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Domingo Soriano

Nada es gratis: y recargar un Tesla en Honrubia, tampoco

El principal argumento de los eléctricos ha girado en torno a un dato: estamos a la cola de los países ricos de Europa en número de cargadores.

El principal argumento de los eléctricos ha girado en torno a un dato: estamos a la cola de los países ricos de Europa en número de cargadores.
Uno de los vehículos que se pueden ver en la primera edición española de ECar Show que se celebra estos días en Madrid. | EFE

Reconozco que tenía un poco de curiosidad maléfica sobre lo que iba a ocurrir esta Semana Santa con los coches eléctricos y los trayectos de larga distancia. No me entiendan mal (sobre todo los propietarios): no es que quisiera que mis amigos con Tesla se quedaran tirados en un pueblo perdido de Cáceres o que tuvieran que hacer cola durante seis horas en una gasolinera de Burgos. Pero sí me interesaba ver si el buenismo informativo que está acompañando este tema empezaba a mostrar las primeras grietas.

Y sí, ha empezado. No ha sido una hecatombe, pero ya nos hemos encontrado las primeras imágenes de grandes colas, protestas por cargadores no operativos, discusiones sobre dónde habría que poner más de estos cargadores, debates sobre quién debe pagar por una infraestructura cara pero que se usaría tirando a poco en el día a día...

El principal argumento de los eléctricos ha girado en torno a un dato objetivo: estamos a la cola de los países ricos de Europa en número de cargadores. Vienen a decir que si igualásemos lo que han hecho alemanes, suecos, holandeses o daneses, esto (las colas) no habría pasado.

También, sí. Que con más cargadores habría habido menos colas es una evidencia. Pero hay una serie de matices muy importantes que habría que hacer.

A pesar de lo que pueda parecer, no soy en absoluto un anti-eléctrico. De hecho, intuyo que antes de lo que nos imaginamos habrá alguien que invente el eléctrico-semi-eterno: es decir, un coche con una batería muy potente y eficiente; y con algún tipo de tecnología que utiliza el movimiento del coche (o el sol o el aire que le rodea o lo que sea) para recargar esa misma batería mientras se usa o para que se descargue muy lentamente. La idea es que el coche no llegue a descargarse del todo o que lo haga tras larguísimas autonomías de 1.200-1.500 kilómetros.

Pero mientras llega ese momento, lo que no debemos olvidar es que el principio básico de la economía rige también en lo que hace referencia al coche eléctrico: NADA ES GRATIS. Porque éste es el principal problema del discurso político alrededor en este asunto, muy extendido también entre gurús digitales y dirigentes de la industria. Nos han vendido un futuro de color de rosa en el que cualquiera que levantara la mano era lanzado al fuego del infierno anti-tecnológico, como si fuera una especie de retrógrado que nos quería devolver a la Edad de Piedra o un negacionista (¡qué palabra!) climático empeñado en cargarse el planeta. Ni una cosa ni otra. Sólo el recordatorio de que también aquí la realidad se impone:

Ventajas cruzadas

Lo primero es lo evidente: el coche eléctrico tiene numerosas ventajas respecto al de gasolina. A mí, por ejemplo, me parece más sencillo y divertido de conducir. En ciudad, además, el consumo se hunde y para pequeños trayectos diarios los pros son muy superiores a los contras.

Pero decir esto es compatible con reconocer (y no se hace) que para trayectos a partir de los 150-200 kilómetros la situación (por ahora) es la contraria. Algo que es importante en cualquier caso, pero mucho más en un país con la demografía de España: mucha montaña; necesidad de poner aire acondicionado o calefacción casi en cualquier época del año (lo que disminuye la autonomía); zonas muy pobladas en la costa y en el centro, pero con muy poca densidad de población en el interior, etc...

Esto es importante para familias en verano, para viajantes de comercio, para transportistas, etc.: los viajes a partir de 300-400 kilómetros, que quizás en el centro de Europa representan un porcentaje menor de los desplazamientos, en nuestro país son más habituales. Además, poner un cargador en la N-IV a la salida de Despeñaperros es bastante más caro (en términos de coste por horas de uso) que si lo instalas en una gasolinera entre Colonia y Dortmund. Esto no implica que no podamos usar el coche eléctrico: lo que implica es que tenemos que asumir que será más caro en nuestro país o que la velocidad de la transición no será la misma.

Algo parecido podríamos decir en lo que respecta a los coches que tienen plaza en un garaje particular frente a los comunitarios. O, lo que complica todavía más las cosas, sobre los vehículos que duermen en la calle: si el porcentaje de estos últimos es más elevado en España que en Holanda o Alemania (o cualquier otro país), deberíamos tenerlo muy en cuenta también. ¿Han escuchado a algún alcalde, de esos que están prohibiendo a los gasolina-diésel entrar en el centro de sus ciudades, hablar de esto? Yo, tampoco [Por cierto, antes de que me saquen una declaración suelta: intuyo que algún político lo habrá mencionado alguna vez, pero ni de lejos está tan presente en el debate público como debería].

