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José T. Raga

Talento vs. titulación

Una nación ocupe un puesto destacado no requiere de grandes riquezas de suelo y subsuelo, sino de una población laboriosa, instruida y honesta.

Para que un país ocupe un puesto destacado en el panorama internacional no requiere de grandes riquezas de suelo y subsuelo, sino de una población laboriosa, instruida y honesta, capaz de llevar a término el desarrollo humano y económico que precisa.

Evidencias sobradas hay de países con escasez de aquellas riquezas que, compensadas por la riqueza humana, les sitúan en los puestos más elevados del contexto mundial. Contrariamente, dirijamos nuestra mirada al continente africano y encontraremos naciones con riquezas inmensas que viven en la pobreza porque su población –incluidos sus gobernantes– son incapaces de aprovecharlas.

De todos los recursos que consideramos base de la actividad económica –tierra, trabajo y capital– es el segundo, el trabajo, la población, el recurso más significativo. Y, también en éste, los resultados dependen de su calidad.

Hace apenas unos días se nos informaba del número de puestos de trabajo vacantes, que lo son, por carencia de candidatos cualificados para ocuparlos. Esto nos obliga a mirar a los modelos educativos más adelantados para poder evitar lo erróneo del nuestro.

El sectarismo en la educación es un mal que se descubre a medio y largo plazo. Es cierto que en un momento pueden requerirse profesionales competentes en un determinado saber; ello no autoriza a despreciar la formación de personas en otros campos.

Si miramos a los países que van en cabeza, se caracterizan porque, en efecto, tienen, como podía esperarse, un elevado desarrollo en las ciencias positivas y en las técnicas de aplicación, pero no es menos cierto que también lo tienen en las humanidades y en las ciencias sociales. Esa frase tan manida en nuestra tierra de ¿eso para qué sirve?, no suele plantearse en los países más adelantados.

Para progresar una nación, precisa una investigación básica cualificada, en todo el ámbito del conocimiento, y una investigación aplicada de la misma calidad. Pero, además, una transmisión eficaz de los conocimientos que eleven la cultura de la población y la hagan capaz de adaptarse a las necesidades humanas. Es decir una buena enseñanza, instrumento privilegiado para la transmisión del conocimiento.

Suponer que el sistema educativo español genera talento en los discentes tiene mucho de optimismo. La autodefensa que se encierra en la estadística de titulados superiores, es un argumento débil en sí mismo. ¿Cómo con tantos titulados, contamos tan poco en la creación de saberes?

En un porcentaje, claramente mayoritario, ¿qué pretende el estudiante, y sus padres, cuando comienza en la universidad? ¿Conocimiento, saberes… o título? Si la media de permanencia en unos estudios programados para cuatro años supera los seis, ¿qué conocimientos pueden esperarse en quien así ha prolongado su estancia universitaria? ¿Por qué no calificar el mérito del esfuerzo por sus resultados? ¿Cuántos, de esos titulados, poseen el talento que se les supone?

No debe sorprendernos que, con más de cuatro millones de parados resgistrados –4.850.000, según la EPA del tercer trimestre–, no encontremos quien ocupe los puestos vacantes.

Así no cabe adelanto.

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