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José T. Raga

El santo temor a la libertad

Me parece posible que haya enemigos de la libertad: aquellos que, en términos mercantiles, tienen por negocio, precisamente, restringir la libertad de los demás

No, no estoy bromeando al enunciar estas líneas. Aunque, podrían preguntarse ustedes, ¿cómo alguien teme a la libertad? Lo lógico sería sentir temor ante la coacción, ante el dominio del más poderoso, pero los hechos demuestran que no son pocos los que temen sentirse libres; experimentan la sensación del huérfano que, con la muerte de sus padres, ha perdido los puntos de referencia.

Siempre pensé que el ser humano es esencialmente libre y que sólo en libertad es capaz de desarrollar todas sus facultades: es capaz de amar y de odiar, de hacer el bien y de pervertirse optando por el mal, de crear y de destruir. Sólo por su libertad, los actos del ser humano pueden ser valorados positiva o negativamente; y de su libertad deriva su responsabilidad por sus actos y por las consecuencias de éstos. Nunca imaginé que se deseara no ser libre o reducir la libertad.

La primera contradicción a este credo, con gran sorpresa, la experimenté, mediados los setenta, en unas conversaciones con un querido repatriado de tierras soviéticas, tras un exilio de casi cuarenta años. La sorpresa no fue por su contenido sino porque, después de seis meses en nuestra tierra, que era la suya, decidió volver a la Unión Soviética: no se acostumbraba a tener que decidir sobre asuntos que allá, en el exilio, se los daban resueltos.

Alejándome de utopías, me parece posible que haya enemigos de la libertad: aquellos que, en términos mercantiles, tienen por negocio, precisamente, restringir la libertad de los demás. ¿Qué haría un regulador si no restringiera la libertad de los regulados? ¿Qué función tendría quien administra coacción, si no pudiera coartar la libertad de los administrados? No me extrañan, pues, las opiniones de los señores Méndez y Toxo, acerca de las ideas de Ciudadanos sobre la reforma laboral y, particularmente, sobre el contrato único.

Lo que me resulta de más difícil comprensión es la posición, igualmente contraria, de las patronales CEOE y Cepyme. El argumento de ambos, lógico en los sindicatos y extravagante en los empresarios, es la realidad presente de contratos laborales por tiempo indefinido frente a los temporales. O sea, que lo mejor será mantener dos clases antagónicas de trabajadores, con intereses opuestos. Habría encontrado lógica a que las patronales hubieran reclamado al Sr. Rivera libertad de contratación, única vía para que los intereses reales de trabajadores y empresarios se encontraran en el fiel de la balanza. Pero, por lo visto, prefieren una mala norma y una peor negociación colectiva que una decisión racional, libremente tomada por las partes interesadas. El temor a ser libres resulta incontrovertible.

La justificativa apelación marxista a la explotación del trabajador por el empresario, como excusa, se extinguió hace años. ¿Cómo si no explicar los 4,9 millones de parados? ¿Cómo los empresarios dejan perder la oportunidad de explotar a tanto desempleado?

¡Cuándo la sociedad exigirá responsabilidad a los agentes sociales por el paro que generan con su ideología!

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