Cuando estaba en la oposición a Aznar, el PSOE decía que el modelo de crecimiento español no era sostenible a la larga -pese a habernos permitido capear con notable éxito el bajón económico internacional de 2001 a 2003-, y que había que cambiarlo por otro con mayor productividad, por estar basado el de entonces en el ladrillo y los precios inmobiliarios al alza, el dinero barato prestado del exterior y los fondos europeos.
También en la mano de obra barata inmigrante, pero eso no lo criticaban los socialistas, porque en aquella época eran pro-inmigración. Y aunque es cierto que esos elementos tenían fecha de caducidad como impulsores de la economía, nadie podía entonces saber a ciencia cierta hasta cuándo podrían seguir siendo válidos.
Pero, una vez en el poder, tras los idus de marzo de 2004, ZP y los suyos comprendieron rápidamente el chollo político que suponía presidir una economía en el dulce estado de gracia en que se la encontraron, con el sector privado creciendo, las finanzas públicas más que saneadas, y el dinero entrando a espuertas en las arcas del Estado por la pujante actividad económica (fenómeno cuyo reverso es el actual desplome de la recaudación fiscal, al hundirse la economía).
Y además, a ver quién era el guapo que osaba frenar en seco el boom inmobiliario, que a la sazón creaba empleo y riqueza a tutiplén. Porque hacerlo supondría parar la economía española, renunciar a la jugosa recaudación fiscal que generaba el ladrillo, y perjudicar los intereses de multitud de empresas e inversores, así como del altísimo porcentaje de españoles de a pie dueños de sus casas -muchos de ellos hipotecados-, encantados de que sus propiedades inmobiliarias valieran cada vez más.
Con lo cual, el equipo económico ZP-Solbes optó en lo esencial por dejar que todo siguiera igual, dedicando una parte del superávit fiscal subyacente a que el gasto público creciese más que el conjunto de la economía1, la otra parte a mejorar las finanzas públicas, y sanseacabó.
La carga financiera y el endeudamiento se disparan
Pero nada dura eternamente, y los tipos de interés empezaron a subir desde octubre de 2005, alcanzando en poco tiempo niveles muy desagradables para la cada vez más endeudada economía española, al crecer el Euribor más de un 100% en dos años (pasando del 2,2% al 4,7%), lo que entrañó un incremento brutal de las cuotas hipotecarias mensuales de los españoles.
Y como desde 2002, pero sobre todo desde 2004, el endeudamiento privado de España se había disparado2, con la subida del Euribor, la carga financiera de la deuda se fue haciendo cada vez más dura de sobrellevar para nuestra economía. Por ilustrar el ritmo frenético al que nos endeudábamos en los días de vino y rosas, en el momento álgido de la reciente etapa de expansión económica (2006), en España hemos llegado a contraer cuatro euros de nueva deuda bancaria por cada euro de crecimiento de nuestro PIB (!!!), como se desprende del gráfico adjunto.
El problema se vio agravado porque, en los últimos años, por consumir e invertir más de lo que ahorrábamos, y por nuestra creciente pérdida de competitividad exterior, hemos tomado prestados del extranjero unos 100.000 millones de euros cada año (un 9%-10% de nuestro PIB, una cifra astronómica), hasta alcanzar una deuda neta externa (la diferencia entre lo que debemos a extranjeros y lo que nos deben en el exterior) equivalente a un 85% del PIB, por sólo un 21% en 1998.
En definitiva, en los últimos años, España crecía esencialmente porque nos prestaban más y más dinero barato desde el extranjero para nuestra construcción residencial, y para otras actividades y consumos. Es un modelo de crecimiento que puede estar bien durante unos pocos años, pero hemos abusado de él hasta la extenuación, alargándolo indefinidamente, y ahora pagamos las consecuencias.
El pinchazo del ladrillo
Al creciente lastre financiero de nuestra economía se sumó en los últimos años que los precios de las casas, que habían crecido sin parar desde 1998, siguieron subiendo también con el gobierno ZP -pese al flamante Ministerio de Vivienda, creado dizque para contener los precios de los pisos y hacer asequible la vivienda a los españolitos de a pie, aun cuando éstos, curiosamente, llevaran años y años comprándolas en masa por su cuenta-, hasta alcanzar niveles estratosféricos en relación a los sueldos típicos de los españoles.
