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Emilio J. González

Aguirre es el alfil

No hay nada como los amigos para hacer carrera. Ramón Aguirre, el presidente del Instituto de Crédito Oficial, es uno de esos casos. Estrechamente unido desde hace años al vicepresidente económico del Gobierno, Rodrigo Rato, Aguirre cuenta con su confianza plena. Eso le convierte en una pieza muy válida en la partida de ajedrez que enfrenta a Rato con el titular de Hacienda, Cristóbal Montoro, que ahora se desarrolla en el tablero de la remodelación del Ministerio de la madrileña calle de Alcalá y de la cobertura de las por ahora dos vacantes que se han producido en él, la de la Presidencia de la Sepi y la de la Secretaria de Estado de Hacienda.

El nombre de Aguirre para suceder a Pedro Ferreras como presidente de la Sepi molesta especialmente a Montoro, que apuesta por un hombre de la casa, que es lo mismo que decir por una persona de su confianza. Montoro no quiere más experimentos con amigos de Rato como Ferreras, que le han hecho la vida imposible y cuya gestión ha dejado mucho que desear. Pero el vicepresidente económico sigue con su obsesión de controlar al titular de Hacienda, sus decisiones, sus actividades y sus departamentos. El pulso está servido.

Rato, sin embargo, tiene otras razones para promover a Aguirre como presidente de la Sepi. Por un lado, su gestión al frente del Instituto de Crédito Oficial no es todo lo buena que debería. El primer problema es que Aguirre no habla idiomas, y en una institución como el ICO, un presidente de estas características se enfrenta a serias dificultades para ejercer su cargo, sobre todo en las cuestiones referentes a la representación del Instituto en los organismos internacionales en los que participa, entre ellos el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo.

La política crediticia del ICO es otra de las razones. Los préstamos concedidos por Aguirre, que se sepa, no es que estén vinculados con operaciones extrañas ni relaciones privilegiadas, pero tampoco tienen el destino que deberían. Al ICO ahora se le conoce como la Casa de Misericordia porque a su presidente le ha dado por hacer algo así como política social y sus créditos van a parar a ONGs, pueblos pequeños y cosas así. Pero esa no es la misión del Instituto.

Luego está una cuestión de enfrentamientos personales. Aguirre se lleva a matar con el secretario de Estado de Comercio, Juan Costa, otro de los hombres de confianza de Rato. Si todo quedara en el plano personal, no pasaría nada. Pero las cosas van más allá y cuando Costa aprueba algún programa de su área que lleva incorporada financiación del ICO, ésta se retrasa injustificadamente o se ponen mil y una pegas y ciento y una excusas para no desembolsar el dinero. Y esa es una situación insostenible para una Secretaría de Estado como la de Comercio, en la que una buena parte de sus programas tienen que contar necesariamente con la financiación del ICO.

Todas estas razones llevan a Rato a tratar de promover a Ramón Aguirre como presidente de la Sepi. Un Ramón Aguirre que ya se encontró con una oposición muy seria cuando Rato pretendió colocarlo al frente del ICO en 1999, tras la marcha a Iberdrola de su entonces presidente Fernando Becker. En aquel momento, Rato no lo consiguió y a Becker le sustituyó José Ortega. Pero el vicepresidente económico no cejó en su empeño y el verano pasado volvió a la carga hasta salirse con la suya. El tiempo está demostrando que se equivocó.

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