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Domingo Soriano

Qué hay detrás del vaso de agua más caro del mundo

Los precios máximos y mínimos nos empujan a intentar sortearlos, a veces con mejores ideas y otras con pésimas iniciativas.

Los precios máximos y mínimos nos empujan a intentar sortearlos, a veces con mejores ideas y otras con pésimas iniciativas.
Desde hace unos meses, los bares y restaurantes están obligados a ofrecer agua del grifo a sus clientes. | Cordon Press

Me llega por Twitter y Whatsapp, la noticia del restaurante segoviano que ofrece en su carta agua del grifo gratis pero cobra 4,5 euros por servirla. El tono general es de indignación: del "qué se han creído" al "espero que les metan un puro" (porque sí, Facua ha decidido denunciar al restaurante). Por supuesto, ya sabemos que le han abierto una inspección porque, de acuerdo a la ley, bares y restaurantes tienen la obligación de ofrecer agua del grifo gratis a sus comensales desde abril del año pasado.

Más allá de la anécdota y de la previsible respuesta del dueño (esa mala excusa de que le lleva mucho trabajo y que no tiene por qué regalarla), lo más llamativo de este asunto es lo mucho que nos hemos acostumbrado a que nos impongan normas como ésta sin mover un músculo. Y las consecuencias que tienen.

Yo ya estoy un poco cansado del debate sobre los precios máximos o mínimos. Cansado porque debería haber quedado claro que tras cada una de estas medidas siempre se produce el mismo fenómeno: escasez-desabastecimiento-mercado negro en un caso; excedentes y desvío de recursos desde actividades más productivas en el otro. Y trampas, de unos y otros. Da igual el formato concreto de la propuesta o el sector al que afecte, las consecuencias se suceden como no puede ser de otra manera. Es la condición humana: ¿tienes algo que quieres cambiar por más o por menos de ese precio legal? Pues intentarás hacerlo como puedas si hay otro que quiera pagarte. Incluso aunque estés de acuerdo con la ley... a tu situación particular le aplicarás la excepción del "no pasa nada por una vez" o "en este caso es diferente". Y a veces lo haremos con imaginación y otras, como en este caso, con ideas que podían sonar bien en nuestra cabeza pero que en la práctica salen fatal.

¿Que te prohíben subir el alquiler una vez hayas firmado el contrato? Pues pondrás una renta inicial más alta o quitarás la vivienda del mercado o cobrarás el doble por la plaza de garaje o no harás ninguna reforma hasta que la casa se esté cayendo a pedazos. Opciones para sortear la norma hay miles, de la trampa a la picaresca pasando por el clásico salirse del mercado. Por eso, cuando ponen el precio máximo sólo hay que esperar a ver qué forma adopta hoy esta regla universal.

¿Que me prohíben cobrar un salario por debajo de un límite cuando yo estaría dispuesto a hacerlo? Pues me dejo una asignatura colgando en la carrera para poder pasar por estudiante en prácticas o firmo seis horas cuando sé que haré las ocho de toda la vida. De nuevo, la anécdota cambia, pero la categoría es universal.

Así, lo primero que uno piensa cuando lee la noticia del agua gratis pero con un coste por transportarla es que ya tiene un nuevo ejemplo para la próxima clase de Micro. Pero hay más.

En este caso, la repercusión económica es mínima. Al fin y al cabo, sólo hablamos de agua gratis para aquellos que la pidan. Tengo para mí que la gran mayoría de los bares y restaurantes de España ya la sirven sin discutir demasiado. Probablemente sienten que perderían más por los enfados de los clientes que lo que ganarían con las pocas botellas de agua mineral extra que coloquen. Como mucho, habrá algunos que hayan metido un poco más de margen en el resto de las bebidas para compensar lo que perderán por el agua no facturada (que tampoco será mucho).

Cuando digo que hay más me refiero precisamente al enfrentamiento. A lo que leíamos en las redes sociales estos días. Dueños de restaurantes quejándose de que les pongan una obligación que nadie más tiene: ¿se imaginan que en otros negocios obligasen a ofrecer gratis servicios que alguna vez lo fueron? Por ejemplo, las gasolineras que ahora cobran por las máquinas de llenado de aire o las fruterías que desde hace unos años tienen el perejil en un plástico a 15 céntimos. Por qué lo hacen. Pues porque les da la gana, porque sienten que así pueden rascar algo de facturación o porque la calidad del nuevo servicio es muy superior a la del gratuito (sin ir más lejos, las máquinas de aire de las gasolineras a 1€ son una auténtica maravilla y dejan a años luz a las gratuitas).

