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¿Se está más calentito en la oficina? Cómo Putin podría acabar también con el teletrabajo

Los costes de la energía se van a disparar. Y puede que muchas empresas empiecen a pensar que tener al empleado en casa no es tan mala idea.

Los costes de la energía se van a disparar. Y puede que muchas empresas empiecen a pensar que tener al empleado en casa no es tan mala idea.
Las oficinas de la City londinense no ha recuperado todavía los niveles de ocupación prepandémicos. | EFE

Dice el INE que sólo el 13% de los españoles teletrabajó en el segundo trimestre del año (datos de la EPA, en la sección "Condiciones de trabajo"). De ellos un 6,2% lo hizo "ocasionalmente" y un 6,9% pasó más tiempo en casa que en la oficina. No es muchísimo, pero tampoco es un porcentaje para despreciarlo. Aunque es verdad que leyendo la prensa española parecería que son muchos más. Son los sesgos del periodista: igual que escribimos demasiado sobre la NBA de los 80, un espectáculo minoritario en nuestro país pero que pilló a los urbanitas boomers que llenamos ahora las redacciones en plena adolescencia, el teletrabajo nos gusta como tema porque lo practicamos nosotros y porque nos afecta en primera persona. Pocas profesiones habrá en las que sea tan habitual, sobre todo entre los redactores, combinar tiempo en casa y en el periódico. Ya lo era antes de la pandemia y ahora más. Por eso, cuando el gobierno amenaza con regular o las empresas aceptan o rechazan alguna propuesta relacionada con el tema, lo que viene a nuestra cabeza no es una estadística, sino nuestro horario y si podremos seguir yendo a recoger a los niños al cole.

Si en España discutimos sobre el tema, tendrían que ver el debate en EEUU o Reino Unido. En las islas británicas, por ejemplo, en mayo de este año, el 38% de los trabajadores declaraba que había pasado parte de su jornada laboral en casa en la semana previa a la encuesta. De estos, un 14% lo hacía en exclusiva desde su domicilio.

Con esas cifras, no es extraño que el creciente runrún entre las empresas sobre el fin de la excepcionalidad pandémica esté provocando tantas cejas levantadas: "¿Me van a hacer volver a la ofi?". Parece que van a intentarlo. Otra cosa es que lo consigan. Hace unos días, por ejemplo, nos enterábamos por el Financial Times de que un grupo de trabajadores de Apple estaba creando una especie de asociación (no sabemos si llamarlo sindicato) para luchar contra los planes de la empresa. Que tampoco es que quiera tenerlos atados al escritorio 50 horas: la orden de Tim Cook ha sido tres días a la semana en la oficina a partir de este lunes 5 de septiembre. Pero tampoco quieren. Elon Musk, siempre con ganas de meter el dedo en el ojo a alguien, ha sido más allá y ha dicho que está encantado con que sus empleados trabajen desde casa... siempre que lo hagan una vez hayan pasado sus 40 horas semanales en la oficina.

Los argumentos de unos y otros ya nos los conocemos. En un lado, más opciones de conciliación, mejoras de productividad porque no hay tiempos muertos ni interrupciones del compañero de despacho ocioso, no se pierden dos horas al día en traslados, atracción de talento con compensaciones no salariales... En el otro, falta de control sobre las tareas que hacen los empleados, pérdida de motivación, dificultad para concentrarse y mantener la disciplina, se pierden las interacciones e ideas que surgen del trabajo conjunto, a los jóvenes les resulta más complicado hacer carrera en la empresa y construir redes profesionales...

Por supuesto, unos y otros se lanzan papers a la cabeza, que para eso estamos en 2022: ninguna causa sin su evidencia empírica. Aquí, en The Guardian citan dos estudios: según el primero de ellos, el 77% de los trabajadores asegura que es más productivo desde casa; pero otro informe afirma que el 70% de los empleados que van a la oficina sacan más tareas adelante que sus compañeros del mismo nivel pero que trabajan desde su salón. También tenemos un informe de expertos que aseguran que trabajar desde casa reduce el estrés y mejora la concentración, frente a otro de los psiquiatras norteamericanos que habla de "aislamiento, soledad y dificultad para sacar adelante el trabajo diario" por falta de motivación (y también un poco por la tristeza de estar solo ante la pantalla todo el día).

