Apenas unos metros separan hoteles como el Madrid Airport Suites o el Crowne Plaza del nuevo foco de delincuencia de Madrid, el complejo Aragón Suites. O, lo que es lo mismo, el "hotel okupa" de San Blas. Uno de los últimos fiascos de Rafael Gómez Arribas, conocido por ser el dueño del controvertido aeropuerto de Ciudad Real, uno de los empresarios que más deuda acumula con Hacienda y también por su presunta vinculación con una de las tramas de Víctor Aldama que está siendo investigada por la UCO.
En las últimas dos semanas, la urbanización -que era de lujo hasta que fue abandonada a su suerte por la propiedad y ha sido masivamente okupada- ha sido escenario de una reyerta entre pandilleros (apuñalamiento incluido), del asesinato de un colombiano de 35 años (supuestamente por una riña futbolística, aunque hay otras versiones) y la muerte de una joven de 25 años por inhalar los gases procedentes de un generador (la única manera de tener luz durante la noche).
Los servicios están cortados desde mediados de 2022. Las más de cien familias que viven en el complejo se ven obligadas a enganchar el agua y generar su propia electricidad para tener unas condiciones de vida mínimamente dignas. Pero los altercados, robos y agresiones sexuales que se producen prácticamente a diario nos les permiten vivir con tranquilidad. La situación empeoró hace alrededor de siete meses, nos cuentan los vecinos. Hasta ese momento sólo estaba en funcionamiento el primero de los edificios, el resto de los bloques estaban cerrados. Pero llegaron los saqueadores y las hordas de okupas, que acabaron con todo.
Ahora son los clanes de la droga y las bandas latinas los que dominan el territorio. Cuando el equipo de Libertad Digital llega al complejo, efectivos de Policía Nacional nos advierten de que no es seguro permanecer allí. Algunos de los residentes que se nos acercan no quieren hablar pero tampoco nos quitan ojo, nos están vigilando. Los agentes intentan disuadirnos de que entremos al interior de los edificios, pero decidimos hacerlo igualmente y nos acompañan para evitar que se produzcan incidentes.
Empezamos por el peor. Es el número 5 y se encuentra ubicado al final del complejo. Nos aseguran que es el más conflictivo. Podemos ver rastros de sangre seca del varón asesinado el domingo anterior, en el suelo del portal y la escalera de acceso al bloque (donde algunos se reúnen y comentan la jugada). Durante el tiempo que estuvimos allí, el grupo era cada vez más numeroso. Las agujas del reloj casi alcanzaban la una de la tarde, pero era como si estuviera amaneciendo en ese momento.
Iniciamos el recorrido por la planta baja. En concreto por el pasaje en el que viven más familias con niños, nos contaron algunas mujeres que accedieron a mostrarnos sus viviendas. Eso sí, no todas nos permitieron grabar sus caras. Tienen miedo a posibles represalias. Un ruido ensordecedor venía del final del pasillo. Parecía el corazón del edificio y sonaba como si estuviera a punto de explotar. Los agentes que nos acompañaban nos aseguraron que "antes eso no estaba".
Era el latido de un generador de electricidad gigante, cerrado bajo llave, que daba luz a varias casas. Resultaba perturbador. El estruendo que salía del aparato se fundía con las risas de los niños jugando, ajenos a todo lo que pasa a su alrededor, cuando se abrían las puertas de las casas. El olor a gasolina de la gran máquina se confundía a ratos con el de la basura acumulada, el agua estancada en los garajes y las comidas que empezaban a preparar en los hornillos de butano de sus domicilios. Para ellos, un hogar; para otros, un infierno.