En total, los precios de la vivienda crecieron alrededor de un 40% desde mediados de 2004 hasta finales de 20073. Y esto, combinado con unos tipos ya no tan bajos, y una demanda más que abastecida de casas, hacía inevitable un parón en la compraventa de viviendas, el cual llegó finalmente a mediados de 2007.
Ese parón, agravado por la rigidez del mercado inmobiliario en cuanto al ajuste a la baja de los precios4, ha llegado al paroxismo tras el tsunami financiero mundial de otoño de 2008. Entre otras razones, porque en el extranjero dejaron de prestar con la facilidad de antaño a nuestras entidades financieras, las cuales pasaron a tener mucho menos dinero para conceder hipotecas.
La puntilla
A modo de puntilla, los precios del petróleo y del gas natural subieron sin parar desde 2004, cornadas aún más dolorosas porque España es uno de los países con mayor dependencia de ambos tipos de combustible. Y para más inri, en estos últimos años hemos perdido el grueso de los fondos europeos, porque ya eran insostenibles y/o porque nuestro gobierno negoció fatal su renovación (pese a ceder también ante nuestros socios comunitarios con la pérdida de las ventajas que para España suponía el Tratado de Niza).
Así pues, sólo con los problemas aquí descritos (burbuja inmobiliaria, endeudamiento desaforado, economía muy dependientes del crédito extranjero y barato, más la subida del precio del petróleo y gas, y la pérdida de fondos europeos), una crisis en España era inevitable tarde o temprano.
Pero hay muchos más elementos que han horadado los cimientos de nuestra economía, a los cuales denominamos en esta serie “lujos de nuevo rico”, porque justamente eso es lo que parecen, al ser España una sociedad opulenta desde hace no tantos años, y haberse sobrecargado su estructura económico-político-social en las dos o tres últimas décadas con numerosas ineficiencias y gollerías, las cuales, si se podían sobrellevar mal que bien en tiempos de bonanza económica, ahora son un lastre pesadísimo. A esos lujos de nuevo rico les dedicamos el próximo capítulo de esta serie, porque en su corrección puede estar la clave de que recuperemos la senda del crecimiento.
Notas al pie:
1. Ésta es una de las razones de nuestro elefantiásico déficit público de 2009 en adelante, al haberse hinchado de tamaño en los años de bonanza la generalidad de las administraciones públicas en España, a base de más y más gasto público, en lugar de registrar entonces un mayor superávit público, con el fin de “hacer hucha” y no sobrecargar sus estructuras de costes para cuando llegasen las vacas flacas, como pedían en 2006 economistas señeros como Luis de Guindos o Ángel Laborda. Mucho mejor estaríamos ahora de habérseles hecho caso.
2. El endeudamiento público se mantuvo más o menos constante en cifras absolutas en España desde 2002 a 2007 (aunque ha repuntado de nuevo en 2008, y crece aceleradamente en 2009), lo que implicaba cada año un menor peso respecto del PIB. Pero como nuestra deuda privada crecía sin parar, a finales de 2008 hemos sobrepasado el 210% de endeudamiento total (público más privado / OSR) sobre PIB.
3. Curiosamente, ese último 40% de subida de los precios inmobiliarios es más o menos el exceso a corregir a la baja para que se reactive la demanda de viviendas, según los analistas. Por ello, tal vez sea correcto afirmar que, si desde 1998 a 2003 pudo haber un “sano boom inmobiliario” en España, dinamizador de la actividad económica general, y en cuyo transcurso los precios de las viviendas se adaptaron al nivel razonable para un país de la eurozona y con nuestro nivel de renta, la burbuja de precios y de exceso de inmuebles construidos -y por vender- que ahora nos toca digerir con tanto dolor, como tal, empezó hace cinco años o poco más.
4. Por ello, en los inmuebles, actualmente, estamos viviendo el efecto paralizante de la deflación: para qué comprar una casa hoy, si pensamos que mañana estará más barata.
Alejandro Macarrón Larumbe
Consultor de Estrategia de Empresas y Finanzas Corporativas
El presente artículo fue publicado en Expansión el 27 de mayo de 2009.