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Pío Moa

¿Un mundo injusto?

El mundo es injusto, según uno de los tópicos más extendidos, en especial en los ámbitos políticos y religiosos. La injusticia resaltaría sobre todo en lo económico: ¿por qué unos (países, personas) tanto, y otros tan poco? Es cierto, claro, que el azar influye mucho en la vida. Hay países naturalmente fértiles, y otros estériles; o alguien nacido en Alemania tendrá, por esa casualidad y aunque sea un necio, muchas más probabilidades de vivir con desahogo que un hombre de talento pero nacido en Sudán. Parece injusto. Sin embargo el asunto, así planteado, carece de solución. En cambio ¿qué hay de realmente injusto en la pobreza de unos países donde apenas se presta atención a la enseñanza, dominados por grupos brutales y corruptos, y con una población falta de derechos garantizados, empezando por el de propiedad? ¿Es injusta la pobreza de sociedades regidas por economías y políticas teóricamente socializantes y solidarias, pero en la práctica liberticidas y paralizadoras del impulso productivo, al sustituir al empresario por el burócrata?

En la atribución de injusticia a tales hechos subyace la creencia de que la riqueza cae del cielo, y unos cuantos desalmados se la apropian, dejando a los demás sin su porción correspondiente. De ahí la importancia del burócrata redistribuidor y la acusación al empresario, visto, no como quien, asumiendo riesgos, satisface necesidades sociales y crea empleo, sino como un egoísta, explotador y, llanamente, ladrón. Numerosas teorías lo afirman, así la del "imperialismo", el "saqueo del tercer mundo", el "intercambio desigual", etc. las cuales han causado estragos en continentes enteros, en América "latina", para empezar.

Tales ideas arraigan y resisten mil golpes de la realidad. Ello se debe a que sus promotores se envuelven en la bandera de la igualdad y la solidaridad, mientras con la misma desenvoltura tildan a los discrepantes de enemigos de esos ideales. Pero su mayor atractivo consiste en su eliminación aparente del riesgo (empleos asegurados para siempre por el aparato estatal) y, sobre todo, de la responsabilidad. Una tendencia humana muy fuerte atribuye la culpa de los males a "los otros" (los otros son el infierno, según la infernal sabiduría de Sartre), y cada cual se siente víctima de la injusticia. Si así fuera, sólo quedaría de relieve la profunda justicia del mundo, pues como todos somos "los otros" para alguien, la culpa y sus consecuencias quedarían perfectamente repartidas.

Lo que hacen las ideologías es refinar la primaria y omnipresente lamentación, convirtiendo ese "los otros" en abstracciones seudocientíficas como "la sociedad", el "imperialismo", etc. Pero una vez derrotada la injusta sociedad, ésta resucita inevitablemente, con formas mucho más insufribles. Las masas seducidas por las falsas promesas se encuentran privadas de cualquier derecho, pues la responsabilidad rechazada es sólo la otra cara de la libertad.

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