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Emilio J. González

Por qué vamos a tardar en salir de la crisis

Nos aguardan años de congelación salarial, cuando no de reducción de las retribuciones de los trabajadores que, guste o no, son necesarios para que la empresa recupere competitividad.

Quien crea que la salida de la crisis está a la vuelta de la esquina porque la economía española lleve tres trimestres consecutivos de crecimiento –situándose en el 0,8% interanual entre enero y marzo– probablemente se equivocará de lleno. Por desgracia, hoy por hoy estamos bastante lejos de poder hacer una lectura optimista de las cifras de PIB que acaba de publicar el INE. Por el contrario, un análisis más detallado de las mismas, poniéndolas en relación con otros datos, revela lo mucho que todavía nos queda por sufrir.

Es cierto que la economía española crece, pero también lo es que lo hace gracias al impulso de las exportaciones, porque la inversión sigue estancada, el consumo público continúa reduciéndose y el gasto público, que está creciendo como consecuencia de las elecciones autonómicas y municipales del próximo fin de semana, muy probablemente tendrá que recortarse drásticamente después de las mismas, porque ni al Estado, ni a las comunidades autónomas, ni a los ayuntamientos les queda ya euro alguno en sus arcas que dilapidar. Y no hay visos de que la situación, por lo que al consumo –que supone dos terceras partes del PIB– se refiere, vaya a cambiar sustancialmente porque ahora ha llegado el momento de pagar las facturas de todos los excesos cometidos en la economía española en los últimos años.

Las empresas se pasaron con las subidas de precios que llevaron a cabo desde que entró en vigor el euro y ahora, para recuperar competitividad, tienen que reducirlos, lo que sólo es posible si disminuye la retribución de los trabajadores o se recorta aún más la plantilla, y más aún cuando los costes energéticos, los más importantes para la empresa después de los laborales, no paran de subir. Esto quiere decir que nos aguardan años de congelación salarial, cuando no de reducción de las retribuciones de los trabajadores que, guste o no, son necesarios para que la empresa recupere competitividad y para que se pueda volver a crear empleo.

No obstante, el recorte de los emolumentos implica menor renta y menor capacidad de ahorro, situación que se agrava tanto con las subidas de impuestos que están llevando a cabo el Estado y los ayuntamientos como con los precios crecientes de la energía. Sin embargo, las deudas de las familias siguen siendo las mismas, pero ahora pesan cada vez más y para poder hacer frente a ellas, tanto a la hipoteca como a los créditos de consumo, no hay más remedio que seguir apretándose el cinturón y gastar menos. En este contexto, resulta casi imposible que el consumo pueda crecer en los próximos años. Por eso todavía tenemos ante nosotros un largo camino que recorrer antes de que podamos superar definitivamente la crisis. Podremos hacerlo antes si todos –políticos, empresas y familias– nos vamos mentalizando de que, de facto, somos más pobres que antes de la crisis. Cuanto antes aceptemos este trago amargo, antes pondremos los cimientos para dejarlo atrás.

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