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Adiós, ladrillo, adiós

El tiempo se acaba, España se asoma precipicio

Dicen que, a diferencia de sus predecesores, Rajoy abomina de saraos e incluso de modestas cenas en la Moncloa. No es hombre de confidencias ni de intimidades con los ajenos a su trabajo del día a día, lo que exaspera a directores de medios de comunicación y a oligarcas más o menos bien avenidos con el poder. Puede que Rajoy, por eso, malinterprete la dureza con que su gobierno es tratado por casi todos, propios y extraños. Puede que Rajoy, ensimismado y a cubierto tras pantallas de plasma, piense que su carácter hogareño, reservado, casi misántropo, sea el mayor hándicap con el que se enfrenta. Y, ciertamente, él –y, por extensión, el PP- tiene un grave problema de comunicación. De alguna manera es incapaz de vender los aciertos –pocos, en honor a la verdad- que a lo largo de la legislatura está teniendo. En muchas ocasiones, ni siquiera es capaz de convertirlos en materia noticiable. Falta sin duda, inteligentzia monclovita o genovesa que rastrille los BOEs y las notas de prensa de los ministerios para detectar productos vendibles para, después, comercializarlos debidamente entre su tupida red de afiliados y afines. Y también para armar contraargumentos con que batir los de los oponentes. ¿Dónde está la materia gris del PP?

Pero este no es el verdadero problema de España, ni siquiera el de Rajoy.

Por otro lado, tengo la convicción de que en las reuniones que mantenga con sus colaboradores más íntimos se quejará amargamente de cómo una buena parte de sus votantes le ha dado la espalda y, probablemente, cargará de culpas por ello a medios de comunicación tradicionalmente afines que día a día desvelan las corruptelas, incongruencias y contrasentidos de su partido, de sus políticas y, cómo no, de otras instituciones del Estado que hasta antes de ayer parecían el sólido respaldo de la unidad de la nación.

Los ciudadanos de corte liberal, los conservadores y los que –todavía- creen en España como país, -que son el grueso de los que votan al PP- saben perfectamente distinguir los brutales ataques que desde la izquierda pretenden desmoronar el régimen actual para sustituirlo por otro ambientado en las pesadillas orwellianas que sufrimos a principios de siglo pasado, de la incoherencia, de la tibieza, del acomplejamiento, de la ingratitud a que han sido sometidos por este, su gobierno. No hay más que darse una vuelta por las últimas encuestas de opinión para corroborarlo. Muchos de estos ciudadanos han encontrado cálido refugio en opciones vigentes que recogen una buena parte de sus aspiraciones: buenas dosis de patriotismo, y cierto liberalismo económico. Mientras tanto, aquellos en los que pesa más la vertiente conservadora siguen fieles a su pesar a las siglas a la espera de que una opción creíble les dé la cobertura que ansían.

La izquierda, ya desde antes del anunciado hundimiento del PSOE en la pasada legislatura, está lanzando anzuelos a la población para provocar un ambiente prerrevolucionario que dé alas a sus aspiraciones. De momento, sus intentos se cuentan por fracasos: Primero fue el 15-M, que se desmoronó el día que mostró su cara más amarga aterrorizando a los inofensivos jóvenes que tomaron Madrid en la JMJ. Luego, las Mareas de todos los colores que, surgidas por los pellizquitos de monja que el gobierno ha propiciado a determinadas castas, apenas hacen pestañear al grueso de parados que llevan años castigados en el rincón de los necios con orejas de burro del aula nacional. Entre medias, las andanzas del bandolero de Marinaleda que, como cabía esperar, apenas tuvieron imitadores. Más recientemente el ‘barcenazo’… el ‘barcenazo’ es real, y todos lo sabemos, no tanto por los papeles de El País, que puede que estén manipulados, como por la carita de cordero degollado que se les puso a los mandamases del partido ante la primerísima información de El Mundo. Y por fin, la Pah.

