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La NASA pagará 60 millones de dólares por cada plaza en la Soyuz

El fin del transbordador obliga a los americanos a alquilar el acceso al espacio a sus antiguos rivales los rusos.

No es la primera vez que Estados Unidos se queda sin transporte al espacio. En 1975, tras el experimento que unió en órbita los módulos de la Apolo norteamericana y la Soyuz soviética, el Gobierno norteamericano, presidido entonces por Gerald Ford, decidió suspender el programa Apolo para centrarse en el de los transbordadores, que empezaron a volar regularmente hasta la órbita terrestre seis años después.

La situación ahora es muy diferente. Por un lado los astronautas estadounidenses podrán seguir viajando hasta la Estación Espacial Internacional (EEI), aunque a bordo de las naves rusas. Por otro no existe a día de hoy recambio para los transbordadores. Lo primero podrá hacerlo previo pago de una elevada cantidad. Según aterrizó la pasada semana el Atlantis en el Centro Espacial Kennedy la "tarifa" por subir hasta la EEI en una Soyuz ha pasado de 27,7 millones de dólares a 43,4 millones.

Y este es sólo el principio de un incremento que alcanzará dentro de cuatro años los 60 millones de dólares por plaza. Es un precio tres veces superior al de hace sólo tres años, cuando viajar en la Soyuz costaba 21,8 millones de dólares. La agencia espacial rusa Roskosmos, sabiendo que el programa del transbordador tocaba a su fin, se han quedado con el monopolio de los vuelos a la EEI y, como era de esperar, ha afectado de lleno a los precios.

A Estados Unidos no le queda otra que pagar si quiere mantener tripulantes en la Estación Espacial. Ese es, en definitiva el precio en dólares contantes y sonantes de haber abandonado su programa tripulado que encarnó mejor que nadie las 135 misiones del transbordador que acaba de ser retirado.

No hay sustitutos

La principal preocupación en Estados Unidos es la falta de recambio. Tras la cancelación por parte de Obama del Programa Constellation –lanzado por Bush para poner un hombre en Marte hacia 2020– por su elevado coste, la NASA se encuentra ahora con una extraordinaria plantilla de astronautas pero sin vehículo con el que ponerlos en órbita.

Los que todos saben es que no se volverá a transitar por el camino de los transbordadores, muy costosos de operar y no especialmente seguros tras los dos accidentes fatales que costaron la vida a 14 astronautas. Lo próximo serán cápsulas del estilo de las del Programa Apolo que tantas satisfacciones dieron en el pasado a la administración espacial. Hay dos en estudio, la Dragon, fabricada por la compañía SpaceX y la CST-100, que ha sido diseñada por Boeing.

La Dragon está más avanzada, el vuelo de prueba se efectuó en diciembre pasado con éxito y empezará a volar este mismo año en su modalidad de nave carguera para aprovisionar a la EEI. La CST está aún en fase de proyecto aunque ha recibido la aprobación de la NASA para convertirse en vehículo de transporte de astronautas hasta la EEI. En el mejor de los casos ninguna de las dos estará lista para sustituir al transbordador hasta, por lo menos, el año 2017, aunque muchos descuentan que hasta 2020 Estados Unidos no volverá a contar con programa tripulado propio.

Una vez tenga la nave (o naves) elegida, la NASA necesita propulsores que las lleven hasta el espacio. El proyecto estrella es el llamado SLS (Space Launch System), que acaba de recibir el espaldarazo oficial por parte del Gobierno. Se trata de un cohete basado en el que ya utilizaba el transbordador que promete, al menos sobre el papel, poner en órbita hasta 130 toneladas de peso. Perfecto como sustituto pero no estará disponible hasta dentro de cinco o seis años.

Roskosmos, por su parte, ha aumentado de manera exponencial su gasto en el espacio. De los menos de 1.000 millones de dólares que destinaba hace sólo unos años ha pasado a los casi 3.000 millones. Y es sólo el principio. A lo largo de esta década Rusia construirá un nuevo cosmódromo, el de Vostokni en el extremo oriente, los cohetes Angará y Rus-M y la nave PPTS sustituta de las Soyuz. La factura será de unos 6.000 millones de dólares que el Gobierno de Medvedev puede permitirse.

No deja de ser paradójico pero, cuarenta años después de la llegada del hombre a la Luna, que marcó la supremacía norteamericana en este campo, sea Rusia –sucesora de la URSS– la que termine ganando con retraso la carrera espacial.

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