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Democracia, déficit y deuda

Keynes rompió con la antigua y aceptada "constitución fiscal", por la cual los políticos se comportaban en el presupuesto de una forma muy similar a como lo hacen las familias con el suyo.

Acabo de releer Democracia en déficit: El legado político de Lord Keynes (Democracy in Deficit: The Political Legacy of Lord Keynes). Publicado en 1977, es el libro clásico de James Buchanan y Richard Wagner sobre macroeconomía desde el punto de vista de la teoría de la Elección Pública (corriente que trata de aproximarse al proceso político desde el enfoque económico).

Lo leí por primera vez hace 25 años en el doctorado, y releyéndolo me di cuenta de que gran parte del material del libro había entrado en mi ADN intelectual sin darme cuenta de que este libro era la fuente. Es uno de esos libros que puede cambiar profundamente la forma en la que la gente piensa sobre la economía, en este caso, sobre la macroeconomía y la política del presupuesto público.

Lo que Buchanan y Wagner sostienen es que el legado de Keynes, ya fuera intencionado o no, ha sido el de romper con la antigua y tácitamente aceptada "constitución fiscal", por la cual los políticos se comportaban con respecto al presupuesto público de una forma muy similar a como lo hacen las familias con su presupuesto.

La deuda solo se justificaba por dos razones básicas: la guerra o emergencias similares, e inversiones en capital a largo plazo que requerían grandes costes iniciales. Se esperaba que tales deudas fueran repagadas tan pronto como fuera posible, porque el endeudamiento a largo plazo era considerado tanto económicamente imprudente como inmoral. ¿Por qué inmoral? Porque el coste era una carga sobre futuras generaciones que no tenían ni voz ni voto en el asunto.

La economía Keynesiana cambió todo esto al construir una justificación intelectual para considerar al presupuesto público como una herramienta para manejar la economía, en lugar de una restricción bajo la que los políticos operan. El Keynesianismo sostenía que en las recesiones los déficits públicos podían estimular la demanda agregada y conducir a la recuperación, mientras que en los tiempos buenos los superávits evitarían un crecimiento excesivo y ayudarían a repagar la deuda.

Esta idea, conocida como "finanzas funcionales", parece bien sobre la pizarra, pero tiene un error fundamental.

Aquí es donde entran en la escena Buchanan y Wagner con su libro. Lo que enseñan los teóricos de la Elección Pública (Public Choice) es que no podemos ignorar los procesos políticos reales por los que se implementan las políticas económicas. En la jerga de los economistas, esos procesos deben ser "endogeneizados" -es decir, incluidos como parte de la teoría misma-.

Como escribía en un reciente artículo, decir que el gobierno debería gestionar el presupuesto como proponen los Keynesianos no es lo mismo que decir que puede o que lo hará. Debemos preguntar: Bajo los incentivos existentes en nuestras instituciones políticas, ¿están las "finanzas funcionales" (el hecho de tener superávit en el auge y endeudarse en la recesión) en el interés propio de los políticos?

Buchanan y Wagner dicen que no. A los políticos les encantan los déficits porque gastar el dinero en beneficio de sus electores les hace ganar votos, pero subir los impuestos les resta votos. Los políticos son siempre buscadores de votos, y estos incentivos o desincentivos existen esté la economía en una recesión o en un periodo de alto crecimiento.

Los superávits en periodos de crecimiento son incompatibles con esos incentivos. Así se ve el registro del gobierno estadounidense desde 1930: Todos los años excepto unos pocos han presentado déficit público, siendo el caso de que los déficits de la última década han estado creciendo dramáticamente. Baste con decir que los Estados Unidos no han estado en recesión todo este tiempo.

Una vez que se quitó el seguro sobre la nevera, los políticos comenzaron a atiborrarse. Antes, su capacidad para incurrir en déficit y acumular deuda estaba limitada por las reticencias de la Reserva Federal (Fed) para cooperar y por los remanentes del patrón oro que todavía quedaban en la década de 1940 y 1950.

Pero con el abandono del oro en 1971 y con los cambios en los principios que guiaban a la Fed, ya no quedaban restricciones monetarias sobre el presupuesto público y poco para contener los apetitos de los políticos buscadores de votos. Escribiendo en 1977, Buchanan y Wagner predijeron que las décadas siguientes traerían déficits crecientes, una deuda mayor, y posiblemente una inflación elevada si la Fed se dedicara a comprar la creciente deuda.

Estas predicciones han sido correctas en su mayoría. La deuda total del gobierno norteamericano supera con holgura los 12 billones de dólares. Buchanan y Wagner estaban escandalizados por los déficits anuales de la época, pero los que hemos vivido en estos últimos años no tienen parangón. El futuro que Buchanan y Wagner previeron hace casi 35 años atrás está aquí y ahora.

Afortunadamente, no hemos visto todavía la inflación que ellos temían, pero la reciente expansión de la base monetaria y de los poderes de la Fed –incluyendo, por primera vez, la capacidad para comprar títulos de deuda directamente del Tesoro- sugiere que una alta inflación puede no estar tan lejos.

Democracia en déficit es una lectura esencial para entender cómo nos metimos en este desastre fiscal actual. Su lección –que los economistas no pueden ignorar los incentivos políticos- es tan imperecedera como su preocupación sobre la carga de la deuda sobre nuestros hijos y nietos.

Artículo elaborado por Steven Horwitz, y publicado originalmente en su columna semanal de The Freeman. Es profesor de economía en St. Lawrence University, co-autor del blog Coordination Problem, y autor deMicrofoundations and Macroeconomics: An Austrian Perspective.

Traducción por Ángel Martín Oro.

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