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EDITORIAL

Argentina al borde del abismo

La dimisión de Ricardo López Murphy —forzada por justicialistas y sindicatos— en marzo de este año, marcó el principio del fin del peso argentino y de la caja de conversión. Era la última oportunidad para salvar el sistema monetario que frenó en seco la hiperinflación y proporcionó a Argentina un crecimiento sostenido con precios estables desde 1991 hasta 1998.

La crisis financiera internacional de finales del 98 fue un golpe durísimo para la economía Argentina. Su principal socio comercial (Brasil) devaluaba el real poco después, y el dólar se apreciaba fuertemente respecto del resto de las divisas del mundo. Esta situación cogió a Argentina con el pie cambiado. El estado argentino se había endeudado más allá de lo que le permitía un sistema de caja de conversión ortodoxa, y ya había vendido casi todos los activos de valor. Al ajuste severo en precios, salarios y gasto público que impone una moneda con un valor fijo (el caso más claro es el oro), se unía el hacer frente al servicio de las deudas contraídas en un ambiente recesivo mundial. Para salvar la situación, era preciso tomar medidas drásticas, empezando por recortes brutales del gasto público. Esta fue la receta de López Murphy, que los radicales aliados de De la Rúa aceptaban a regañadientes y a la que los justicialistas y los sindicatos se oponían frontalmente. Un par de días de desórdenes y huelgas obligaron a De la Rúa a prescindir de López Murphy y a fichar a Cavallo, el artífice de la convertibilidad.

Pero en los nueve meses que Cavallo estuvo al frente de la economía argentina, la situación no hizo más que empeorar. Cavallo prometió un ajuste suave, confiando en que la situación económica mejorase y el FMI tapase los agujeros, a cambio de la promesa de lograr el déficit cero, enfocada a recuperar la confianza de los inversores y del FMI. Pero sus deseos han sido contrariados sistemáticamente por los acontecimientos: la desconfianza de los inversores (que no entienden de concesiones a la demagogia, pero sí de balances contables) ha elevado los tipos de interés a niveles astronómicos, con lo que no es posible financiar el crecimiento de la economía, que no deja de contraerse, y si no hay crecimiento económico ni reducción del gasto, es imposible lograr el equilibrio fiscal.

La última medida desesperada de Cavallo (la limitación a 250 dólares en los reintegros sobre cuentas corrientes para detener la sangría de las reservas), así como la aceptación de facto del plan de López Murphy (recorte de un 18% en el gasto público) en un contexto económico mucho más desfavorable que el del pasado marzo, desencadenaron el estallido social que ha provocado la dimisión de De la Rúa.

La escasa disposición de los argentinos a realizar los sacrificios que impone un ajuste ortodoxo, unida a la prácticamente nula capacidad de convicción de De la Rúa y a la altanera suficiencia de Cavallo (que llegó a rechazar la ayuda española y que ha dado ejemplo de cómo no se debe afrontar una crisis financiera) han puesto a Argentina al borde del abismo En una de las situaciones más difíciles de su historia reciente, Argentina deberá tomar en un plazo muy breve decisiones trascendentales respecto de su futuro inmediato. Y para ello sólo contará con un gobierno provisional, que se verá obligado a dedicar sus esfuerzos a tranquilizar a la población y a convocar unas elecciones. Nada se sabe del futuro de la ley de convertibilidad, pero todo indica que, si se adoptan las medidas de la oposición (derogación inmediata del decreto que limita los reintegros bancarios), y dado el estado de pánico actual, las reservas de dólares se agotaran en cuestión de pocos días... o quizá de horas.

Las únicas alternativas, hoy por hoy, son la dolarización (repartir proporcionalmente los dólares que queden en reserva a los tenedores de pesos) o la devaluación. Si bien se mira, ambas implican lo mismo: los argentinos que tengan sus ahorros y sus inversiones denominadas en pesos perderán una parte sustancial de su riqueza. Si bien la dolarización goza de ventajas sobre la devaluación (en el futuro, la quiebra del Estado no tiene por qué arrastrar a todo el país consigo y se evita el riesgo de hiperinflación), a estas alturas quizá ya sea demasiado tarde para ponerla en práctica. Sólo un gobierno firme y decidido a emprender la senda de la rectitud financiera podría evitar que Argentina repita su historia económica y monetaria reciente. Pero esto es precisamente lo que los partidos de la oposición han rechazado.

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