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José T. Raga

Intervención de intervenciones, todo es intervención

Que el Estado cuando interviene, interviene mal es evidente; basta repasar la historia reciente.

Que el Estado cuando interviene, interviene mal es evidente; basta repasar la historia reciente.
Imagen de un poste de alta tensión | EFE

Me he permitido parafrasear la expresión que muchos exegetas atribuyen al Rey Salomón "vanidad de vanidades, todo es vanidad" [Eclesiastés, 1:2], porque tanto Salomón, hijo del Rey David, como quien escribe estas líneas, a mucha distancia de aquel en cualquier aspecto, cree que la acción de los hombres, a los que nos referimos en ambos casos, se centra en cosas perecederas, sin más justificación que el disfrute momentáneo de un bien o privilegio.

Situándonos en el siglo XXI, siglo que pasará a la historia por la confusión generalizada, debida a la manipulación del lenguaje y a la sinrazón de los gobiernos, simples buscadores de votos, es necesario parar y ver dónde estamos y adónde vamos. Ello, además, en un lenguaje unívoco, sin confusión posible.

Ya hemos asumido – confieso mi perenne resistencia a ello – que, en el lenguaje diario, así como en escritos menores y en publicaciones de mayor rango, nos refiramos a actividades y servicios productivos, sociales, solidarios… con el apelativo de sostenibles. Sin embargo, sabemos que, precisamente aquello que calificamos de sostenible es lo que por sí mismo no se puede sostener.

Todo lo que, presuntamente, tiende a combatir el calentamiento global, llevará el epíteto de sostenible – así lo pretende el IPCC de Naciones Unidas –; y fingiremos sorpresa cuando descubramos que no podemos financiarlo.

Un caso que en estos momentos está sobre el tapete es el término "mercado". Salvo que se especifique con claridad de qué tipo de mercado hablamos (competencia, monopolio, oligopolio, cártel…), damos por supuesto que nos referimos al mercado competitivo.

Un mercado abierto a la libre entrada y salida de oferentes y demandantes, y donde el precio se establece en el juego libre y contrapuesto de las pretensiones de las partes – los oferentes quieren vender caro y los demandantes comprar barato –, pero unos quieren vender y los otros comprar. Ahí está el secreto.

Pues bien, cuando hablamos del mercado del gas, de la electricidad, en general del llamado mercado energético, y cuando además se añade que el Estado debe intervenir para evitar los precios astronómicos, nadie responde que ya está intervenido. Por lo tanto, lo que se pide es, intervenir lo intervenido. Y, pregunto: ¿hasta cuántas intervenciones superpuestas?

Que el Estado cuando interviene, interviene mal es evidente; basta repasar la historia reciente. ¿Nadie se ha preguntado cómo sería nuestro mercado si operase en libertad?

No me contesten que algunas fuentes de energía no existirían, porque mi respuesta será inmediata: seguramente no deberían de existir, porque nadie está dispuesto a pagar su precio. Pero hay que sostenerlas, porque las hemos definido como sostenibles.

Y, ahora vemos – o ve el Presidente, por sus campanudas presunciones – que esa novísima intervención encuentra la coacción de EURELECTRIC – asociación de compañías eléctricas europeas –. La coacción, sencillísima: basta aplicarla a media docena de autoridades europeas.

¿Qué haría este lobby si el mercado fuera libre, o sea, mercado abierto? No espero la opinión presidencial, porque ¿hasta dónde le preocupa esto?

En Libre Mercado

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