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Del laboratorio a la política: o por qué deberían darnos mucho miedo los "asesores científicos" del Gobierno

La tentación de organizar al ser humano alrededor de una fórmula matemática es irresistible y peligrosísima.

La tentación de organizar al ser humano alrededor de una fórmula matemática es irresistible y peligrosísima.
Pedro Sánchez, este jueves, durante la presentación de la nueva Oficina Nacional de Asesoramiento Científico (ONAC). | EFE

"Más ciencia, mejor política". Con este lema, el pasado jueves se presentaba en Madrid un nuevo organismo, la Oficina Nacional de Asesoramiento Científico (ONAC). El propio Pedro Sánchez acudió al acto y anunció la contratación de "más de medio centenar de asesores científicos" a la Administración General del Estado. Entre otras cosas, cada Ministerio tendrá su propio asesor científico, que la web de Moncloa asegura que estará dedicado "exclusivamente a conectar las preguntas que tendrá su ministerio con las respuestas de universidades y centros públicos de investigación". El presidente hablo de "hito", de "paso transformador", de "rigor y eficiencia" y de una media que cambiaría el país "para bien" en el largo plazo.

Por supuesto, la propuesta fue acogida con entusiasmo entre buena parte del periodismo-academicismo hispano. Cómo estar en contra de que la ciencia cobre importancia en la acción de Gobierno. Frente al tacticismo político, Ciencia (así, con mayúscula). Frente al cortoplacismo de la próxima convocatoria electoral, Ciencia. Frente a las medidas populistas que no se sabe si son eficaces, Ciencia.

Todo muy limpio, muy pulcro, muy moderno. A mí, sin embargo, de todas las medidas aprobadas por este Gobierno en los últimos seis años, creo es la que me da más miedo. Alguno dirá que es peor la amnistía o la Ley del "sólo sí es sí". Y sí, ésas son más dañinas para el edificio institucional. Pero rechazo puro, sensación de engaño de cabo a rabo y temor a las consecuencias a largo plazo, no lo he sentido con ningún anuncio como con éste de la ONAC.

"Ciencia"

De todas las modas de nuestros días, ninguna hay tan peligrosa como la del ensalzamiento de "la Ciencia". Es peligrosa en casi cualquier ámbito, pero se convierte en corrosiva cuando se mezcla con la política. No es extraño que algunos de los regímenes más criminales de la historia estuvieran plagados de científicos. La tentación de organizar al ser humano alrededor de una fórmula matemática es irresistible.

En primer lugar, porque te aísla de la crítica. Cómo reprobar una medida respaldada por "la Ciencia". Una cosa es tal o cual ley partidista. Otra muy distinta es una norma una respaldada por "el Consenso" (también en mayúsculas) o "la Evidencia".

En realidad, "la Ciencia" no existe. Lo que existen son científicos que en ocasiones sostienen posturas contrarias a las de sus colegas. Descubrimientos o avances que siempre parecen solidísimos hasta que otro los refuta. Tesis que en ocasiones se ven confirmadas y que en otras ocasiones se demuestran falsas cuando nadie lo esperaba. Busquen asuntos clave que puedan afectar a nuestra organización política o social en los que exista consenso: no los encontrarán.

Además, también es peligrosa la mezcla de ciencias sociales y naturales. Los métodos de unas y otras no deberían tener apenas nada en común. Lo mismo que sus conclusiones. La economía del último medio siglo, con sus pretensiones de exactitud y matematización de la realidad, es el mejor ejemplo de mal uso de eso que se llama "método científico".

Tampoco podemos comprar esa idea de "el científico investiga y luego le pasa sus conclusiones al político para que éste acomode sus leyes a las conclusiones del experimento". En un ministerio lo que ocurre es que el ministro pide y los demás se ponen a buscar cómo cumplir con lo que les han ordenado. Como decía el otro día Benito Arruñada en Twitter: "Esto no es política basada en la evidencia, sino evidencia basada en la política". Es decir, "dime qué ley quieres aprobar y te buscaré al científico que la justifique y la defienda".

