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Desde la celebrada undécima Tesis sobre Feuerbach de Marx y Engels, los enemigos de la libertad han urgido a la acción: basta ya de filosofar sobre el mundo, vamos a transformarlo. Hiela la sangre pensar en los muertos que ha provocado esta actitud, que supone que el mundo es fácilmente comprensible y justifica el que, acto seguido, se produzcan, digamos, “daños colaterales” a la hora de transformarlo en pos de grandes ideales. Tanto el impulso a la acción como la tolerancia ante los desmanes que ello pueda provocar están justificados: ¿cómo quedarse de brazos cruzados ante tanta miseria en el mundo, etc.?

En esto pensaba yo cuando leí las declaraciones de doña Susan George, gran diosa de la antiglobalización, importante directiva de ATTAC (Asociación por una Tasa sobre las Transacciones Especulativas para Ayuda a los Ciudadanos), que aplaudió la demagógica declaración de Lionel Jospin en apoyo de la tasa Tobin pero reclamó ponerla en práctica de inmediato, porque ¿para qué pensar? Sentenció la George: “Pasemos a la acción. La fase de estudio ya ha terminado”.

Esta declaración es asombrosa. En primer lugar, le asombraría al pobre James Tobin, que inventó esta idea en 1978 no con el objetivo de aliviar ninguna pobreza sino para mitigar la volatilidad de los mercados cambiarios. No ha sido la profesión entusiasta de la iniciativa: no está claro, en efecto, que la especulación sea de por sí mala, ni que pueda controlarse salvo en condiciones inconcebibles y desde luego tiránicas.

Pero Susan George está por encima de tales minucias. Para ella la tasa reduciría las desigualdades y “frenaría los movimientos especulativos, ya que el 98% de las transacciones de divisas son improductivas, es decir, no están relacionadas con el intercambio de bienes y servicios”. A esta locura medieval de asociar la productividad del dinero exclusivamente al intercambio de bienes la George une el disparate de proponer que el monto recaudado por la tasa sea entregado a la ONU, para que multiplique sus burocracias inútiles, cuando no abiertamente perjudiciales.

Y, por supuesto, ni una sola palabra sobre la libertad de comercio y de inmigración, ni una sola. Y es que los enemigos de la libertad siempre quieren transformar el mundo, pero nunca dejarlo en paz.

En Libre Mercado

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