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Daniel Rodríguez Herrera

Elon Musk desnuda el discurso progre

Musk ya se ha llevado a Texas las sedes de SpaceX y Tesla; no sería extraño que hiciera lo propio con Twitter.

Musk ya se ha llevado a Texas las sedes de SpaceX y Tesla; no sería extraño que hiciera lo propio con Twitter.
Elon Musk | Cordon Press

"Si no te gusta, construye tu propio Twitter", nos decían los progres disfrutando de las ventajas de contar entre los suyos no sólo esta red social, sino todos los servicios de las grandes empresas de internet: Google, YouTube, Facebook, Instagram, etc. Pero hete aquí que Elon Musk ha decidido comprar Twitter, y tras un par de semanas de tira y afloja con un consejo renuente a permitir que el magnate de los vehículos eléctricos se hiciera con la red social, finalmente lo ha conseguido. Su promesa: retirar Twitter de la bolsa, hacerlo rentable y, sobre todo, acabar con la política de la compañía de censurar con especial ahínco cualquier cosa que huela a derechas.

Naturalmente, es este último punto el que ha dejado noqueada a la progresía mundial. Twitter es un espacio virtualmente inexistente para la inmensa mayoría de la población en España y el resto del mundo occidental, pero es donde vivimos casi todos los que tenemos interés en la política, de ahí que se haya convertido en quizá el más importante foro público del mundo. Y de repente, todos los que se burlaban de las quejas sobre un sistema de moderación que consistía, esencialmente, en censurar a los tuiteros de derechas están ahora denunciando la enorme amenaza que supone el compromiso de Elon Musk con la defensa de la libertad de expresión. En España ya hay algunos amenazando con irse a Mastodon. Ya volverán. Twitter es una plataforma muy adictiva que cuenta con el efecto red a su favor. Solo hubo un momento en que estuvo en riesgo y fue cuando Parler surgió como alternativa tras la expulsión de Donald Trump, presidente en ejercicio cuando le suspendieron la cuenta. Pero ya se encargaron las demás Big Tech de ahogarla para que las aguas volvieran a su cauce. Quién sabe, igual ahora se arrepienten.

Por resumir con un ejemplo cómo es hoy día la vida en Twitter: a nuestro colaborador Javier Santamarta le han suspendido recientemente la cuenta por un tuit en el que se quejaba de que le dijeran que no sabía lo que era una guerra cuando estuvo cinco años en la de los Balcanes. La causa alegada por Twitter: "Publicar información privada de otras personas sin permiso". Es conocido que la izquierda usa cuentas de Telegram como forma de organizarse para denunciar cuentas que no les gustan. De ahí que, ahora mismo, todos aquellos cuya brújula moral apunta siempre al sur estén denunciando la compra de Elon Musk y amenazando con marcharse. La libertad de expresión les asusta porque nivela un campo de juego que hasta ahora les favorecía. Los ha dejado, como diría el clásico, retratados.

Lo de menos es si Musk revierte la suspensión a Donald Trump, lo que sería más un símbolo de una nueva era en la compañía que otra cosa. Lo importante es que Elon Musk sea capaz de cambiar la cultura corporativa de Twitter, que es una labor tremendamente complicada en cualquier empresa, pero que parece especialmente titánica en este caso. Algunos de sus objetivos, como permitir que por fin se puedan editar los tuits, eliminar los bots y el spam o reducir el porcentaje de los ingresos de la empresa que dependen de publicidad para rentabilizar su inversión, no encontrarán resistencia dentro de sus trabajadores. Pero será difícil que con una plantilla principalmente californiana y plenamente comprometida con la izquierda extremista de ese estado no intente sabotear sus intenciones de aumentar la transparencia en las decisiones, publicar como código abierto los algoritmos que deciden qué vemos en la plataforma y a quién se suspende la cuenta y, sobre todo, reducir el sectarismo en la moderación. Musk ya se ha llevado a Texas las sedes de SpaceX y Tesla; no sería extraño que hiciera lo propio con Twitter. Dadas sus obligaciones en otras empresas, necesitará también un directivo capaz y de confianza que no tenga miedo de deshacerse de buena parte de la plantilla actual y reconducir la empresa. No es tarea fácil.

Un sistema de moderación más equilibrado y permisivo no convertirá el estercolero de Twitter en una plataforma maravillosa que deje atrás toda la toxicidad y el extremismo que fomenta la propia arquitectura de la red social. Pero al menos dejaría de ser un campo minado en el que quienes tenemos que caminar con cuidado somos siempre los mismos. Veremos si Musk quiere y puede conseguirnos ese nuevo comienzo.

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