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Itxu Díaz

El silencio de las butacas

Más de setecientas sillas vacías escucharon atentamente el discurso de Pedro Sánchez en el Foro de Davos.

Más de setecientas sillas vacías escucharon atentamente el discurso de Pedro Sánchez en el Foro de Davos.
Pedro Sánchez, durante su discurso en el Foro de Davos. | EFE

Más de setecientas sillas vacías escucharon atentamente el discurso de Pedro Sánchez en el Foro de Davos. En la Moncloa valoran la experiencia como un éxito, ya que ninguna de las butacas tuvo objeción alguna al terminar la intervención: ni una réplica, ni un comentario. "Incontestable", dicen sus más cercanos asesores. "Me rindo", decimos sus críticos. El presidente logró la mayor estampida de la historia en Davos, superando incluso a la de La Meca de 2015.

Sánchez embriaga con sus palabras, enamora con sus recetas económicas y nos hace entrar en éxtasis con sus indultos. El mundo no habla de otra cosa. Leire Pajín acuñó aquello del acontecimiento planetario de Zapatero. Qué simpleza. Lo de Sánchez es mucho más, un acontecimiento intergaláctico. Qué discurso tan brillante. Qué facilidad de palabra. Qué modelo de liderazgo para Davos. Y ha utilizado la palabra resiliencia. Y ha concluido citando a Orwell. Insuperable. Sería genial si además hubiera entendido la cita sobre el control del pasado y el futuro, que es en realidad un lema del partido totalitario en 1984.

Habló de las fortalezas de la economía española, de lo mucho que sube el empleo, de que nuestra nación es pionera en el plan de recuperación, de nuestros valores y de la modernización del país. A Sánchez solo le faltó decir la verdad. Pero eso es lo de menos. Nadie va a Davos a decir la verdad. Desde ese punto de vista también fue el mejor ponente, tan solo superado por otra oradora y brillantísima economista, Dina Boluarte, vicepresidenta de Perú, que fue al Foro Económico Mundial a berrear que la derecha no le deja, a ella y a Castillo, "gobernar en paz".

Sánchez fue demasiado sincero en una cosa: admitir que el Gobierno está centrando todos sus esfuerzos en la lucha contra el cambio climático. No es que sea verdad su lucha climática, sino el dato: admitió que está despilfarrando el 40% de los fondos de recuperación dedicándolos a la "descarbonización de nuestra economía", un proceso que consiste en hacer como todos los líderes mundiales de Davos y viajar a la cita de Alpes en monopatín.

Dedicó también emotivas palabras al empeño de su Gobierno por traer talento a España. Tengo dudas de si se refiere al talento que entra por el coladero del Mediterráneo o si sus palabras iban dedicadas en exclusiva a Echenique.

En el momento cumbre de su discurso quiso delimitar los cuatro motores de la recuperación económica de España. ¿Las pymes? ¿Los autónomos? ¿El turismo? ¡Bobadas! Sánchez dixi y pixi: la "transformación verde", el proceso por el cual vamos a volvernos todos marcianos y nos crecerán antenas; la "transformación digital", donde destaca la apuesta por los microchips de altísima tecnología, que los va a impulsar el mismo Gobierno que es incapaz de mantener la privacidad de sus móviles; la "cohesión social y territorial", que auguro se concretará en un plan diseñado por Rufián; y "la igualdad de género", que, como sabe cualquier economista, es el gran motor productivo de toda economía avanzada que se precie, una máquina de hacer pasta, la mejor inversión de futuro. Me ha convencido de tal manera que estoy a punto de invertir 20 pavos en microchips y, la casa por la ventana, otros veinte en algún chiringuito de género. Si es que siempre te lo digo y no me haces caso: en la España socialista, el que no es rico es porque no le da la gana.

Sánchez demostró ser el perfecto orador para Davos por su adherencia confesa al objetivo 2030 de "no tendrás nada y serás feliz". De acuerdo, está arruinando la economía española, pero es por una buena causa: para que seamos felices. En su discurso no hay fisuras. El aplauso del Foro habría sido unánime y sonoro de haber alguien escuchándole en el salón de actos, que todo apunta a que se produjo una fuga masiva hacia Netflix entre los dos o tres que se quedaron en sus butacas cuando comenzó el show del presidente socialista.

Sea como sea, su insistencia en apostar por "la inteligencia artificial" resulta una idea brillante. A fin de cuentas, si miro alrededor en el Consejo de Ministros, yo también lo apostaría todo a una inteligencia artificial, porque a la natural ni se la espera.

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