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José María de Azpilcueta

Airbus y las ayudas estatales

Da la sensación de que los gobiernos están desesperados y dando palos de ciego a diestro y siniestro: no respetan las reglas del mercado y sostienen que "ante situaciones excepcionales hay que aplicar medidas excepcionales".

El Gobierno francés va a proporcionar 5.000 millones de euros en avales para respaldar a los clientes de Airbus en la compra de aviones. Por lo visto, algunas empresas están teniendo dificultades para hacer frente a sus compromisos de pago por la adquisición de aeronaves y por tanto es necesario –según el Gobierno galo– ayudarlas en su financiación.

Esta nueva –y seguro que no última– intervención estatal en Francia distorsiona doblemente la libre y sana competencia. En primer lugar, parece que los únicos beneficiarios de los fondos públicos son los compradores de aviones fabricados por la filial de EADS. Es decir, que aquellas empresas del sector aeronáutico que no son clientes de Airbus no merecen las ayudas estatales. Por otro, los competidores de Airbus no tienen garantizado –al contrario que su rival– el cobro correspondiente a la venta de aeronaves y menos aún una cartera de clientes con acceso a financiación gracias al aval estatal.

En definitiva, se trata de una medida más de planificación socialista: subvención a un determinado grupo de empresas (clientes de Airbus) a condición de comprar ciertos bienes (aviones) a otra compañía (Airbus) con el objetivo de sostener artificialmente a un sector productivo (el aeronáutico). Es la discrecionalidad política en su expresión máxima. Primero fue la banca, luego el sector del automóvil y ahora el aeronáutico. ¿Cuál será el siguiente?

Da la sensación de que los gobiernos están desesperados y dando palos de ciego a diestro y siniestro: no respetan las reglas del mercado y sostienen que "ante situaciones excepcionales hay que aplicar medidas excepcionales". Como resultado de tanta intervención, ni los precios se ajustan ni los factores de producción se asignan correctamente.

No quisiera dar una impresión pesimista, pero muchos Estados están desempolvando medidas económicas que ya parecían olvidadas. Para evitar que vuelvan a recobrar fuerza antes de que sea demasiado tarde, resulta más necesario que nunca afrontar sin complejos el debate en todos los ámbitos. A los partidarios del libre mercado no debería de asustarnos. De hecho jugamos con ventaja: no nos olvidemos de que en la primera mitad del siglo pasado –varias décadas antes de la caída del muro de Berlín–, Mises y Hayek ya derrotaron a la pareja marxista de Lange y Lerner al demostrar que el cálculo económico por parte del Estado es imposible.

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