En ocasiones resulta cierto el dicho de no hay mal que por bien no venga. Sólo se precisa de una condición, que el hombre sea capaz de aprovecharlo. Recuerden el conocido pasaje de John M. Keynes:
Construir pirámides, terremotos, incluso guerras pueden servir para incrementar la riqueza, si la educación de nuestros políticos en los principios de la economía clásica les mantiene en el camino de que hay algo mejor.
El problema es qué uso hace el hombre de las oportunidades.
No voy a hablar de la sentencia de la Sala Décima del Tribunal de Justicia de la Unión Europea del pasado día 14. Apenas transcurrida una semana, se han desbordado ya los comentarios de amplio espectro: desde los más doctos a los más necios, desde intereses políticos electoralistas a aquellos que buscan una sociedad más justa y armónica.
En este propio periódico, un artículo que merece ser leído de Domingo Soriano trata con acierto lo sustantivo de la sentencia. Nada puedo añadir al mismo, salvo una cuestión que me preocupa: la aparición de un dios llamado Igualdad. Si tratar desigualmente a los iguales es una flagrante injusticia, no lo es menos el trato igual a los desiguales.
Igualdad entre altos y bajos, entre listos y tontos, entre laboriosos y holgazanes, entre españoles, entre europeos, igualdad, en fin, entre los ciudadanos del mundo, esa igualdad que pretendía garantizar la Declaración Universal de los Derechos Humanos, pendiente de aplicación en no pocas naciones.
Dejando estas consideraciones al margen, ¿no sería esta sentencia una oportunidad para una reforma de las indemnizaciones por finalización del contrato de trabajo, sea por despido procedente o improcedente, por causas objetivas o subjetivas, en contratos temporales, por tiempo indefinido o interinos?
¿Por qué no elegir un sistema y converger todos hacia él? Hace años estuvo presente la idea de un sistema como el austriaco, en el que el empresario se obliga a depositar una contribución del 1,53% del salario de cada trabajador en una caja de previsión laboral, que acumulará el importe que el trabajador percibirá en caso de despido, incluso en caso de resolución laboral voluntaria, y que podrá rescatar en cualquier momento – transcurridos tres años de aportaciones– y, en última instancia, al momento de la jubilación. Además, la provisión por contingencias laborales, que exige una auditoría de cuentas, estaría satisfecha.
Los expertos que impidieron la reforma por falta de viabilidad, que lo trabajen de nuevo y que establezcan un régimen transitorio que la haga viable. El Fogasa sería uno de los primeros beneficiados. También el trabajador que decide cambiar de trabajo, pues no perdería el activo acumulado, los empresarios desvelarían incertidumbres y se eliminaría la coacción del trabajador pro despido, previo a su propia jubilación.
A efectos de competitividad, tener uno de los despidos más caros de la Unión Europea equivale a tener los mayores impuestos o el mayor coste en las materias primas.