Por cierto, esto vale para un ministerio, pero también para cualquier organización privada. Cada vez que lean un informe, sobre la materia que sea, pregúntense quién lo encargó. Y no tanto porque el que lo redacte vaya a a escribirlo al dictado los que pagan. Sicarios hay en todos sitios, también entre economistas, físicos o biólogos. Pero eso no suele ocurrir. En realidad, la relación es la contraria: el que paga ya sabe (más o menos) lo que cada científico piensa. Y encarga el trabajo al que intuye que escribirá (más o menos) lo que le interesa. Por eso se lo encarga precisamente a él.

Esto no invalida para nada la tesis del informe de turno. Pero no nos engañemos: desde un Ministerio con asesor científico a un banco con servicio de estudios, el objetivo es que digan lo que tú quieres que digan, no esperar sentado a que un científico descubra algo que les haga cambiar por completo sus prioridades. Por eso, prefería cuando nos decían que aprobaban la Ley de Vivienda porque les salía de las narices, no porque sus asesores se lo recomienden.

Porque, además, incluso si aceptamos la independencia del científico, hay muchas maneras en las que el político puede influir. Por ejemplo, dando recursos presupuestarios a los que van a investigar lo que le interesa y quitándoselos a los que le pueden meter en un lío. Otra manera de manipular la opinión pública: darle mucha relevancia a lo que no la tiene. ¿Cuántos estudios recuerdan en la última década sobre el fracaso escolar masculino? ¿Y sobre la presencia de mujeres en las carreras de ciencias? Pues eso.

La justificación

Esto podría interpretarse sólo como una actitud de cierta precaución ante el mal uso de la ciencia por la política. Pero no. Lo que digo es que siempre me parece peligroso que la política use la ciencia.

Por un triple motivo; en primer lugar, porque se utiliza algo que todos admiramos: el trabajo científico, el progreso tecnológico, la pulsión humana por ir un paso más allá... para justificar el capricho político. De nuevo, un capricho que puede ser positivo o negativo (este artículo sirve tanto para las buenas leyes como para las malas), pero que está sustentado en lo que siempre lo estuvieron las decisiones políticas: las necesidades del Gobernante de turno o sus prioridades ideológicas. Que no digo que tenga que ser de otra manera. Lo que digo es que no nos engañen con excusas falsas.

En segundo término porque, en sí misma, la idea de que hay que acercar la política a la ciencia me parece errónea. No hay una forma única, eterna, intocable... de organizar las sociedades humanas. La política debería ser humilde y miedosa. Un proceso constante de prueba y error, que cuida lo que ya existe incluso aunque no sepa por qué está ahí o cómo empezó; y que hace pocos cambios y mirando siempre de reojo a la forma de desandar el camino emprendido si vemos que los muros empiezan a tambalearse tras quitar esa piedrecita que parecía que no servía para nada. Frente a ese principio de cautela, la política científica (y los últimos cien años deberían habernos curado frente a esa tentación) es avasalladora y arrogante. Cómo no cambiarlo todo, si los resultados del laboratorio son inequívocos o si las recomendaciones del paper apuntan en esa dirección. La pretensión organicista (la "fatal arrogancia" que denunció Hayek) será mucho más potente si tiene un respaldo númerico.

Y, por último, porque si el político que usa la ciencia es peligroso, lo es mucho más el científico metido a político. El sabio que un día siente que tiene poder. El estudioso al que le han dicho que todas sus horas de trabajo ahora servirán para moldear la sociedad. Eso sí me da escalofríos. Miren, por ejemplo, lo que ocurre con el cambio climático: del medidor de temperaturas (sí, desde hace 150 años la temperatura media del planeta ha aumentado algo más de un grado) a las recomendaciones del panel de la ONU (qué comer, cómo movernos, qué población puede sostener el planeta, cuándo se terminarán los recursos...) ha habido sólo un pasito. Lo primero (lo de la temperatura media) es ciencia, contaminada a veces por incentivos mal diseñados... pero ciencia; todo lo demás, es política pura y dura. No es extraño que el mayor proyecto de ingeniería social del último medio siglo esté permanentemente respaldado por científicos. Con lo sabios que son y todos los números y gráficos que nos echan a la cara, ¿quién se atrevería a oponerse?

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