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José García Domínguez

El capitalismo sigue KO

Desde el 15 de septiembre de 2008, el capitalismo global es como un boxeador sonado.

Desde el 15 de septiembre de 2008, el capitalismo global es como un boxeador sonado que va dando puñetazos al aire mientras se tambalea a diestra y siniestra sin cesar. Y la elite, la genuina, la ilustrada, la de verdad, lo sabe. Lo sabe Bernanke, por algo acaba de advertir a esos toscos provincianos solipsistas de Berlín que los superávits comerciales de Alemania acabarán destruyendo Europa si ellos no dejan de mirarse el ombligo con indiferente satisfacción. Y lo sabe Lagarde, por algo acaba de mentar la bicha de la "nueva mediocridad" en su último diagnóstico pericial de la situación. Ocurre que no estamos ante una crisis como las de siempre, que se pueda resolver con las terapias de siempre. La prueba es que de nada están sirviendo ni el vademécum neoclásico y sus manidas cataplasmas de austeridad ni tampoco los estímulos a la demanda agregada típicos de ese keynesianismo domesticado que Joan Robinson llamó bastardo en su día.

Las recetas canónicas, simplemente, no funcionan. De ahí que, a estas alturas del naufragio, lo que ronde por las cabezas tanto de Bernanke como de Lagarde sea el estancamiento crónico, una extensión a Europa y América de la parálisis permanente que atenaza a Japón desde hace lustros. Sí, el célebre Minotauro de Varoufakis está herido de muerte desde el día en que Lehman Brothers, y con él sistema económico todo que emergiera tras el colapso de Bretton Woods en 1971, se vino abajo. Y es que había algo en el orden global previo a la Gran Recesión que un extraterrestre que visitase la Tierra, pongamos un economista formado en Júpiter, jamás podría entender. ¿O cómo explicarle que la mayor potencia económica del planeta, un lugar llamado Estados Unidos, ha podido mantener un doble déficit, el de su sector público y el de su balanza comercial, durante… cuarenta años seguidos?

Y cuando saliese de su sideral asombro tras ser informado del asunto, ¿cómo hacerle creer que esa misma nación hegemónica ha sostenido los salarios reales de sus trabajadores congelados desde ¡1973!, mientras la productividad laboral no paró de crecer exponencialmente año tras año? Seguro que no lo entendería. Ni en Júpiter son capaces de comprender algo así. El viejo Alan Greenspan, un tipo proclive a algo tan insólito y extravagante en España como la honestidad intelectual, confesó ante el Congreso haber descubierto "un defecto en el modelo que yo consideraba la estructura funcional crítica que define el funcionamiento del mundo". Y mientras no demos con la solución a ese defecto, el derrumbe seguirá.  

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