando.
 
Nadie cuestiona que hay mucha gente aquí y muchas más en el resto del mundo pasando necesidad, pero el gran obstáculo a su prosperidad personal no es la falta de ayuda del gobierno de Estados Unidos. Varias décadas de ayuda extranjera no han dejado más rastro que jugosas cuentas de políticos en los bancos suizos, pero continúa aumentando el clamor por más y más ayuda.
 
Debemos, más bien, enseñar a los más pobres a producir y a insistir que los políticos en sus países promulguen la infraestructura legal apropiada. Es decir, que se respete la propiedad privada y la integridad de los contratos, todo lo cual fomenta la productividad porque la gente puede entonces disfrutar del fruto de sus esfuerzos. Esto fue lo que en realidad logró reducir la pobreza en Estados Unidos y en los demás países ricos del mundo.
 
Instituciones como Freedom House, Cato Institute, Heritage Foundation y Fraser Institute en Canadá nos han provisto de amplia evidencia del éxito de tales políticas públicas. Sin embargo, algunas de las figuras más prominentes del mundo siguen exigiendo que los gobiernos hagan el papel de Robin Hood. Y de un Robin Hood totalmente diferente, ya que el verdadero le robaba al Gobierno para dar a los pobres.
 
Varios otros periodistas del New York Times, como Paul Krugman y Bob Herbert, rehúsan también enfrentar la realidad y admitir que una estupenda decisión política del gobierno de Bush ha sido reducir los impuestos, lo cual ha contribuido al crecimiento de la productividad. Si solo Bush pensara de manera similar en cuanto al excesivo gasto gubernamental, la economía se dispararía, creándose muchos más puestos de trabajo tanto aquí como en el extranjero.
 
Lamentablemente, muchos analistas pertenecen a la Edad de Piedra y se ciegan por su odio hacia Bush, insistiendo en políticas que fomentan la pobreza y no el desarrollo. Robarles a unos para ayudar a otros termina perjudicando a todos.

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