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José T. Raga

Tropezar en la misma piedra

Una vez más, asistimos al envejecido discurso de la explotación del trabajador por el empresario.

Parece que es el sino de la humanidad, si bien es cierto que lo es más de una parte de la humanidad que de otra. Y me atrevo a decir que los españoles estamos en el primer grupo, con una fuerza de atracción de la piedra que soslaya principios y hace olvidar experiencias históricas, aunque recientes.

Una vez más, asistimos al envejecido discurso de la explotación del trabajador por el empresario; que, aun no planteándose así, es el argumento subyacente en las reivindicaciones laborales.

Para concretar, por si alguien duda de a qué me refiero, situémonos en la petición –ahora se llama exigencia– del Congreso de los Diputados de que se derogue la reforma laboral. ¿Que ha conseguido despertar la contratación laboral? Eso es lo de menos; lo importante es derogar lo que han hecho otros, con independencia de sus resultados.

Al mismo tiempo, los agentes sindicales y las fuerzas parlamentarias ajenas al Gobierno reclamaron –supongo que también exigieron– una elevación del salario mínimo interprofesional, que acarreará, por trasposición, elevaciones en la masa salarial, sin considerar sus más que probables resultados adversos. Para el año 2017, pues, la economía española debe prepararse para una elevación, al menos del 8%, más deslizamientos, del coste laboral en el sector productivo.

Cuando el salario se disocia de la productividad del trabajo, el resultado, en ausencia de posibles devaluaciones monetarias, es la crisis de la economía real. El último golpe de cuanto estoy diciendo ha sido el de comienzo del siglo XXI, de ahí la peculiaridad de la crisis financiera en España, que vino acompañada de una crisis en la economía real. Ésta se hizo visible en 2007, con una incapacidad tal para exportar bienes y servicios que nuestra balanza comercial alcanzó el déficit más alto de los países de la OCDE, en términos porcentuales del PIB: un 10 % de éste, equivalente a 100.000 millones de euros, que se financiaría con deuda.

Lo ocurrido era bien sencillo: tomando como base el año 2004, la remuneración de los asalariados había crecido 24,1 puntos en 2009, mientras que en ese mismo período la productividad lo había hecho, simplemente, en 6,2 puntos. Las alegrías salariales tienen estas consecuencias. ¿En qué ha consistido, pues, el milagro español subsiguiente, del que tanto se admiran en Europa?

En economía no hay milagros; ni hubo milagro en la Alemania de postguerra, ni lo hubo en la España desarrollista de los sesenta, ni tampoco en la salida de la crisis económica y financiera reciente. La razón de ser ha sido, de un lado, la moderación salarial que se inicia en 2009 –en los seis años 2009-2015, los salarios crecieron en 4,4 puntos–, mientras que la productividad, en ese mismo período, creció en 11,3.

¿Volveremos a tropezar en la misma piedra que los dos Gobiernos de Rodríguez Zapatero? Lo más probable es que sí; a nadie interesa la verdad cuando tan a mano está la demagogia.

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