Planificar

En segundo lugar, una obviedad: todo esto obliga a que, sobre todo ante desplazamientos largos y masivos, planifiquemos mucho más que antes. En las redes sociales, he leído mucho en los últimos días dos tipos de comentarios que ignoran lo que se esconde tras sus propias afirmaciones.

El primero decía algo así como "si con una red de carga tan deficiente como la española, sólo hemos tenido los problemas menores que hemos visto [colas de 2-3 horas en algunas de las vías de acceso a Madrid], es que la cosa no es grave". Error. Porque sí, es cierto que la red es mejorable, pagando pero mejorable; pero también lo es que en los próximos años se incrementará el porcentaje de vehículos eléctricos, porque también en esta estadística estamos muy por debajo de nuestros vecinos europeos.

Tanto en matriculaciones como en porcentaje del total del parque móvil, estamos a la cola de Europa. La teoría que nos explican nuestros políticos es que en unos años todos tendremos que movernos en un eléctrico (de hecho, de vez en cuando, incluso los híbridos parece que entrar en su radar prohibicionista). Según leía hace unas semanas en una revista especializada, apenas el 5,7% del parque móvil tiene la etiqueta ECO o CERO de la DGT (y ahí, la mayoría son híbridos): es decir, si con el 1% de eléctricos puros se forman colas, imaginen lo que pasaría si todos nos compráramos un Tesla (o imaginen lo que pasaría si el 10-15% el parque móvil fuera eléctrico puro).

De hecho, ese 1% tampoco es real en el asunto del que estamos hablando. Porque por la carretera no encuentras demasiados eléctricos, que se concentran en las ciudades. Algo lógico: si una familia tiene dos vehículos (uno eléctrico y otro gasolina) lo normal es que use el de combustión para los desplazamientos veraniegos. Pero, otra vez surge la pregunta de qué pasaría si nuestros políticos logran su objetivo teórico, (electrificación masiva) ¿podríamos manejar un parque eléctrico del 30-40-50% en el que, además, muchas familias no tienen la opción de un segundo coche de gasolina?

El segundo tipo de comentario en defensa del eléctrico me pareció más marciano. De hecho, hubo algún tuit que tuve que leer dos veces para cerciorarme de si el que lo escribía lo hacía en tono crítico o elogioso hacia esta tecnología. Por ejemplo, un comentarista denunciaba que la polémica era artificial y culpaba a los que se habían concentrado en las gasolineras que están al pie de las grandes vías de entrada a Madrid o Barcelona, por falta de planificación y por no buscar cargadores, cercanos, aunque eso implicara desviarse un poco.

Hubo un usuario de coche eléctrico que contaba su caso, explicando que él había planificado el viaje, había localizado un hotel a unos pocos kilómetros de la Nacional de turno con cuatro cargadores y lo había organizado todo para parar y comer allí. Digo que me pareció marciano porque el tipo no veía que incluso aunque sea cierto que había optado por una alternativa razonable... ¡esto supone una noticia pésima para la mayoría de los conductores y probablemente una solución no escalable! Lo que quieres el Domingo de Resurrección, cuando estás volviendo a casa, es llegar cuanto antes y sin líos. No estás pensando en desviarte quince kilómetros y quedarte a comer una hora un cochinillo mientras recargas. A algunos puede que no les importe mucho, pero la mayoría ni se lo plantean. Todo esto hace que un viaje (ya pesado) de 4-5 horas se convierta en una excursión eterna de 6-7. Como consecuencia de ¡una tecnología que nos dicen que es superior!

De nuevo, esto no es un argumento para acabar con los eléctricos, pero sí una llamada de atención: tener que planificar la vuelta a casa de esta manera o saber que vas a tardar una hora en cada parada (y que esa parada es obligatoria)... nada de esto es bueno, ni siquiera si la comida de hotel en el que cargas es excelente. Recordemos que la tecnología de combustión nos evita tener que hacerlo: con un coche gasolina o diésel, en la mayoría de los desplazamientos por España, paras a medio camino si te apetece, no como obligación. La máxima planificación que tienes que hacer con un coche de combustión interna es llenarlo el día antes.

Por último, otro elemento que nunca tenemos en cuenta: ¿qué habría pasado si los gobiernos europeos no hubiesen puesto palos en las ruedas del desarrollo de algunas tecnologías como el diésel? Porque un futuro de diésel híbridos, con consumo por los suelos y poco contaminantes (entre otras cosas porque en trayectos cortos usarían sobre todo el motor eléctrico), podría haber sido una realidad. ¿Cómo habrían sido esos coches y a qué coste? ¿Qué autonomía tendrían? ¿Qué impacto acumulado en el medio ambiente? Desgraciadamente, creo que ya nunca lo sabremos. Lo que sí sabemos es que, recuerden, nada es gratis: y cargar un Tesla un Domingo de Resurrección, a la altura de Honrubia, volviendo de la playa... eso tampoco lo es, ni en dinero ni en tiempo.

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