En esto, ha llegado el factor Putin. Este 2022 que va a terminar con las certezas también podría suponer un cambio en el teletrabajo. Por dos motivos: uno, que se ha comentado mucho desde 2020, es el de la recesión. Que sería algo así como que teletrabajar está muy bien cuando la economía va como un tiro, la facturación crece, los jefes están contentos y hay competencia por el talento; pero que cuando las cosas se tuercen, mejor estar cerca del que decide. Porque te ve y sabe lo que haces... y porque despedir al tipo con el que te tomas café en el vending, y que ayer te contó que está preocupado porque a su hijo le va mal en la universidad, es más complicado que prescindir de una carita que aparece en el Zoom un par de veces por semana. En resumen, que cuando llega el invierno (y todo indica que está llegando y no sólo en el calendario), se está más calentito en el cubículo.

Calentito como metáfora y como realidad física. El segundo factor Putin nos lo apunta Martin Vander Weyer en The Spectator: la factura de la calefacción. Los costes de la energía se van a disparar todavía más en los próximos meses. Y puede que muchas empresas empiecen a pensar que esto del teletrabajo no es tan mala idea. Ya el año pasado, cuando preguntaban a las empresas que daban más libertad a sus empleados por qué lo hacían, hasta un tercio reconocía que en parte era porque les permitía ahorrar costes (aquí, una encuesta de Barclays sobre el tema), tanto en espacio (oficinas más pequeñas, escritorios compartidos, subarriendo de locales o espacio no utilizado...) como en los suministros, material, gastos generales, etc.

Esto de las facturas era un tema menor, pero puede dejar de serlo. Y curiosamente, empujará en la dirección contraria a la apuntada anteriormente. Por mucho que se diga que a las empresas también les viene bien, como hemos visto, hasta ahora los que presionaban más para quedarse en casa eran los empleados. Pero este invierno, pasar todo el día en tu salón, con el radiador a tope, quizás ya no sea tan buena idea ni salga tan rentable. Habrá muchos que piensen que si tienen que currar... mejor que pague la empresa el gas y la luz. El problema llegará cuando al empresario se le pase por la cabeza la misma idea. Sería curioso: "Martínez, quédese en casa si quiere". "No jefe, mejor me paso por la ofi, que así nos vemos todos y nos reunimos; no quiero abusar del teletrabajo".

Por ahora, al menos en Europa, las cifras nos dicen que ni tanto ni tan calvo. El Pret Index de Bloomberg, una estimación de la vuelta al trabajo presencial postpandémico que toma como referencia la facturación de los establecimientos de Pret a Manger (una cadena de comida para llevar especializada en sandwiches, ensaladas, bollería, fruta; vamos, el típico sitio pijo y tirando a caro en el que los oficinistas de la City se compran el desayuno de camino al trabajo o para comer delante de la pantalla) nos dice que en Londres están todavía al 88% del nivel pre-covid y en París al 83%. En Nueva York, sin embargo, no alcanzaban en julio ni siquiera el 50% de la facturación de 2019. También puede ser porque hayan cambiado los hábitos y ahora se lleven a Manhattan el tupper de lentejas de casa. Al final, los economistas sabemos que todos los índices tienen su truco.

¿Solución? Yo me quedo, como casi siempre, con el gran Rory Sutherland y su "fórmula Sutherland": con una mirada más a medio plazo, asegura que la City londinense está condenada. ¿Por qué? Porque vivir cerca de la oficina, si uno tiene la opción de trabajar sólo dos días a la semana en la empresa, hace que las grandes ciudades, caras e incómodas, pierdan todo su atractivo. Hasta 2020, vivir en el campo suponía dos días buenos (fin de semana) y cinco malos (con trayectos de más de una hora sólo para llegar al despacho); ahora, para muchos londinenses la ratio es la contraria cinco buenos y dos malos. Cuidado, que esto para el mercado inmobiliario sería una revolución. Y los españoles han ahorrado en ladrillo y en localizaciones de esas de "este barrio no bajará nunca de precio".

Pero ya son demasiados frentes para una columna. Para este invierno, nos conformaremos con echar un vistazo a la asistencia a la oficina y a la relación entre las olas de frío y la ocupación de cubículos. Ahí dejamos una idea para otro paper. ¿Lo que no consiguieron los mails de sugerencias de recursos humanos lo va a forzar una nueva Filomena? Veremos.

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