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José T. Raga

¿Está enferma la Bolsa?

Me apresuro a diagnosticar que la Bolsa no está enferma, que la enfermedad está en la economía y que la Bolsa es simplemente el termómetro.

He decidido escribir estas líneas más quizá para liberarme de una carga que por la necesidad de arrojar luz sobre el problema abordado, aunque nunca está de sobra esta pretensión.

Hace ya tiempo que la sociedad, o una parte de la misma –aquella interesada en la actividad económica–, se arrojó en brazos de los mercados financieros, renunciando a lo que siempre se había cultivado en el pensamiento: la economía real –recursos, especialmente trabajo, bienes…–. El olvido o, al menos, la desconsideración de la economía real a favor de la economía financiera es un hecho que a todas luces parece indiscutible. Cualquier análisis demoscópico nos llevaría a la conclusión de que un elevado porcentaje de los sujetos económicos están perfectamente al corriente de lo ocurrido hoy en el Ibex 35 –como si de un pariente cercano se tratara–, siendo no pocos los que también conocen lo ocurrido en el Nikkei 225, que opera mientras dormimos, confirmando o contradiciendo el cierre del día anterior en el Dow Jones o el Nasdaq.

Los más europeístas tienen presente también que hay un FTSE 100 en el Reino Unido, que la locomotora alemana nos muestra su visión a través del Dax 30 y que hasta la Francia progresista (?) sucumbe ante lo que no pasan de ser índices de las convulsiones en unos mercados financieros.

Yo, entre tanto, me pregunto: ¿cuántos de estos seres preocupados por los índices mencionados son capaces de informarnos sobre la producción de trigo o de maíz, o la de acero, o la de tejidos, o la de zapatos…? No se disgusten si descubren que sólo un reducido número de ellos entenderá la pregunta.

Dicho esto, me apresuro a diagnosticar que la Bolsa no está enferma, que la enfermedad está en la economía y que la Bolsa es simplemente el termómetro que nos indica que el cuerpo está enfermo. El problema no es la volatilidad de la Bolsa, sino la epidemia de las economías modernas, que viven en un estado crónico de manipulación.

La confusión de suponer que las cosas no son como son es lo que lleva a los poderes políticos a intentar frenar las posibilidades de pérdidas en los mercados financieros; pero estas son pérdidas para los inversores que pretendieron obtener beneficios, no para la economía. De hecho, lo que unos pierden otros lo ganan, siendo tan lícito perder como ganar, siempre que se haga libremente.

Que el gobierno chino cierre la Bolsa para evitar mayores pérdidas equivale a romper el termómetro cuando el paciente supera los cuarenta grados. Lo que tiene que hacer el gobierno chino es liberalizar la economía, eliminar las restricciones, abrirla a la competencia mundial evitando, entre otras cosas, las paridades ficticias del yuán en el mercado monetario global.

La llamada volatilidad de la Bolsa es simplemente el reflejo de las expectativas inciertas de la economía real, y eso no se resuelve cerrando la Bolsa, sino arreglando la economía real, que en algún caso bastará con no entorpecerla.

En Libre Mercado

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