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José García Domínguez

Obituario del TTPI

Podríamos estar asistiendo a la primera enmienda seria contra la hiperglobalización.

Ese ensimismamiento castizo y provincial del que tampoco el Madrid político parece capaz de desprenderse nunca por mucho que haya llovido desde aquellas tertulias de rebotica que novelara Galdós en su tiempo es, sin duda, lo que explica que la gran noticia del día, del mes y acaso del año, esto es, la muerte súbita del TTPI, anunciada al alimón en París y Berlín, no haya merecido ni un mísero segundo de atención por parte de nadie en el Hemiciclo del Congreso. Empezando por el postulante Rajoy, probo funcionario del Poder que puede dedicar una hora y media a dormir en funciones a las ovejas, pero hombre incapaz de producir una sola frase a cuenta del acontecimiento internacional llamado a impulsar nada menos que un cambio de paradigma en el proceso globalizador. Y es que, de confirmarse esos augurios liquidacionistas hechos públicos en las últimas horas por Francia y Alemania, estaríamos asistiendo a la primera enmienda seria contra la hiperglobalización.

Con la disolución en la nada del TTPI, el nuevo pensamiento utópico que vino a ocupar el espacio mesiánico del comunismo tras la caída del Muro, ese proyecto providencialista de implantar los mercados autorregulados en la economía mundial, habría iniciado su propio canto del cisne. Todo resultaría mucho más fácil, claro, si se pudiera afirmar que los contrarios al libre comercio son una recua de ignorantes que desconocen las leyes de la economía y que, en cambio, entre sus defensores figuran los abanderados del progreso de de la Humanidad. Pero, desde la honestidad intelectual, no resulta factible afirmar tal cosa. Y es que el libre comercio puede resultar en demasiados casos un juego de suma cero, o sea un proceso de intercambios en el que unos ganan y otros… pierden. Justo lo que iba a pasar en Europa (España incluida) y Norteamérica con la puesta en marca del TTPI.

Y cuando sucede eso, cuando en un país alguien gana gracias al libre comercio y otro alguien pierde merced al mismo libre comercio, los economistas no disponemos de ningún criterio técnico y objetivo que nos permita sentenciar que ese país en su conjunto resulta beneficiado o perjudicado por el libre cambio. Simplemente, no hay manera de hacerlo. Si la economía fuese lo mismo que la gestión empresarial, esto es una técnica aplicada en la que los costes se miden a través de los precios de mercado, nada habría habido que objetar al TTPI. Desde esa óptica, la mercantil, nadie pierde nunca con la apertura de los mercados a la competencia exterior. Pero la economía es algo que no se parece en casi nada a la administración de empresas: ella considera otros muchos costes distintos a los que reflejan precios de mercado.

La otra cara del TTPI sería la inmediata redistribución de los ingresos entre los millones de habitantes de Europa y América que viven de los sectores afectados por el contenido de su articulado. Quienes defienden con la fe del carbonero el principio filosófico del libre cambio argumentan al respecto que, si bien puede haber perjudicados a corto plazo con la supresión de las trabas nacionales, a la larga todo el mundo sale ganando. Muy optimista afirmación que, sin embargo, nadie ha sido capaz que demostrar a lo largo de los últimos doscientos años. En fin, esa nadería guiri, el TTPI, de cuerpo presente, y don Mariano de tertulia en la rebotica de Galdós.

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