La Pah no es nueva. Ya en 2010, en uno de mis primeros posts, hice referencia a esta asociación que, por aquel entonces, aparentaba ser –y probablemente lo era, excepción hecha de su núcleo fundador- un grupo de personas que compartía la desgracia de perder su casa por no poderla pagar. Y no sólo eso. Para muchos de ellos significaba también cargar con una deuda prácticamente impagable para el resto de sus días. En algún momento los afectados, ante su desesperación, decidieron vender su alma al diablo, ¿qué más podían perder? Como dice María Blanco, “da la sensación de que alguien está manipulando a alguien”. Ada Colau es miembro de un grupo antisistema que se llama “La Haine”, que en español significa “El Odio”. Bastante descriptivo. En la web de ese mismo nombre se felicitan por lo que ha conseguido la Pah: que “las masas cuestionen el pilar del capitalismo: la propiedad privada”.

Quién sabe si este será el anzuelo que piquen definitivamente las masas. De lo que no cabe duda es de que se trata de un buen anzuelo, que toca la fibra sensible de cualquiera. Pero no importa. Si no es la Pah, será otra cosa. Sí. En algún momento conseguirán encender la chispa que con tanto ahínco están intentando prender. Y entonces, ¿qué será de Rajoy? ¿Y del PP? ¿Y del Estado de Derecho?

Quizá para hacerse perdonar, quizá porque su carácter le lleva a evitar conflictos, quizá porque es esa su convicción, Rajoy ha desarrollado una política en todos los órdenes que tan solo se diferencia de la que hubiera desplegado Rubalcaba en el extraño e inexplicable ataque “neo-yogur-liberal” de Arias-Cañete. (Con ocasión del fallecimiento de Margaret Thatcher, estos días alguien recordaba que, preguntada en 2002 cuál había sido su mayor logro, ella respondió sonriendo maliciosamente: “Tony Blair”. A buen seguro Zapatero podría responder “Rajoy” ante la misma cuestión).  No voy a detenerme en enumerar la totalidad de agravios a sus bases, baste recordar los más flagrantes en cada caso: las brutales subidas de impuestos, a los liberales; la deriva del PP “pop”, a los unionistas; el mantenimiento del exterminio indiscriminado de los nasciturus, a los conservadores.

Sin principios, sin programa, sin coherencia, sin objetivos, sin plan, antes o después la chispa saltará. Antes o después se verá contra las cuerdas y entonces, ¿a quién recurrirá? ¿Encontrará el apoyo de sus bases? Decididamente no. Nadie se reconoce en él. Si a Jesús Pedro le negó tres veces, a Rajoy le negarán treinta y tres veces tres.

España S.A. es un proyecto arruinado políticamente. Por un lado, se apoya en una Constitución profundamente intervencionista y planificadora, amén de favorecer el separatismo; por otro lado, en una Monarquía de la que fundadamente dudamos si está para servir o para servirse; por último, en un sistema partitocrático que no sólo abomina de la democracia interna y del contacto con el ciudadano sino que ha eliminado de facto la separación de poderes pervertiendo y contaminando el judicial ad nauseam.

España S.A. es un proyecto arruinado económicamente. Los números no salen. Un país no puede gastar indefinidamente ochenta o noventa mil millones de euros más al año de los que produce. El Estado del Bienestar, el bienestar del Estado, y el Estado de las autonomías son carísimos e incompatibles. El colapso está a la vuelta de la esquina, y el esfuerzo de ganar tiempo es tan caro y patético como el que han procurado muchos de nuestros “señores del ladrillo” para mantener artificialmente sus empresas a flote. Esfuerzo que, al igual que ha sucedido en las promotoras zombis, sólo beneficia a los que ocupan los puestos de mando.

Es tiempo de decisiones duras, de decisiones difíciles. Es tiempo de personas con las ideas claras y el coraje de llevarlas a la práctica. Es tiempo de cambio.

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