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Luis Fernando Quintero

Ya no es Sánchez, son sus votantes

Sánchez ya no puede sorprender. Ni siquiera intenta disimular. La carga de la prueba ya no pesa sobre él, sino sobre sus votantes.

Sánchez ya no puede sorprender. Ni siquiera intenta disimular. La carga de la prueba ya no pesa sobre él, sino sobre sus votantes.
El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, aplaudido en el Congreso, donde se celebra el primer día del debate de investidura en el que Sánchez expone su nuevo programa de Gobierno y pide la confianza a la Cámara para revalidar su mandato en la Moncloa, este miércoles en Madrid. | EFE

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, no se tapa, ni se esconde. Miente con una naturalidad que da miedo. Miente constantemente, a la cara, sin sonrojarse y con una sonrisa de oreja a oreja. Miente sabiendo que miente. Miente consciente de que quienes le escuchan, también los periodistas paniaguados como Silvia Intxaurrondo, saben que está mintiendo. Ya, ni siquiera trata de explicarse. Ya ni se molesta en decir que no miente, sino que cambia de opinión. Y no sólo miente, hace y deshace a su antojo. Se está cargando las garantías y resortes del Estado de derecho sin pestañear. Acusa de prevaricar a jueces y tribunales o participar en campañas políticas si se atreven a fallar contra sus intereses. Por ejemplo, no abre una crisis diplomática por insultar a Israel, sino que lo hace Israel por llamar a consultas a la embajadora española después de ser insultado.

Sánchez actúa como todos los tiranos y déspotas que en la historia han sido: sólo él sabe lo que nos conviene y hará lo que sea necesario para dárnoslo, cueste lo que cueste y sobre cualquier cosa, incluida la Constitución. Evidentemente, lo que nos conviene a todos es él y sólo él. Sólo él es capaz de frenar "ese movimiento reaccionario" que representan PP y Vox, contra los que hay que construir un muro. Toda su acción de gobierno, sus pactos ignominiosos, sus leyes ruinosas, sus ataques a la separación de poderes, su intento de neutralizar la acción de la justicia es la argamasa de ese muro. Un muro que deja fuera a la mitad de España y que pretende mantener pase lo que pase y todo el tiempo que sea posible.

Lo peor de todo esto, por grave que ya sea de por sí, es que cada día sorprende menos. Deja de ser noticia que Sánchez niegue ahora haber dicho lo que proclamó hace dos días en el Parlamento. Deja de ser noticia que acuse a los jueces de practicar lawfare, que reconozca que ha pactado con delincuentes, golpistas, terroristas y malversaodres sólo porque quiere seguir en la Moncloa. Nada sorprende.

Por eso, porque Sánchez ya no puede sorprender, porque Sánchez ni siquiera intenta disimular, la carga de la prueba ya no pesa sobre él, sino sobre sus votantes.

No hay excusas. Todavía hay españoles que prefieren una dictadura más o menos encubierta si es Sánchez quien gobierna a que el Partido Popular pueda tener opciones de Gobernar en un sistema democrático y de garantías constitucionales. "Era susto o muerte", dicen todavía algunos votantes del PSOE que incluso confiesan no estar de acuerdo con lo que hace su presidente. "No estoy de acuerdo con él, pero era esto o el PP". O, lo que es lo mismo: "Era esto o la ultraderecha".

El paradigma se ha cumplido. El PP, que tanto tiempo, esfuerzo y crisis internas ha sufrido para intentar tachar de ultraderecha a Vox con la intención de que a ellos se les identificase con el centro, lo único que ha conseguido es que tanto para el PSOE como para sus socios y votantes también sean ultraderecha.

Lo grave es que esos mismos votantes todavía hoy, después de las mentiras, después de la ruina a la que conducen a nuestro país, después de las aberraciones democráticas que estamos viendo, sigan prefiriendo el régimen sanchista a la posibilidad remota de que gobierne la derecha.

Sánchez ya no sostiene la pistola humeante que quiere acabar con nuestro régimen constitucional. Sánchez ya es la pistola humeante y son sus votantes quienes la sostienen.

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