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Europa quiebra

La única razón por la que la quiebra puede no producirse, paradójicamente, es que enviaría el mensaje moralmente adecuado a esta Europa desnortada. A saber: no se puede gastar lo que no se tiene.

La culpa de la degradación de la deuda de Grecia, Portugal y España no la tiene el árbitro, sino las patadas dadas a la economía y al sentido común.

Grecia ha quebrado a todos los efectos. No puede hacer frente a sus compromisos a corto plazo. Podrá pagar los 9.000 millones que debe el 19 de mayo con los 15.000 millones que le preste el FMI, pero no podrá ir más allá.

El principio más sagrado del derecho internacional es pacta sunt servanda, los pactos están para cumplirse. El pacto, el artículo 123 del Tratado de Funcionamiento de la UE, prohíbe el rescate de un país. La UE puede, o vulnerarlo descaradamente, arriesgándose a revisiones judiciales tanto por el tribunal constitucional alemán como por el de la Unión y perder la escasa credibilidad que le queda, o dejar que suspenda pagos un miembro del euro. A pesar de las indecentes presiones en sentido contrario, no va a tener más remedio que hacer lo segundo. 

Primero: porque no se sabe a ciencia cierta lo que necesita Grecia. El FMI decía que 120.000 millones, el doble de lo previsto en préstamos. Tampoco hay nadie convencido de que las reformas draconianas que necesita vayan a ser emprendidas con suficiente seriedad y duración en el tiempo.
 
Segundo: porque una encuesta afirma que el 86% de los alemanes se opone a prestar a Grecia. A pesar de que parte de la deuda griega está en manos de bancos alemanes y franceses. Pedir más préstamos a los contribuyentes netos, como sugieren muchos, no sólo es antijurídico, antidemocrático y antieconómico, equivale a una amenaza de extorsión a los que tienen los fondos por haberlos ahorrado previamente. Es la cigarra contra la hormiga.
 
Tercero: porque si se ayuda a Grecia habría que ayudar a Portugal y España. No habría ni dinero ni ganas de cargar con las iras contrarias a las reformas, que serían culpa de los que han prestado el dinero, de acuerdo con la miserable actitud reinante.

Cuarto: porque una eventual devaluación es demasiado compleja a corto plazo y requeriría la redenominación de la deuda en la nueva moneda. Implicaría una salida voluntaria del euro, que no se podría exigir jurídicamente.

Sólo queda la quiebra. Se le llamará renegociación o reestructuración, o lo que sea. Grecia hará sus reformas poco a poco esperando comprensión de los que las financian. No la conseguirá si intenta convencerles de lo imposible: una recuperación rápida y suave.

La única razón por la que la quiebra puede no producirse, paradójicamente, es que enviaría el mensaje moralmente adecuado a esta Europa desnortada. A saber: no se puede gastar lo que no se tiene. Permitiría tener el campo libre para la imprescindible reforma de los estados de bienestar y para la revitalización de las costumbres escleróticas que le llevan a no crecer mientras China lo hace al 11,9% y la India al 7,7%. Rehabilitaría la responsabilidad individual. Sin embargo, medios dominantes y gobernantes ramplones reclaman que Alemania haga de último rescatador inmóvil y que, por arte de magia, pague todas nuestras deudas. Y no están pensando en el Padrenuestro.

Pero, por de pronto, no hay plazo que no venza ni deuda que no se pague. Ya lo decía Tirso, y lo recuerda hoy Merkel.

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