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Luis Hernández Arroyo

Los efectos perdurables de la crisis

España, durante los años pasados del boom inmobiliario, creció por encima de su potencial. Han de ajustarse los precios de esos activos sobrevalorados para liberar recursos que deberían ir a los sectores productivos.

En contra de lo que defienden los más radicales, la severa recesión que nos espera –especialmente dura en España, no lo olvidemos– tiene efectos duraderos que pueden resumirse en una notable reducción de la tasa de crecimiento potencial, esto es, el máximo crecimiento alcanzable sin que aumente la inflación. Si, por simplificar, tomamos la tasa de inflación-objetivo del BCE como referencia, pues el crecimiento potencial para España y los países del área sería el obtenido a medio plazo sin que la inflación sobrepase ese límite (salvo en contadas ocasiones permitidas en las que se acomoda la zona a un shock exterior).

España, durante los años pasados del boom inmobiliario, creció por encima de su potencial, como demuestra su elevada inflación interna, por encima de los países dominantes del área. Han de ajustarse los precios de esos activos sobrevalorados para liberar recursos que deberían ir a los sectores productivos. Pero desgraciadamente esto no sucede así. Para explicarlo con suavidad: la deflación de activos afecta a todos los activos, sin distinción de productividad futura. Entonces, los activos de las empresas que podrían recuperarse para cuando la economía se recuperara también se contraen: las empresas no sólo no invierten, sino que desamortizan, desinvierten en términos netos. Por lo tanto, esta desinversión masiva lleva a una reducción de la capacidad de producción instalada que no se recuperará en poco tiempo: la producción potencial con la capacidad disponible a la baja, disminuye. Nótese que esto se ve agravado porque la innovación tecnológica va incorporada en la inversión (esto es, el factor que aumenta la eficacia conjunta del capital y del trabajo disminuye).

Algo parecido sucede con el otro factor de producción, el trabajo. La velocidad con la que aumenta el paro en España, y el largo tiempo que van a estar en él, no sólo reduce la oferta potencial de este factor: hace que muchos trabajadores se descapitalicen. Lo peor –una tragedia– es que muchos, por la edad o por los cambios en el modo de producción, no volverán a trabajar. Incluso los recién licenciados, los mejor preparados para entrar en el mercado, van a sufrir el paro en el momento decisivo de recibir la experiencia en el trabajo, insustituible método de preparación.

El deterioro y reducción del capital y del trabajo minorarán el crecimiento potencial en un país que políticamente ha descuidado los condicionantes que permiten mantener un potencial elevado a largo plazo: la educación, en manos de la "pasión endogámica", cuando no ideológica, y la libertad de los mercados de capital, totalmente asfixiados por el dirigismo de 17+1 gobiernos indescriptibles desde el punto de vista económico.

Es decir, después del largo huracán, tendremos un periodo largo de bajo crecimiento.

Esta crisis tiene aditamentos novedosos: no tenemos variables monetarias de ajuste como en el pasado. Los que defienden el efecto depurador que tendrá esta crisis –sin liquidez, sin financiación, si ajuste al exterior vía tipo de cambio– deberían reflexionar sobre la falta de "delicadeza" de la misma a la hora de seleccionar lo que ha de tirarse a la basura y lo que puede servir para los primeros momentos de la recuperación. Cerrarán empresas indiscriminadamente por falta de demanda, viables o no; bajarán los precios empresariales hasta el límite del coste de mantenimiento, lo que restará fondos para reponer –no digamos aumentar– capital instalado; o se irán a la economía sumergida para sobrevivir. Si esto es bueno, que me digan por qué.

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