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Carlos Rodríguez Braun

Cuatro globofóbicos y un funeral

Empiezo por dos ilustres compatriotas míos. Martín Varsavsky, presidente y fundador de Jazztel, aseguró: “si tuviera 20 años, estaría en Praga”. Un empresario lleno de iniciativa no es capaz de darse cuenta del marco institucional en el que pudo prosperar, que desde luego no es el que defienden los que arrancan adoquines en Praga y apedrean los McDonald’s.

Joaquín Lavado, el célebre y genial dibujante Quino, en línea con el pensamiento antiliberal predominante, afirmó que nada ha cambiado en los treinta y pico de años que tiene Mafalda; más aún, “con la globalización y el capitalismo salvaje la situación está peor”. No es, desde luego, el primer artista sensible y fino capaz de la mayor ceguera.

Junto a dos argentinos, dos ibéricos. José Luis Sampedro, que, por mal que se juzgue su literatura, siempre será mejor escritor que economista, habló de la “monstruosa” globalización. Jamás se le oyó pronunciar adjetivo análogo para referirse al socialismo. No, lo malo, lo espantoso, es que haya más libertad.

Y José Saramago arremetió contra las multinacionales que “determinan nuestra vida” y denunció osado que “el centro comercial es la catedral moderna”. Es curioso que no haya pensado que nadie obliga a obedecer a una empresa ni a entrar en un centro comercial (¡ni en una catedral!), mientras que el país que Saramago admira, Cuba, es una cárcel.

En fin, tras los cuatro globofóbicos, un funeral: el de la inteligencia. Quien estuvo encantado de la vida con Sampedro y Saramago fue el periodista Javier García, que escribió en El País sobre esos falsos progresistas lo siguiente: “los dos inconformistas se rebelaron, una vez más, contra las injusticias del mundo actual, la globalización y las dictaduras del mercado”. Escribió esta bobada en páginas de objetiva información. Y se quedó tan ancho.

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