Enfrente, los clientes que se sienten estafados, hablan de "robo" y amenazan con denunciar.

El mercado

Malos y buenos clientes, y malos y buenos empresarios los ha habido toda la vida. No había ley que te protegiese de ellos. Simplemente había mercado: no contratar. Y funcionaba. No hay muchos bares que sobrevivan despreciando al cliente ni muchos clientes que puedan imponer sus normas en los locales que frecuentan. Lo que hay es un ajuste continuo. Como decía uno de mis profesores: "Puede que sea por falsedad y sólo lo hagan por deseo de venderme algo... pero el mercado obliga a todos los tenderos de mi mercado a ser amables conmigo. Deberíamos celebrar un mecanismo que nos incentiva a tratar mejor a los demás".

Mientras, los precios fijados por ley a los que este Gobierno es tan aficionado tienen consecuencias económicas. Y éstas serán más o menos graves en función de lo mucho que afecten a un sector determinado, pero cada vez son más porque cada vez hay más precios máximos y mínimos. No despreciemos el gota a gota de pequeñas intervenciones que tomadas por separado parecen menores. En cualquier caso, lo peor son las consecuencias sociales. Porque establecen una desconfianza entre los que antes podían despedirse con un "no me interesa" en el caso de no llegar a un acuerdo.

Ahora, lo que piensan es:

  • "Me obligan a darte a 100 lo que yo sé que podría vender a 150"
  • "¿Y qué haré si dentro de seis meses dejas de pagarme el alquiler?"
  • "Es un abuso que me quieran cobrar una fianza inicial de seis meses para entrar a vivir en un piso"
  • "Vaya caradura, me hace firmar seis horas, pero luego me obliga a trabajar ocho"
  • "Dice que no tiene más, pero seguro que vende bajo cuerda por encima del precio oficial"
  • "Y estos qué se creen, que es gratis tener este local para que ellos apenas consuman una ración y tres vasos de agua en hora y media"
  • "¿Me denunciará si le digo que me pague de complemento por el alquiler 300 euros al mes en un sobre? Y si dentro de dos meses no quiere pagarme, ¿qué puedo hacer?"
  • "La ley dice que vale 50, por qué me quiere hacer pagar 100"
  • ...

Mis alumnos (y Nuria Richart) están hartos de escucharme la frase de "los precios son una señal envuelta en un incentivo". Es verdad, me encanta. Pero también es incompleta. El mercado no sólo nos informa y nos empuja en la dirección correcta, además al hacerlo se convierte en un excelente mecanismo de coordinación social. Destrozarlo convierte a los que antes interactuaban sólo si querían, en sospechosos el uno para el otro.

Siempre pensé, desde antes de esta ley, que los bares que no ofrecían agua del grifo eran muy cutres. Que ponían en una situación incómoda al que preguntaba por un vaso de agua. Y que a cambio de un pequeño ingreso extra podían enfadarse con un cliente que se pensaría si volver. Me imagino que los dueños de esos mismos restaurantes alegarán que el margen del agua es de los más elevados del negocio y que botella a botella... al final pierden una cantidad estimable cada mes. Por eso, algunos ofrecían ese agua y otros no. Ahora les obligan y a la mayoría de los clientes les parece bien.

Miren, de todas las intervenciones absurdas de este Gobierno probablemente sea la menos relevante. Pero es otra anécdota que podemos elevar a categoría: no nos dejan interactuar libremente, porque sin ellos vigilando nos haríamos daño. Eso sí, cuando nos toque la parte mala de la ecuación (y nos tocará), no nos olvidemos del restaurante que cobraba por el agua. ¿No debería hacerlo? Pues quizás no, aunque no me atrevería a meterme en el negocio de otro. Hasta hace unos meses, lo teníamos tan sencillo como no volver a pasar por allí; ahora, nos piden que hagamos foto y denunciemos. Y lo peor es que lo hacemos.

En Libre Mercado

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